egreso, de manera reiterativa, a presentar un alegato –el anverso– a la andanada, del sistema establecido, en contra de cualquier iniciativa presidencial. Es, huelga decirlo, un empuje que mucho tiene de compulsivo, del inmenso aparato que aún domina el ambiente publico del país. Tal esfuerzo se atisba incansable, ramificado e intenso. No hay paso presidencial que no detone una desmedida y hasta arbitraria respuesta del viejo orden. Orden que todavía mantiene, bajo su férula, toda una inmensa gama de resortes de ataque y defensa, para mantener la hegemonía de la que ha gozado y desusado. Es por eso que la virulencia de sus retobos son, cada vez más, incisivos y notables. Aunque de manera irónica se hacen, también, más evidentes las limitantes a su interior. Sobresalen, sin que pueda evitarlo, las ineficaces intentonas por detener o tamizar el cambio que se les impone como necesario.
Es imprescindible alertar a la ciudadanía de lo disruptivo que pueden ser los mensajes lanzados por distintas voces pero con uniforme concierto en sus intenciones. Alerta conveniente debido a la muy amplia repercusión entre ciertas audiencias. En especial aquellas susceptibles a recibir tales influjos, ya sea por confluencia de clase o por su fácil acceso al conjunto de beneficios especiales que se presienten en riesgo. No pueden aceptarse y, menos aún, dejar pasar, las tentativas de adherirle al Presidente, el disolvente motejo de tirano. No se atreven, todavía y de manera directa, a predicarle tan nociva descripción –al menos no por ahora– porque saben de su clara impertinencia. Pero, andando el intenso reflujo de crítica y francos ataques, habrá tiempo suficiente para precisar, en la mente colectiva, dicha acusación. La táctica descrita, con sus escalones bien estudiados y multiplicidad de voces y perentorios tiempos, los que preceden a la posterior solicitud de destitución. Se pretende, de esta consabida manera, formar una masa crítica suficiente para avanzar sobre la exigencia de retornar a los moldeables y conocidos gobiernos del pasado. La ya bien aprehendida historia de los llamados golpes suaves de hoy en día.
Es casi un imposible solicitar, a la crítica sistémica, que desande su presente trayectoria de choque frontal y reiterativo contra la marcha emprendida por la nueva administración del país. Las ideas políticas centrales, que motivan la acción transformadora emprendida, se han publicado paso a paso sin ningún titubeo que las mediatice. Es, por este forcejeo que resalta la imposibilidad de moderación de uno u otra tendencias en juego. Puedo, a guisa de ejemplo y para atemperar el feroz enjuiciamiento hacia el gobierno, ejemplificar con el talante respetuoso del Presidente, en el caso de la Comisión Reguladora de Energía (CRE) de la cual soy comisionado junto con otras cuatro personas. En las reuniones sostenidas en Palacio Nacional, AMLO ha solicitado que, las autoridades de los entes regulados (Pemex, Cenace, Cenegas y CFE) respeten la independencia y autonomía de esta dependencia del Ejecutivo federal. No hay tal actitud de repudio o molestia hacia los organismos creados para moderar la interacción público-privada. No hay, en efecto, la tan propalada contrariedad del Ejecutivo federal contra organismos diseñados para matizar o, incluso, controlar las pulsiones hegemónicas, tanto del sector privado como del público. Lo que se puede observar, a las claras, es el cotidiano esfuerzo para mantener y hasta reducir las tendencias expansivas de las burocracias a crecer, ya sea inventando funciones o adhiriendo estructuras. El caso del Coneval ha sido, en este respecto correctivo, paradigmático en cuanto a la centralidad que ha jugado en la crítica. La figura de su director ha sido elevada al rango de estrella, rayana en lo indispensable, del análisis y la evaluación. Y tal vez pudiera serlo. Pero no por ello debe obligar a que su permanencia sea indefinida ni, tampoco, a propiciar un enfrentamiento con el Ejecutivo federal. Aceptar las políticas de austeridad significa sólo eso y no el ejemplo de ambiciones ocultas por desarmar los procesos y los organismos evaluatorios sobre programas sociales, tan caros al nuevo orden en marcha.