20 de julio de 2019 • Número 142 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Entrevista a Víctor Manuel Villalobos

“Un campo con más visión ambiental y con el
foco de atención en los productores pobres”

Gerardo Suárez, Enrique Pérez y Cecilia Navarro

Algunos agroquímicos que ya están prohibidos en otros países se siguen usando en México, reconoce Víctor Villalobos. Cortesía SADER

La Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural enfrenta una transformación profunda y no cosmética. No solo cambió el nombre, también está cambiando el enfoque para impulsar la producción de alimentos en el país. “El encargo que me hizo el presidente de la República es hacer un país más productivo con mayor responsabilidad ambiental y más inclusivo, en el que el foco de atención son los productores más pobres”, resalta el titular de la Secretaría de Agricultura, Sader, Víctor Manuel Villalobos.

Sin embargo, a pesar de eso y del compromiso del presidente Andrés Manuel López Obrador de no permitir los transgénicos, el funcionario reconoce que se continúa y se continuará importando soya transgénica y maíz amarillo transgénico, por una serie de razones: precio, incapacidad del país para producir esos productos en las cantidades necesarias y el abandono del sector durante décadas. En esta entrevista, habla de los retos, los compromisos y los pendientes de la Sader, dependencia en la que recaen varios de los objetivos prioritarios de la actual administración.

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El 50 por ciento de los recursos de la dependencia se entregarán a los productores más pobres a través de los programas prioritarios como Producción para el bienestar, Crédito ganadero a la palabra y Precios de garantía. Se trata de saldar una deuda histórica con los productores más desfavorecidos del medio rural.

Para el secretario de Agricultura “el campo mexicano se divide en dos países: el del centro al norte, que es muy productivo, agroindustrial que ha sido muy apoyado y beneficiado; y el del centro hacia el sursureste, muy pobre, no tan productivo, aunque con una enorme riqueza en términos de suelos, clima y cultura.”

Refiere que, de acuerdo con la visión del presidente de la República, “tenemos que ver a todos los campesinos como productores, pero no podemos tener políticas públicas parejas, uniformes, de forma nacional. Tenemos que avocarnos en hacer políticas de fomento para el sursureste, o hacia el sector más pobre de la sociedad rural, que coincidentemente se encuentra en esa región del país, donde el 81 por ciento de la población rural vive de la agricultura de autoconsumo”.

Dependencia de importaciones y transgénicos

Para el secretario lograr la autosuficiencia alimentaria y la reactivación productiva del campo mexicano no es sencillo, ya que el campo mexicano padece un abandono de muchas décadas en las que no se ha hecho investigación ni extensionismo rural, “esto ha propiciado que utilicemos agroquímicos altamente tóxicos y fertilizantes en grandes cantidades sin sustento técnico ni conocimientos fundamentados, y que por eso se deterioren los suelos y se contaminen los cuerpos de agua,” explica en entrevista para La Jornada del Campo.

Otra de las consecuencias de no haber invertido en investigación y extensionismo, puntualiza, es que no contamos con estudios de suelos ni con variedades de diversos cultivos que nos permitan salir de la dependencia de importaciones de alimentos como el maíz amarillo, del cual compramos al extranjero, cada año, 16 millones de toneladas.

Alrededor del 80 por ciento del maíz amarillo que ingresa al país es transgénico, de pésima calidad y tiene aflatoxinas. “No podemos comprar maíz amarillo en el exterior que no sea transgénico, porque no se oferta. Los principales productores son Estados Unidos, Brasil, Argentina y Nueva Zelanda y lo producen transgénico”, detalla el funcionario.

Añade que si quisiéramos pedir maíz amarillo que no sea transgénico tendríamos que pagarlo con un sobreprecio de entre el 40 y 50 por ciento y los principales perjudicados por esos incrementos en el costo sería la población más pobre, debido a que el maíz amarillo se utiliza para las industrias avícola, porcícola y ganadera, y puesto que las proteínas más baratas son el pollo y el huevo los precios se elevarían y perjudicarían directamente a los consumidores.

Víctor Villalobos plantea que, si quisiéramos producir ese tipo de maíz en México tendría un mercado muy grande, porque las grandes industrias lo demandan, sin embargo, no contamos con las variedades adecuadas para producirlo. Esta es otra consecuencia del abandono a la investigación y desarrollo de variedades de maíz amarillo.

