Woodstock
ace 50 años en la granja de Max Yasgur, en el estado de Nueva York, se realizó el festival Woodstock, donde se exhaló el último suspiro de lo que se llama los 60
, y desde entonces prevalece una profunda nostalgia por algo inocente y consciente a la vez.
Ningún evento o festival cultural aquí ha generado tantos libros, discos, documentales, imágenes, memorias (y con este aniversario se están produciendo aún más). Aunque dicen que si te acuerdas de Woodstock, no estuviste ahí
, el festival es punto de referencia y forma parte del consciente (y probablemente del inconsciente) colectivo de este país medio siglo después.
Fue una expresión vital, y precaria, una respuesta rebelde contra las convenciones y las reglas del juego estadunidense y un sueño efímero hecho realidad durante lo que llamaron tres días de paz y música
.
Abbie Hoffman, el gran payaso e intelectual activista subversivo de esa generación, explicó lo que bautizó como la Nación Woodstock, en su libro de ese título, y lo resumió, durante su juicio (conocido como los ocho de Chicago
), que se inició un mes después de Woodstock. Al ser interrogado en el banquillo de los testigos en el tribunal, se identificó así: “Mi nombre es Abbie. Soy un huérfano de America… resido en la Nación Woodstock”. ¿Y eso dónde está?, se le preguntó. Respondió: “Es una nación de gente joven enajenada. La cargamos con nosotros como un estado de ser de la misma manera que los indígenas Sioux cargaban a su nación Sioux con ellos. Es una nación dedicada a la cooperación versus la competencia, a la idea de que la gente debería tener un mejor medio de intercambio que la propiedad o el dinero, de que debería de haber otra base para la interacción humana… está en mi mente y en las mentes de mis hermanos y hermanas. No consiste de propiedad o material, es de ideas y ciertos valores... Es una conspiración. Actualmente, esa nación está cautiva en las penitencias de las instituciones de un sistema en decadencia”.
Tal vez la mejor canción sobre el festival fue escrita por una artista que nunca logró llegar, Joni Mitchell, cuyo coro es: Somos polvo de estrella / Somos dorados / Y tenemos que irnos / De regreso al jardín
(en referencia al Jardín de Edén). Un verso contiene este reportaje: Cuando llegamos a Woodstock / Ya éramos una fuerza de medio millón / Y por todas partes había canto y celebración / Y soñé que vi a los bombarderos... Y se estaban volviendo en mariposas / Sobre nuestra nación
.
Woodstock se llevó a cabo entre el 15 y el 17 de agosto de 1969. No hubo comercio y los asistentes no llegaron como consumidores. De hecho, cuando los organizadores, al darse cuenta de que en lugar de 40 mil asistentes que esperaban estaban llegando 10 veces esa cantidad, declararon que el evento era gratuito. No hubo policías, ni seguridad oficial, ni broncas mayores, un poco de ácido malo, y situaciones caóticas que se resolvieron –no todas bien– por una comunidad autogobernada sin autoridades durante tres días (el gran documental Woodstock presentado en 1970 regaló el festival al mundo y sigue siendo el registro definitivo; ahora hay nuevos para marcar este aniversario.
La música fue el centro, el eje, la ruta sonora de una conciencia común informada por resistencia a las guerras imperiales, al racismo, a las injusticias sociales del país, y un rechazo al american way of life. Las canciones –estaban ahí algunos de los mejores intérpretes y bandas de esos tiempos, desde Janis Joplin, al Grateful Dead, Creedence, Jefferson Airplane, Sly & The Family Stone, The Who, Crosby, Stills, Nash & Young, Joan Baez, Santana y más– estaban repletas de historias de estas luchas y resistencias y rebeldías que marcaron los años 60. Jimi Hendrix fue el encargado de cerrar el festival y su furiosa y encendida versión del himno nacional, repleto de guerras y gritos, y, pues, de rebelión, fue tal vez la rola más emblemática.
Los ecos de Woodstock aún se escuchan medio siglo después.