s una incógnita el porqué la dirigencia del Partido Demócrata diseñó una vía tan complicada para organizar los debates de quienes aspiran a representar a esa organización política en la elección presidencial que se efectuará en noviembre de 2020. Las reglas han causado sorpresa, confusión e incluso inconformidad entre algunos aspirantes y no pocos miembros de ese partido. La explicación se reduce a evitar la experiencia sufrida en la votación de 2016, cuando se criticó duramente a la dirigencia del partido por lo fue percibido como una forma poco democrática para elegir candidata a Hillary Clinton.
En esta ocasión se ha intentado una fórmula que satisfaga las condiciones de equidad. La dirigencia del partido pretende que el proceso transparente ponga en igualdad de circunstancias a los precandidatos, particularmente cuando un grupo tan numeroso decidió participar en el proceso.
Las normas para quienes ya tomaron parte en los dos primeros debates, efectuados en junio y julio, establecían que debían obtener uno por ciento de popularidad en tres encuestas diferentes, a nivel nacional o en cualquiera de los cuatro estados donde se celebran los primeros comicios primarios: Iowa, New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada. Otra forma de calificar fue recibir 65 mil aportaciones, con un mínimo de 200 donadores en al menos 20 diferentes estados. Quienes no clasificaron para los primeros debates podrán ser incluidos en los siguientes en septiembre y octubre, si llegan a 2 por ciento en las encuestas de popularidad y reciben donaciones de 130 mil personas. El presidente del partido justificó el aumento a 2 por ciento en las encuestas y en el número de aportaciones porque es lo mínimo que se puede exigir a quienes aspiran a la candidatura del partido en una elección que pretende derrotar al actual presidente.
Habrá quienes intenten obtener la nominación haciendo campaña sin participar en los debates. Pero es evidente la ventaja que tienen quienes participan en ellos por la oportunidad que tienen millones de personas de conocerlos.
En los dos primeros debates se pudo advertir que las diferencias entre los aspirantes son más bien de forma que de fondo y que hay más coincidencias que desacuerdos en su visión del futuro de la sociedad estadunidense en temas como la economía, la migración o la política social en general. Todos coinciden en que es necesario garantizar la salud universal, pero Joseph Biden considera que el camino para ampliar la reforma de salud iniciada por Obama debe ser paulatino. En cambio, Bernie Sanders propone un camino radical que de entrada concrete esa meta. Los debates dan oportunidad de exponer esas diferencias. El peligro de la ruta definida por la dirigencia demócrata multiplica las posibilidades de que los frecuentes roces, en ocasiones ásperos, entre los precandidatos pudieran ser usados por Trump en la campaña por la presidencia para atacar a quien a final de cuentas represente al partido demócrata.
En cualquier caso, la incertidumbre propia del proceso democrático, con todo y sus yerros y limitaciones, es la que prevalecerá hasta noviembre de 2020. En lo que no hay duda ni discrepancia alguna es que para todos los que ahora disputan la candidatura del Partido Demócrata y también para millones de electores que siguen los debates, con algún pesimismo, pero siempre con la mira puesta en que lo más importante es evitar que Donald Trump gobierne otros cuatro años.