ste año se cumplen 500 de la llegada de Hernán Cortés y sus huestes a México-Tenochtitlan. El traumático encuentro dio lugar a la conformación difícil y dolorosa de una nueva nación. No obstante la brutal imposición de la cultura que llegó del viejo continente, la nativa era tan fuerte y de raíces tan profundas que marcó su impronta y hasta la fecha es parte fundamental del México actual.
De hecho, podemos afirmar que esa herencia, enriquecida con influencias europeas y asiáticas, es lo que nos distingue de otros países del mundo y motivo de gran orgullo: la gastronomía, el arte popular, el multilingüismo, la riqueza de tradiciones que se expresan en fiestas, danzas, música, indumentaria y tantas otras manifestaciones notables de los pueblos originarios.
Entre los actos conmemorativos de esa fecha sería buena idea regresar las esculturas de los tlatoanis mexicas Itzcóatl y Ahuítzotl a su ubicación original, en el inicio del Paseo de la Reforma.
Las estatuas son conocidas como Indios Verdes. Este nombre se les aplicó popularmente por el tono que el bronce daba a las dos figuras y que perduró a lo largo del tiempo. Ello llevó a que pasados los años quedó como único referente y se olvidaron los nombres de los personajes que representaban.
El origen de las esculturas se remonta a fines del siglo XIX en que se iniciaron los preparativos para diseñar el pabellón que representaría a México en la Exposición Universal en París, Francia, en 1889.
La Secretaría de Fomento de México solicitó a Antonio Peñafiel y a Antonio Anza presentar un proyecto que mostrara nuestro país. El edificio tenía 70 metros de largo, 30 de ancho y 14.5 de alto y según Peñafiel, se inspiraba en motivos y símbolos de diversas culturas mesoamericanas. El resultado fue un exótico collage con elementos de Tula, Teotihuacan, Xochicalco y Tenochtitlan, entre otras.
Se encargó al escultor Alejandro Casarín Salinas la elaboración de dos esculturas de bronce, de cerca de cuatro metros de altura y un peso aproximado de tres toneladas que representaran a Itzcóatl y a Ahuítzotl para presidir la entrada del pabellón.
El trabajo se realizó y... las monumentales esculturas nunca se fueron a París. Parece ser que su gran peso y tamaño hacían difícil y costoso el traslado, así que se decidió colocarlas en el Paseo de la Reforma.
La reacción de la sociedad porfirista fue muy negativa: se argumentaba que el estilo de las esculturas chocaba con las construcciones afrancesadas que las rodeaban y con el estilo clásico de la escultura ecuestre de Carlos IV, el popular Caballito.
En interesante texto Héctor Bialostozky nos cuenta que la prensa de aquella época los describe cómo momias aztecas
, ridículos y antiestéticos muñecotes
y adefesios
.
Ante la presión de las élites un par de años más tarde, en 1902, los trasladaron a la Calzada de la Viga. En 1920 nuevamente los cambiaron de lugar a la salida de la carretera México-Nuevo Laredo que actualmente se conoce como la México-Pachuca, al final de la avenida Insurgentes Norte.
En este sitio permanecieron hasta 1979 y una vez más los ya conocidos como Indios Verdes cambiaron de lugar para construir la línea 3 del Metro, y los colocaron en la estación terminal recién inaugurada que se bautizó con su nombre e imagen.
Y no los dejan descansar. En 2005 los movieron al cercano parque El Mestizaje, en la alcaldía Gustavo A. Madero. Ahí están rodeados de fuentes, un tramo del acueducto de Guadalupe y estatuas que representan a Don Quijote y Sancho Panza y un Monumento a la Patria que busca simbolizar el encuentro entre indígenas y españoles. Otro collage histórico como el pabellón de 1889.
Ahora se presenta la ocasión de que los Indios Verdes hagan su último viaje al regresar a su sitio original en Paseo de la Reforma y que recuperen los nombres de los personajes que representan. Ahora van muy bien con la arquitectura que rodea la antigua glorieta y con la escultura monumental de Sebastián que evoca la cabeza de un caballo.