oco a poco, los amos del país
(Andres Manuel López Obrador dixit, 2010) se van reponiendo del aturdimiento causado por 30 millones de votos en 2018, y empiezan a mostrar sus colmillos: un dizque Proyecto de nación de largo plazo
, al que la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), denomina Alternativa por México
.
Liderado por el empresario regiomontano y ultramontano Gustavo A. de Hoyos Walther, el referido proyecto fue pensado por un excelso equipo de intelectuales fifís de extrema derecha, que ya han trazado las metas de su hoja de ruta y objetivos: impedir que México se convierta, primero Dios, en otra Venezuela
. Y para ello, aspiran a reclutar 6 mil 600 jóvenes, de los que surgirán cerca de mil 320 líderes, que tras ser seleccionados y capacitados se convertirán en agentes ciudadanos del cambio
.
Una chulada. Pero una chulada con ingentes recursos y pensada para confrontar con el populismo
de AMLO, y el de empresarios comprometidos a impulsar los programas educativos y de inserción laboral del gobierno nacional. Que, asimismo, trazaron su hoja de ruta: ayudar, durante el sexenio, a 15 millones de jóvenes mexicanos entre 15 y 29 años, a través de programas específicos.
A ojos vistas, el proyecto de la Coparmex responde a lo que el sociólogo inglés Michael Young (1915-2002) llamó ascenso de la meritocracia
( The rise of the meritocracy, 1958). Sólo que los chicos del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), ideólogos del proyecto, se lo tomaron en serio. Pasando por alto que Young escribió su libro en clave satírica, así como Jonathan Swift (1667-1745) recomendaba comerse a los niños para solucionar el hambre y la pobreza.
Cosa que sorprende. Pues dicen que en el ITESM son de excelencia académica
. Como fuere, la noción de meritocracia
(forma de gobierno basada en el mérito de los mejores
), tampoco fue inventado por Young. Con otras acepciones, la idea se remonta a la república ideal de Platón, o las enseñanzas del ultraconservador Confucio, reciclado mentor filosófico de la China comunista moderna.
Los jesuitas introdujeron en Francia las Analectas, de Confucio, y Voltaire, aventajado discípulo de la Compañía, escribió en 1770: “La mente del hombre no puede imaginar un gobierno mejor que el de China, donde todos los poderes están en manos de una burocracia cuyos miembros han sido admitidos después de exámenes muy difíciles (…) China es un país que premia la virtud y alienta el mérito: un campesino honesto y pobre se hace mandarín”.
Simultáneamente, los enciclopedistas se ocupaban de compilar los nuevos inventos y obras de arte para el progreso general de la humanidad
. Por ejemplo, el filósofo protocomunista Morelly soñaba con descubrir una nueva ley de gravitación aplicable al comportamiento de los cuerpos sociales que mantuviera en equilibrio a los hombres. Pionero de los manuales de autoestima, Morelly afirmaba que la ley del amor a uno mismo habría de desempeñar en la esfera moral la misma función que la ley de gravitación en el mundo físico
( Le Code de la Nature, 1755).
El conde de Saint-Simon (Claude-Henri de Rouvory, 1760-1825), le tomó la palabra. Considerado el padre de la sociología
junto con el filósofo positivista Auguste Comte (1798-1857), el imaginativo conde planteaba que el conocimiento auténtico es el conocimiento científico. Influyendo con fuerza en dos jóvenes que pronto darían de qué hablar: Carlos Marx y Federico Engels.
Pero a diferencia del combativo dúo dinámico, Saint-Simon promovía el cambio social dentro del orden
: acabar con la anarquía capitalista sustituyéndola por un nuevo estado dirigido por los científicos y por los industriales, que sustituirían a los incapaces
(curas, nobles y explotadores). Bueno, lo que en el siglo XX se llamaría tecnocracia
. Por ello, buena parte de sus seguidores fueron banqueros, industriales, inventores y financieros.
La sociedad sansimoniana, entonces, habría de ser organizada no como propugnaba el gran revolucionario Graco Babeuf (1760-97), sobre el principio de la igualdad, sino de acuerdo con una jerarquía de… méritos.
Saint-Simon dividió a la humanidad en tres clases: los savants (o sapientes
como los del ITESM), los propietarios y los no propietarios. Los sapientes
estaban llamados a ejercer el poder espiritual
, y a constituir el cuerpo supremo, que llevaría el nombre de Consejo de Newton
, ya que una visión había revelado a Saint-Simon que era Newton, y no el Papa, a quien Dios había elegido para sentarle a su diestra y para transmitir a la humanidad de sus designios ( Catecismo político de los industriales, 1823).
¿Ya me fui al carajo? Posiblemente. ¡El espacio! Ah… el espacio. En la próxima entrega, comentaremos el trasfondo del proyecto impulsado por la Coparmex y el compañero Gustavo A. de Hoyos Walther, y la sórdida relación entre meritocracia y neoliberalismo.