a convivencia entre nutridos grupos sociales y el nuevo gobierno de la República se atranca y torna de difícil trato y trayectoria. No parece haber tregua en la abierta disputa entre tales agrupamientos. La oficialidad, por su parte, afianza la decisión de insistir en la línea de cambios iniciada, sin descanso y con prisas audibles, desde hace varios meses. Trata, con premura, de abarcar ámbitos y procesos con el ánimo dispuesto para trastocar los sustentos del régimen sujeto a cambio. En contrapartida, los estamentos que gozan de un bienestar, por demás envidiable para el resto de la población, enraízan su notable coraje y redoblan la crítica opositora a ultranza. Cuanta iniciativa va surgiendo, para dar cuerpo a la transformación anunciada, desata una andanada que choca de frente y generaliza sus alcances y consecuencias. No parece, entonces, haber terreno disponible para la conciliación y el encuentro. Desde la cúpula del poder político bulle y se expresa, de manera abierta y firme, el propósito de conducirse de manera congruente con la voluntad popular emanada de las urnas. Y, desde el entramado establecido del régimen bajo asedio, se trasluce, también, el ánimo de defender sin tregua alguna las consideradas como bien ganadas posiciones.
El diferendo, aún sin pleno desarrollo pero con aristas ya muy rasposas, va dejando hondas huellas en el cuerpo social. No podía ser de otra manera. La confrontación en proceso tiene, inevitablemente, consecuencias no deseadas, al menos por una de las partes: la gubernamental que debe superar numerosos obstáculos adicionales. Para el otro contendiente, a juzgar por la retórica usada en su beligerante crítica, se llega a desear que, ciertos males previstos, se concreten de inmediato. De esta enredada manera, la recesión, predicada con tanta enjundia por numerosos actores, se hace aparecer clavada en la puerta de la administración federal. Recesión que, de materializarse, robustecería la inducida percepción de ineficacia y falso voluntarismo que, por muchos lados se le achaca. Toda una cauda de razones son alegadas para asentar, en la mente colectiva esta disolvente condena. Es por el lado opuesto, que el Presidente puede visualizar, como algo destacable, el ralo crecimiento económico (0.1 por ciento) que, sin duda, rebate pronósticos de quiebres y crisis inminentes. El Presidente, entonces, llama a fijar la atención hacia el masivo esfuerzo de mitigar las carencias de los grupos considerados vulnerables. Es, esta parte renovadora de la política, lo destacable del trabajo hacia una sociedad más igualitaria. El esforzado intento de insistir en la vigencia de los valores humanos perseguidos aunque sean insuficientes y padezcan los tropezones, recala en su intrépida puesta en operación.
El reporte de Coneval –recién publicado– de lo acaecido en la década pasada, (2008-18) es claro ejemplo de la ruta, insuficiente y hasta equivocada, seguida por los sucesivos gobiernos neoliberales. Ahondar en tales mecanismos y políticas de esa fe atrabiliaria fue y sigue siendo el meollo soslayado en la crítica sistémica. Esta ha incidido, de manera conveniente y hasta con ferocidad, en la parte gubernamental de tal responsabilidad. Muy poca atención ha sido puesta en la excesiva, rapaz concentración del ingreso colectivo y en la grosera riqueza de sus paladines. La abierta estrategia, de bloqueo legal sistemático (amparos) hacia los programas prioritarios del nuevo gobierno recibe, por mustia ausencia, apoyo tácito en la hegemónica difusión. Ningún miembro de la conspicua opinocracia ha enfocado, con el rigor necesario, tal vertiente de la lucha emprendida por la poderosa élite privada, todavía al mando de influyentes recursos. Recurrir a lugares trillados, como la vigencia de los mercados para salvar cualquier escollo argumentativo, sigue muy en boga entre los analistas y académicos que tienen salidas mediáticas. Pero, el lugar primigenio lo ha ocupado, por estos tiempos de polémica, el huidizo y hasta inasible concepto de la confianza. Y es aquí, precisamente, en este multicitado sentimiento, que se quiere, falsamente, hacerlo extensivo a toda la sociedad, donde se fincan toda clase de consecuencias y tragedias por venir. En realidad, la confianza se concreta, tal y como se le aprecia hoy día, en sólo algunos centros decisorios o, incluso, en particulares personas que tienen determinadas capacidades de inversión. De aceptar tan resumida visión se evita dar cabida a una más amplia concepción de la confianza: una que se manifieste en el complejo cuerpo social.