l mundo está girando más despacio: las alarmas que anuncian una posible recesión económica están encendidas. Hasta hace unas semanas el semanario británico The Economist destacaba que, al terminar julio, la economía estadunidense cumpliría 121 meses de crecimiento económico ininterrumpido, lo que bien podría ser considerado la racha más larga desde que se empezó a tener registro.
No obstante, a pesar de que el crecimiento de la economía de Estados Unidos sigue en ruta, el miércoles pasado analistas económicos llamaron la atención, no sin cierto grado de preocupación, sobre la reversión en la curva de rendimiento de los bonos del tesoro estadunidense, lo que significa que las tasas de interés a largo plazo se encuentran por debajo de las de corto plazo, lo cual no augura un buen panorama. A pesar de que en el pasado la inversión en las curvas de rendimiento han sido una señal inequívoca de una recesión económica, hay quienes argumentan que se trata de una nueva normalidad
cuya importancia está siendo exagerada. Lo cierto es que en 2019 más de 30 bancos centrales del mundo, a los que recientemente se han sumado la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de México (BdeM), han recortado sus tasas de interés, y que el comercio global está condicionado por las diversas disputas comerciales que ha emprendido el gobierno de Estados Unidos.
Todo parece indicar que la alta oferta de dinero propiciada por la flexibilización cuantitativa emprendida por la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo, destinada en buena parte a la recompra de activos financieros, ha sido poco efectiva para detonar la inversión productiva. Hoy, a este problema se suma el hecho de que las disputas comerciales que el presidente de Estados Unidos ha emprendido con varios países del orbe, ha contribuido a generar incertidumbre en la cadena de suministro global, desincentivando la inversión y multiplicando la vola-tilidad de los mercados financieros, apresurándonos hacia una recesión. La gran interrogante que se abre a partir de esta realidad financiera global es aterradora: si la realidad política de polarización y el resurgimiento de grupos racistas, supremacistas y de ultra derecha, emerge con claridad a partir de la crisis financiera de 2008, cuáles serán las consecuencias en la próxima década a nivel social y político, de un mundo creciendo menos, generando menos empleos, repartiendo menos riqueza. El planeta y la historia contemporánea no han experimentado un cruce de bajo crecimiento, nacionalismos reditados y acceso a la tecnología y nuevas formas de interacción social como el que hoy prevalece.
Las condiciones parecen dadas: la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China, la renegociación del T-MEC, el Brexit, la situación económica de Italia, el menor dinamismo de la economía europea (empezando por el motor alemán), las recientes elecciones en Argentina (donde el remedio y la enfermedad ya no se distinguen) y la inestabilidad política en Hong Kong, son un fiel reflejo de que la política, lejos de ser un factor de certidumbre para la economía, se ha convertido en el principal obstáculo para la inversión y el crecimiento sostenido de la economía global. La confianza es un cristal y ese cristal se está resquebrajando.
Si bien la posibilidad de una recesión económica global, su profundidad y duración dependen en cierta medida de las medidas preventivas adoptadas por los bancos centrales y la capacidad de las instituciones ante escenarios no previstos, la certidumbre política será igualmente relevante para sortear con éxito las turbulencias por venir.
El crecimiento de 0.1 por ciento registrado durante el segundo trimestre del año es una señal oportuna, y nos impone la necesidad de adoptar medidas contundentes de corto y mediano plazo. El recorte en las tasas de interés implementado por el BdeM será exitoso para reactivar la economía en medida en que los inversionistas tengan la confianza de que las reglas del juego son y serán estables en el futuro próximo, pero de ninguna manera es una acción que por sí misma represente una solución. En un entorno global de incertidumbre, el acotar riesgos es aprovechar una oportunidad.
Ante un escenario en el que la recesión global es altamente probable, en los próximos años, México tendrá que dar un mensaje de certidumbre legal y madurez política, que nos distinga del resto de los mercados emergentes como país apto y capaz para la inversión. Nuestro país tiene un entramado institucional sólido, construido a lo largo de muchos años; estará en este marco de incertidumbre global con consecuencias directas en el ámbito social, ante el mayor desafío jamás enfrentado.