Sábado 6 de julio de 2019, p. a12
El verbo, el furor, la frontera, la noche en la ciudad, la calle sórdida, el hotel de paso, el antro, la cantina, las luces de la ciudad, el neón, los faros de los coches, las patrullas, las sirenas de las patrullas, los motores, los gritos de las calles, las palabras, el amor por las palabras, la debilidad por el juego de palabras, la guitarrita de palo, el rocanrol, el puro y duro rocanrol, las cumbias, el Piporro, Tintán, el chilango, el norteño, la frontera, la migración, el tiempo, el paso del tiempo, el amor por la música.
He ahí un músico. Un gran músico.
Se llama Jaime López.
El autor del Disquero voltea alrededor y no encuentra un músico mexicano que supere a ese tal Jaime López.
Su música es tan buena que la aprecian los conocedores, la banda, los jodidos, los solos, los necios, los aferrados, los intensos, los que sí saben de poesía, los que viven del lado moridor.
Jaime López celebra su jubileo de ser ‘‘más chilango que la Torre Eiffel”. Hace 50 años, ‘‘en el erótico 69”, llegó a la ciudad de México. Y vive para contarlo.
Hace tres semanas se presentó en el Foro del Tejedor. Solo. Solito y su alma. Comenzó a eso de las 20:40 horas y era ya otro día, más de la una de la madrgada, cuando los autores del Disquero tuvieron que emigrar pero el tal López seguía ahí, cada vez más arriba, cada vez más intensamente en pleno vuelo, cada vez más músico. Un prodigio musical.
Solo. Solito y su alma. Una guitarra acústica con ampli, un sombrero caifán, una copa de vino. Un buen de canciones. Borbotones de canciones. Otra y otra y otra y otra y el tiempo se detuvo.
Voz en aullido, en falso falsete, gutural, en gritos hacia lo agudo (el águila vuela alto, emite un graznido, se desliza cielo abajo vertical sobre su presa) en maullidos en fango, enronquecido, enloquecido, verso tras verso diverso.
Guitarrea. Tan sólo como guitarrista es enorme. Elemental, sencillo, como debe ser el buen rocanrol.
Y contó historias. Muchas historias. Nos habló nuevamente de un tal Ricardo Valenzuela que pasó a la historia con su nombre gabacho: Richie Valens; ‘‘pero ese vato es de acá, ese”, y la hizo, la historia, con música golfa, del Golfo, La Bamba pero en rocanrol.
Y el tal López puso a mover todas las rocas del desierto del Norte con música jarocha mojadas sus rocas en pleamar, golfa, música golfa y solfa.
Tocó muchos rocanroles bien chingones toda la noche y hubo un momento en que nos dijo a quienes le hacíamos hemiciclo en el Foro el Tejedor: ‘‘el 13 de julio vamos a llevar esto al Teatro de la Ciudad”.
Y uno pensaría que en ese forote habría de invitar a Cecilia Toussaint, Emilia Domínguez, José Manuel Aguilera, los tacubos…
Pero no, porque tendremos la fortuna de que Jaime López estará solo en el escenario del Teatro de la Ciudad este próximo 13 de julio para celebrar su medio siglo de chilango.
Y será un concierto aún más memorable que el que disfrutamos tres semanas antes en un pequeño foro de la colonia Roma.
El Disquero se congratula.
La edición de hoy está dedicado a este gladiador de la canción y la palabra y el mejor rocanrol de México.
Sus discos andan por ahí: consíganlos, y si no, pues conéctense a Spotify, ahí está un buen de sus grabaciones.
Ah, y si sucede que algunos de quienes estén leyendo este texto no conocen a ese tal Jaime López, les diré que se trata del mejor músico de México. Me cae. Volteen alrededor y demuéstrenme lo contrario.
La Sociedad de Autores y Compositores de Música registra 166 canciones en su haber.
Aquella noche en el Foro el Tejedor no cuadraban las cifras. Si ya era más de la una de la madrugada y Jaime López no dejaba de ascender en intensidad, inspiración y fiesta y sonaban temas viejos y nuevos y conocidos y poco frecuentados y todo parecía seguir hasta que amaneciera, entonces las cifras no cuadraban. Jaime López no es un autor prolífico. Es el músico que México todavía no se da cuenta que tiene como la mejor encarnación de la cultura popular, el verso culto, el verso oculto, el juego de palabras, la ironía, el desamor, la aventura, la música rasposa, hirsuta, dura y madura.
El buen rocanrol, la sabrosura de la cumbia, la intensidad del bolero, la música de la calle, el arrojo del arrabal, el paso a desnivel, la colonia Portales, la luz de neón, el tanguito achilangado, la ironía, siempre el buen humor, el humor corrosivo, el verbo, las aliteraciones. La palabra en juego.
Hay fogonazos que alumbran a quienes no conocen bien a bien a Jaime López: La chilanga banda, que dio vida a un grupo mexicano que ya había dado de sí y con esa rola renació Café Tacuba, no es la única ni la mejor ni el emblema de la vasta obra de Jaime López. Hay en esa obra, eso sí, fragmentos del vitral, pinceladas del gran mural urbano que conforman su aportación monumental a la cultura mexicana.
Lo más chingón de todo esto es que Jaime López no se la cree ni se le va a subir la fama ni los humos ni se va a creer el muy muy. Él sabe lo que es: un músico. Y eso lo ennoblece. Lo consagra.
No es, tampoco, ‘‘el Bob Dylan mexicano”, vaya injusticia. Quienes dicen eso no conocen a Robert Zimmerman, como gusta Jaime López de nombrar al autor de Blood on the tracks.
En todo caso, le queda más cerca Leonard Cohen. Vaya, si de aseveraciones temerarias e imprecisas se trata, ¿por qué no Tom Waits?
Lo que sí es Jaime López: un gran compositor, un gran guitarrista, un gran cantante de rock, un imaginista, un poeta maldito, un sabio burlón, un joven desmadroso, un chilango golfo, porque del Golfo viene, de allá donde su paisano Rigo Tovar, y la roló en Ciudad Juárez y en Nogales y además de Chihuahua y Sonora, en la región más jarocha de Veracruz y en la frontera de Tamaulipas con Nuevo León, donde vio lo que solamente seres tocados por la gracia como el ciego Homero vieron: la epifanía.
Ese es Jaime López, el mejor músico de México, cargo honorario que ganó a pulso simplemente por hacer algo que pocos logran: ver, vivir, oler, tocar, revolcarse con esa señora sublime, la epifanía.
Y vive para cantarlo.
Amada lectora, amable lector del Disquero: vayamos en bola a vivir la epifanía este 13 de julio en el Teatro de la Ciudad: señoras y señores, con ustedes, el mejor músico de México: Jaiiiimeee Lóoopez.
Ya dije.