“Como durante muchos años se privilegió la producción de maíz blanco en el país, tendríamos que reconvertir superficies de cultivo a estas otras variedades y éstas deberían ser igual de competitivas como las del maíz blanco que producen en Sinaloa, con rendimientos de entre 10 y 12 toneladas por hectárea. De otra forma no sería rentable para los agricultores.”

Lo mismo ocurre con la soya, otro de los cultivos de los cuales México es altamente deficitario. El 80 por ciento de la soya se importa y también es transgénica. “Como en México está prohibida la soya transgénica y no hay mejores variedades que sean rentables y productivas, también la vamos a seguir importando y transgénica,” subraya.

Agrotóxicos sin medida

La falta de un verdadero sistema de extensionismo rural con bases fundamentadas en la investigación ha propiciado muchos problemas en el sector agropecuario mexicano, como el uso desmedido de agroquímicos, pesticidas y fertilizantes.

Víctor Villalobos indica que “nosotros estamos conscientes y hemos señalado que no se ha hecho una revisión de los inventarios de algunos agroquímicos que ya son caducos, que incluso ya están prohibidos en otros países y acá en México se siguen aplicando. Tiene que ser la Cofepris quien revise la lista y que la someta a revisión de Agricultura, de Semarnat y de Economía, y los caducos y altamente tóxicos tenemos que sacarlos del mercado.

Un ejemplo de estos componentes caducos y muy dañinos, subraya el funcionario, “es el malatión, conocido como ‘mata todo’, es altamente tóxico, es veneno que afecta mucho y que no se descompone porque son moléculas muy estables, entonces contamina suelos y acuíferos y daña a la salud.” Este componente aún se utiliza mucho y sin mayor regulación en el país.

Su propuesta es la promoción de la extensión agrícola para utilizar componentes más sostenibles, saludables y reducir el uso de productos nocivos. “Es muy importante trabajar con los productores en medidas de salud, porque en ocasiones las personas utilizan los recipientes de los agroquímicos para transportar agua para preparar la comida o consumirla, eso es muy dañino”.

El funcionario comenta que desde la dependencia se está impulsando mucho el control biológico de plagas, el manejo integrado de plagas, que no excluye el uso de los agroquímicos, sino que fomenta su uso racional con base en conocimientos fundamentados del comportamiento de las plagas y patógenos.

Resume que al haberse perdido el extensionismo y la investigación para el campo mexicano, la forma de controlar las plagas en el país es a través de un calendario de aplicación, se hace con aplicaciones periódicas, que requiere más uso de productos y mayor contaminación. “Queremos hacer una práctica extensiva el conocimiento y control biológico de plagas.”

Lo mismo está ocurriendo con los fertilizantes, como se dejó de hacer estudios de suelos, pues ya no sabemos con precisión que fertilizantes utilizar, en qué condiciones ni las cantidades adecuadas. “Los químicos no son malos si se aplican adecuadamente, pero ahora que no hay un soporte técnico estamos contaminando porque no hay un acompañamiento técnico.”

Además, abunda Víctor Manuel Villalobos, “en México tenemos un problema cultural, porque nos gusta tener los suelos muy limpios, sin ninguna basurita, se hacen quemas del material orgánico, no incorporan los residuos de la cosecha y esto no permite la mejora de los residuos orgánicos ni el desarrollo de los microorganismos que mejoran considerablemente la fertilidad.”

Pone como ejemplo el caso de la región del Bajío, en donde “al terminar la cosecha de trigo se ponen a quemar los residuos, entonces se quedan las cenizas y eso le cambia el ph al suelo, lo sustituyen con fertilizante químico para hacer productivo al suelo.”

Plantea que “la solución a este problema es que la Secretaría de Medio Ambiente debería prohibir las quemas agropecuarias y nosotros, como Sader, sancionar el mal uso de los residuos orgánicos”.

Reitera que las quemas agrícolas no son necesarias, “esas técnicas ancestrales de tumba rosa y quema no son necesarias. Anteriormente las comunidades trashumantes se iban metiendo a la selva y hacían esa rotación, pero esas prácticas ya no son permitidas.”•

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