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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CVII)

L

os que faltaban…

Tanto escribir y casi olvidar.

Los caballerangos, pues.

“Olvera, Chano y Chaparro, éste mejor conocido como Chori, abreviatura de Chorizo. Chano se hizo después picador, pero nunca dejó de ser mi caballerango en tanto anduvimos por América. De rostro algo oriental y palabras medidas, era un trabajador incansable, no habiéndose acostado nunca, por cansado que estuviera, sin haber visto primero que los caballos tuvieran cama y abundante alimento. A mí me hacía gracia ver a mi caballerango vestido de picador y aparentemente más preocupado con los caballos que con su propia actuación.

“A través de los años y de los viajes tuvimos ocasión de conocernos todos divinamente y al cabo del tiempo quizá lo que más nos uniera fuese precisamente nuestros pequeños puntos de discordia y que recuerdo con más cariño. Empezaban las discrepancias porque Ruy y yo nunca estábamos de acuerdo respecto de las horas más convenientes para viajar. Ruy era noctívago y a mí me alegraba más viajar de día; a mí me gustaba el tren y Ruy lo aborrecía. La discusión era diaria y Asunción –Santa Asunción, como la llamaba la cuadrilla– era quien equilibraba la balanza. Luego, Fernando se picaba porque le tomábamos el pelo con el cuidado que tenía con sus cosas. Lo primero y lo último que decía al viajar era:

‘¿Dónde están mis cosas?’

“Meléndez era el supersticioso. Encontraba explicaciones sobrenaturales para todo. ¿Qué el toro malo era el 26? ¡Eso qué tenía que ver! Habíamos lidiado dos toros y el 13 era mal número, pues dos por trece eran 26. ¡Allí estaba la explicación del toro marrajo! ¡Ay, los malos ratos que le hice pasar, colocándole culebras de barro en el coche!

“Al Yucateco, que aparentemente era muy formal, le gustaba celebrar las corridas buenas con una juerga. Para eso desaparecía, discretamente, después de darme la enhorabuena. Pero una madrugada quiso meter un burro en el hotel de Tijuana y despertó a todo el mundo.

“El cuidado que tenían conmigo los componentes de la cuadrilla llegaba a la exageración. Meléndez le propinó una paliza al encargado –pocho– de una plaza fronteriza, porque se atrevió a decir que yo no podía ensayar los caballos en el ruedo. Por cierto que acabamos la tarde atrincherados en la enfermería de la plaza, Ruy, Fernando, Meléndez, Chano, Teodoro y yo. Teodoro distribuyó espadas y puntillas y con ellas desenvainadas esperamos la revancha del guardia, que nos advirtieron había ido por armas y amigos. Menos mal que apareció primero la policía y salimos con bien del apuro. Dentro del ruedo los cuidados redoblaban y no faltó vez en que alguno de mis peones sufriera una cogida debido a la precipitación de su quite.

“No obstante los cuidados de mis peones, un bravo novillo de Torrecilla, cuyos pitones conservo de recuerdo, me alcanzó de verdad. Pasé entonces por aquello del shock y la coramina y el parte facultativo, que apenas conocía por las crónicas taurinas. Recobré el conocimiento y no sintiéndome mal, hui de la enfermería hacia la plaza. ¡Si no me faltaba más que la estocada! Al rato regresé feliz con las orejas en la mano.

Convalecía serenamente en el conventual sanatorio Beata Margarita, vigilada por el doctor Mota Velasco, eminente cirujano que me operó, cuando vi por la ventana de mi cuarto que daba sobre el patio un espectáculo inédito: dos monjas llevaban un tanque de oxígeno para acudir a un enfermo. Por debajo del tanque se asomaban tres pares de piernecitas muy sucias. Alguien las vio y dio la alarma, pero ya era tarde; en mi cuarto estaban tres caritas muy graciosas, que apenas conseguían asomarse por encima de mi alta cama.

No nos dejaban entrar y queríamos verte, dijeron.

(Continuará)

(AAB)