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Ver día anteriorLunes 8 de julio de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Iban por unos pulques
N

o que amanecieran de malas, pero al mismo tiempo pensaron que les vendrían bien unos pulques porque los iban a alegrar, como ocurre. Tras rápido mensajeo textual y figurativo quedaron que en el portal y 10 minutos después ya caminaban a la cueva de don Rufino, madriguera de los desesperados de la mañana siguiente en las inmediaciones de Lázaro Cárdenas. Llegaron. Los murales de tan viejos se habían vuelto abstractos, y ese aire de anticuada modernidad le complacía a Melo. A Fer le daba igual, con que hubiera la bebida de la divina baba.

‘Nas tardes, don, ¿qué haciendo?

–Aquí perdiendo mi tiempo con los curados –se quejó don Rufino por encima del ruido de la licuadora destapada que no paraba, diríase que se le iba a quemar el motor, pero desgraciadamente no. Lo de Fer era casi jaqueca. En cuanto sorbió su tarro inaugural, y de inmediato se recetó la mitad de un tirón, se le pasaron la sed, el hambre y las preocupaciones. El sonido de la licuadora dejó de taladrarle. A gritos, para que oyera Melo, confesó:

–Compadre, yo ya no entiendo nada.

–¿Qué no entiende, compadre?

–Pos todo, o sea nada.

Melo pensó un instante y por todo comentario se empinó el tarro y le rebajó los niveles de forma drástica. Fer concluyó su tarea, golpearon a la vez la mesa de formaica roja con los tarros huecos, se miraron a los ojos, y Melo preguntó:

–¿Hablas de lo de tu cuñada, la que te gusta?

–No, deja eso. No entiendo nada en general. Y mi mamá, menos.

–¿Qué vergas tiene que ver tu jefa?

–Es que la pobrecita deveras ya no entiende ni la hora. Está de sanatorio.

Otro sorbo filosófico. Hasta vaciar. Qué rápidos. El Sagaz, galopín y mesero medio mudo y de mala oreja, leyéndoles el pensamiento les repuso. A Fer le agradó el relleno de tanque y libó de inmediato. Separarse el tarro de los labios y tenderse entre ambos la baba equilibrista fueron uno. Los compadres permanecieron en silencio lo que les tomó consumir la nueva dosis y a Melo pensar en un taco con sal y salsa para acometer la tercera. Caminó a la barra de granito azul. Don Rufino apagaba la licuadora con fastidio, tirando las latas de La Lechera a un cubetón chorreado. Sobrevino un silencio agradable, sin la Osterizer zumbando. Del tortillero Melo sacó dos tristes masecas, del molcajete un cucharonazo de salsa verde y de su boca una palabras:

–¿Para qué tanto curado, don? La diosa no necesita de Nestlé, no chingue.

–Es por los estudiantes, los turistas, las señoras y las señoritas –lamentó don Rufino, y no que no le guste preparar curados, pero no tantos, ahora que la bebida de los dioses y de los pobres se está poniendo de moda. Melo de pronto se clavó en los murales incomprensibles, ruinosos. Engulló tan rápido su taco que parecía nomás estarse lamiendo los dedos. Fer a sus espaldas brindó el tercero, y el cuarto, a solas, atendido por El Sagaz pero abandonado por su compadre en la esquina mirando las paredes que al parecer le hablaban. El local es reducido, uno siempre está cerca. Cuando Melo abrió el hocico, don Rufino, Fer y los pocos bebedores de la hora escucharon perfectamente:

–¡Córranle que nos agarran los 400 conejos, ay, mamacita Mayáhuel, tenles compasión! Padre Petécatl, bájale a tus hierbas, no nos comas la razón.

Fer y don Rufino intercambiaron miradas de extrañeza. El Sagaz no mostró enterarse pero los vio, volteó hacia el rincón y se encontró con Melo dirigirse a las paredes como un orador a su público o un suplicante en las costuras secretas de un templo.

–Escuchen, ya canta el ave zacuán, bebamos la flor de la guerra, se escucha la trompeta de los tigres, ¿no la escuchan? El águila pega de gritos.

–Oiga don –dijo fuerte Fer–, ¿qué le echó a su pulque?

Don Rufino hizo un ademán desdeñoso, de yo no le puse nada. Melo parecía en trance prehispánico como por efecto de las raíces del ocpatli, pero el don no aceptaba la insinuación que su néctar llevara muñeca, era limpio, de la mejor calidad. Melo se petrificó y pasó a murmurar como que rezos, como que sinsentidos, trabalenguas de borracho.

Al otro día, repuesto del pecaminoso quinto pulque (los dioses sólo permiten cuatro), iría a casa de Fer para decirle que tenía la respuesta. ¿Cuál?, preguntaría Fer. Melo iba a decirle que no hay nada que entender pero se distrajo con la televisión de la mamá demente de su compadre y olvidó el motivo de su visita.