Opinión
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Aprender a morir

Adoptada y pretendida

M

argarita Elisa, adoptada y luego pretendida por Amado Nervo, dice en su novela biográfica Vida, ¿nada me debes?, de próxima aparición: Me temía algo peor. Todos nos tememos algo mucho peor de lo que en realidad implica el hecho de dejar de respirar para siempre. Sin embargo, no por ordinario deja de ser extraño y novedoso esto de morirse uno. De entrada, comprobar que desaparecen todos los dolores que te hayan aquejado hasta el último momento. Un instante después apenas alcanzas a recordar cómo era el dolor que te oprimía sin piedad la parte aquejada y el resto del organismo, incluida la conciencia de saberte enferma, postrada, operada, soportada, relegada, medio compadecida, y desde luego diferente al resto de los mortales normales, que despreocupados gozan, mientras la descuidan, de una salud tan fugaz como la propia existencia.

“¿Por qué se nos infunde el miedo a la muerte? ¿Con qué propósito? ¿Para provecho de quién? A la postre ese miedo ancestral sólo ha servido para que le temamos a la vida aunque, a decir verdad, nunca le tuve miedo a la muerte o, mejor dicho, a mi muerte, seguramente porque desde pequeña me vi obligada a familiarizarme con sus múltiples formas de agobiarnos y embaucarnos. Y si como gustaba de repetir El Señorín: ‘Partir es morir un poco’, entonces mi familiaridad con este tipo de muerte data de mi más tierna infancia –no sé por qué me encanta repetir esa frase–, al tener que cambiar con frecuencia de casa, barrio, colegio, internado, país, idioma y afectos, o el fugaz avistamiento una tarde en París de quien supuestamente era mi padre biológico, o el fallecimiento de mi tía y al poco tiempo de mi abuela, o las prolongadas ausencias de mamá y su inoportuna muerte cuando finalmente ella y el señor Nervo habían acordado aceptarme en su piso de Madrid, o los siete años de esa reveladora y agridulce convivencia con la persona real detrás del prestigiado poeta, escritor y diplomático mexicano, o el previsible final de éste luego de aquel desalmado viaje de la Ciudad de México a Buenos Aires vía Laredo, Nueva York, El Havre, París, Tilbury, Madeira, Cabo Verde, Río de Janeiro y Montevideo, entre banquetes, recitales, conferencias, entrevistas y obligaciones de su nuevo cargo, o la muerte de mi hijita cuando iba a cumplir tres años, o la muerte de mis recuerdos, del amor, de la belleza o de Dios, tan simple en las devociones y tan oscuro en sus designios…”