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Argentina: hambre mata big data
A

ctivista del gremio docente en la provincia de Buenos Aires (37 por ciento del electorado nacional), la maestra venía librando una lucha tenaz en defensa de la educación pública, contra el gobierno de Mauricio Macri.

En ocasiones, con su mísero salario, compraba leche y pancitos dulces para los más pequeños. Pero un día, desolada, confesó a la directora del plantel: ¡No puedo más! Los niños descargan en el aula la violencia que viven en sus casas, y los adolescentes me insultan cuando les pido que apaguen el celular.

Sin embargo, tras la derrota de Macri en las primarias (elecciones que habilitaron a los partidos que competirán en las presidenciales de octubre), la maestra me describió (por WhatsApp) la euforia de sus alumnos en el salón de clases. Transcribo sus observaciones y el diálogo que sostuvo con uno de ellos.

–Los veo muy alegres… –dijo a lxs jóvenes que habían votado por primera vez (16-17 años). No la dejaron seguir.

–¡Ganó Cristina, profe!

A la salida de clases, la maestra se cruzó con el joven que el año pasado la había acusado de kirchnerista. Le dijo: ¿sabías que tu señalamiento pudo costarme un sumario en el Ministerio? El joven bajó la cabeza: “Perdón, profe…”.

La maestra lo consoló: “Está todo bien… ¡No es el fin del mundo! Lo importante es que pudiste votar. Te felicito”. Aliviado, el muchacho dijo que necesitaba contarle algo. La maestra accedió y tomaron asiento en el paradero del autobús.

–Mire, profe… Ojalá me entienda. En casa, las cosas andan mal. A mi viejo lo despidieron de la fábrica en la que trabajó 28 años. Mi mamá limpia ahora baños en un banco. Mi hermana de 14 años quedó embarazada, y el cura de la parroquia le dijo: si abortás, te vas derechito al infierno.

Sigue: “Mi hermano logró graduarse de agrónomo, pero dice que, si no encuentra trabajo, se irá del país. A mis abuelos los acomodamos en el comedor porque la jubilación no les alcanza… En la época de Cristina hacíamos asados los domingos con la familia, y hasta invitábamos a conocidos del barrio. En el verano, subíamos a la chata [camioneta], y pasábamos 10 días en Mar del Plata”.

Abrumada, la maestra interrumpió: “Perdón, no quisiera hablar de política, pero… ¿en qué momento empezó el rechazo al kirchnerismo?”

El muchacho se alzó de hombros. ¡Qué sé yo!, masculló. Mi viejo nunca fue peronista y la política le importaba poco. Pero sin darnos cuenta, el humor de la familia empezó a cambiar.

–¿A cambiar cómo? –inquirió la ­maestra.

El joven volvió a alzarse de hombros: “¿Cómo le explico?... Encendíamos la tele, y empezaban las discusiones. Mamá decía que gracias a Cristina, los abuelos conocieron el mar y que en la obra social les daban gratis las medicinas. Papá se ponía furioso: ¡Se robaron todo! ¡La yegua es corrupta! ¡Vamos camino a Venezuela! ¡Hay que apoyar al campo!…”

–¿Tu papá tiene campos?

–¿Qué campos, profe? Si las cosas siguen así, tendremos que vender la casa que mi viejo compró con su esfuerzo individual…

–¿Y cómo hizo para comprar la casa?

–¡Ah, eso sí! Cuando el gobierno de los K nos aprobó un crédito hipotecario, gritamos de felicidad. No podíamos creerlo…

–Y luego, votaron a Macri. A ver… ¿tu hermano se graduó en universidad pública o privada?

–Pública. La inauguró Cristina en persona, y está dentro del distrito. De otro modo, imposible. Mi hermano trabajaba y la de Buenos Aires queda a dos horas y media de acá.

La maestra resumió: “O sea que con los Kirchner tu papá pudo comprar la ­casa, tu hermano se graduó de agrónomo, la jubilación de los abuelos alcanzaba, en la obra social conseguían las medicinas que necesitaban, podían irse de vacaciones a Mar del Plata… ¿cómo crees que todo esto era posible?”

–No lo sé, profe... ¿Usted qué dice?

–Piénsalo. Te lo dejo de tarea.

La maestra terminó contando que el día de las primarias todos madrugaron en casa de su alumno, y en el desayuno el papá advirtió: “En esta familia somos siete, y cada día se come menos. Espero que no se equivoquen al votar. El gato [así le dicen a Macri]… ¡no volverá a engañarnos!”