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Entre vítores de sus fans, Jaime López celebró 50 años de músico, en el Teatro de la Ciudad
 
Periódico La Jornada
Lunes 15 de julio de 2019, p. a10

Quede constancia: la noche del sábado 13 de julio de 2019 Jaime López firmó su consagración como el mejor músico de México frente al butaquerío atestado del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, cuyos aplausos, vítores y cantos completaron sus versos y confirmaron su valía.

Dos horas y media le bastaron al maestro para dictar cátedra. Solamente una guitarra pero mucha poesía.

Sencillez extrema amenizada con referentes catedralicios, por ejemplo, ubicar una historia de amor: te veo más allá del muelle como en bruma en Tampico, pero al mismo tiempo al escucha le retumba en el oído el Cementerio Marino, de Paul Valery.

Dejó de ser esta noche Jaime López un músico de culto para convertirse en lo que ya era pero no se había reconocido: un autor sólido, honesto, completo, hacedor de la mejor cronología del sentir popular, del decir anónimo que cobra vida en sus canciones donde todos están retratados.

Guitarrista de concierto por igual que monumental ejemplo del mejor rocanrol del mundo, continuador del eje mágico, del remolino que comenzó hace décadas y evoluciona con el vaivén del decir popular, del sonido de la alcantarilla a medianoche, cuando el músico se ve rodeado de noche y de poesía: ratas aterradas me rodean.

Foto
▲ Jaime López se plantó en el proscenio con una guitarra y versos geniales.Foto Pablo Ramos

Jimmy Page convertido en músico de son huasteco, Tom Waits en impensables falsetes broncos y serranos, Joan Manuel Serrat aterrizado en la colonia Portales (de Mileto) en lugar del azul Mediterráneo.

Cuando a un loco solitario que se planta, aventurado, frente a un público en penumbras tan sólo con una guitarra en mano y el graderío cobra vida y le comienza a completar las estrofas, es porque ese loco solitario no solamente no está solo sino que es un genio, un músico de a de veras, un Prometeo desencadenado.

Fue así como Jaime López celebró en el Teatro de la Ciudad, plantado en el proscenio con una guitarra y versos geniales, sus primeros 50 años como músico chilango, fronterizo, tampiqueño, huasteco, jarocho, cholo. Tan universal como lo puede ser todo artista que comprende su pequeña aldea y la retrata íntegra y cabal.

Quede constancia.

Nada más.