Opinión
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Jaime Ros
E

l pasado 7 de julio falleció, tempranamente,el entrañable colega Jaime Ros. Lo ha escrito en estas páginas Rolando Cordera el pasado domingo. Jaime fue un ser humano de gran dimensión y un economista de extraordinarias capacidades; de ello habla su brega permanente, serena y vigorosa, en la tarea de señalar siempre con precisión las falacias y equivocaciones de la contrarrevolución neoclásica ­­–conocida en los medios como neoliberalismo–; su entrega sin ambages a la formación de economistas de alto nivel; su dedicación ardua al trabajo exigente de la investigación económica; su sencillez y paciencia, cargada de sólido conocimiento, en el trato a sus adversarios teóricos; su cordialidad al compartir sus saberes profundos y minuciosos, especialmente su conocimiento macroeconómico de México.

El 12 de diciembre de 2017 la Universidad Autónoma Metropolitana le otorgó, más que merecidamente, el grado de doctor honoris causa. Hizo entonces un discurso premonitorio, dedicado a recorrer el camino de su formación y el de su investigación y disenso con el mainstream económico que se impuso durante los años 70 del siglo pasado en todo el mundo. Expresó al cerrar su discurso: “Seguramente terminaré mi vida profesional de la misma manera en que la empecé: dirigiendo una revista dedicada enteramente a analizar los problemas actuales de la política económica en México…” Así ocurrió, puntualmente. “Concluyo, escribe Ros, volviendo al inicio de esta presentación, me formé en la macroeconomía keynesiana y la economía clásica del desarrollo. Ello me ‘condenó’ a nadar contra la corriente a lo largo de mi vida profesional, que comenzó justamente cuando la corriente principal de la profesión cambió.”

En su alocución Ros recuerda que además de esas dos vertientes de pensamiento, su formación estuvo influida por los pioneros de la economía del desarrollo: Ragnar Nurkse, Arthur Lewis, Raúl Prebisch, Paul Rosenstein-Rodan, Gunnar Myrdal y Albert O. Hirschman. Todo ese cuerpo de teorías fue desplazado por la contrarrevolución neoliberal durante los años 1970, con el choque petrolero de 1973-74 que trajo a la economía mundial el estancamiento con inflación .

En México, a partir de 1982, escribe Ros, “son años de los programas ortodoxos de estabilización y ajuste del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que condujeron a la década perdida [de América Latina]… Nunca antes ni después, fueron tan draconianos los ajustes fiscales ni tan restrictivas las políticas monetarias…; la propia crisis de la deuda externa, más que la consecuencia de un [supuesto] populismo macroeconómico… fue un legado genuino de la contrarrevolución monetarista”, un resultado de la ultrarrestrictiva política de la Reserva Federal de Estados Unidos que acarreó a ese país la mayor contracción económica (hasta entonces) y un crecimiento vertical de las tasas de interés que contribuyó en forma decisiva a generar la crisis de la deuda latinoamericana. De la noche a la mañana, todos los deudores latinoamericanos se convirtieron en países ­sobrendeudados.

Desde el Centro de Investigación y Docencia Económicas, Ros y su grupo, en desacuerdo con el diagnóstico de la nueva ortodoxia, propusieron una estrategia alternativa a efecto de estabilizar la economía e impulsar cuanto antes el crecimiento. Fueron esos años los primeros de su fructífera vida profesional. Vinieron después su aportaciones en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, en el World Institute for Development Economics Research de Helsinki, en Ginebra en la Comisión del Sur (que produjo un Informe sobre el mundo en desarrollo con un enfoque distinto del en boga Consenso de Washington); en la Universidad de Notre Dame y el Instituto Kellogg, en la Universidad Nacional Autónoma de México… Añado apenas unos cuantos de sus momentos notables, formulados hacia el final de sus años siempre ­constructivos.

En 2000 publicó su libro erudito La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento. En los años siguientes, advino el auge del neoinstitucionalismo y su empleo en la explicación de las diferencias entre países en niveles de ingreso y tasas de crecimiento; llegó combinado con la teoría neoclásica del crecimiento. “La síntesis de este modelo con las contribuciones de los neoinstitucionalistas –un neoclasicismo arropado de neoinstitucionalismo– se convirtió en la ‘nueva’ ortodoxia…” De cara a este nuevo momento, Ros escribe Repensar el desarrollo económico, el crecimiento y las instituciones, publicado en 2013, con el propósito de actualizar el del año 2000. La nueva ortodoxia inspiraba el diagnóstico dominante que hacía hincapié en una liberalización económica incompleta y en la presencia de fallas institucionales como explicación del lento crecimiento de la economía. En ese mismo año escribe Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico de México. Su crítica fue certera. Lejos de haber acelerado el crecimiento, la economía mexicana creció a un ritmo menor que el registrado antes de la crisis de ­2008-09.

Estas líneas dicen adiós a Jaime; su pensamiento lúcido y pulcro, quedará con Adriana y con sus amigos.