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Tseltales de Bachajón Jun Pajal Otanil: vivir en un solo corazón Manuel Roberto Parra Vázquez Investigador de El Colegio de la Frontera Sur y profesor de la Universidad Autónoma Chapingo
Vivir en armonía es un propósito de los tseltales de Bachajón. La idea de estar bien con la madre tierra, “conmigo mismo”, “con mi familia” y “con mi comunidad” se extiende más allá del territorio tseltal e incluye a quienes no somos tseltales. Jun Pajal Otanil es una práctica social que se renueva constantemente. No sólo en los ciclos rituales, sino también en la vida cotidiana con la práctica del respeto, el servicio, el diálogo. Vivir en un solo corazón enfrenta riesgos. El agotamiento de los recursos que están al alcance de las comunidades puede provocar disputas internas por su control. Las injerencias del exterior rompen la armonía y generan conflictos. Del diálogo con diversas comunidades surgió la idea de que la fragmentación y desarraigo que se vive ahora requiere un trabajo especial para recobrar la armonía. Y que para recuperarla hace falta incluir elementos externos a la comunidad. Así germina la idea de construir una herramienta intercultural para facilitar autodiagnósticos que permitan conocer la estrategia de vida actual y diseñar un cambio de estrategia. Para el diseño de esta herramienta La Misión Jesuita de Bachajón invitó al grupo de Estudios Socioeconómicos y Gestión Territorial de El Colegio de la Frontera Sur, para acompañar a los cargos tseltales en el diseño de esta herramienta. Partimos de la conciencia de que cada grupo participante tiene diferentes marcos de acción: los cargos con su cosmovisión tseltal, el grupo de la Misión de Bachajón con su visión espiritual y de bienestar social, y el grupo académico orientado a la innovación socioambiental. Paulatinamente se dio un diálogo de saberes transdisciplinario que permitió identificar cuatro preguntas que nos llevaron a reconstruir el Modo de Vida Tseltal. La pregunta ¿qué deberíamos hacer? se sitúa en el plano de la subjetividad, y se refiere a las emociones, actitudes, motivaciones y valores. Las respuestas se encuentran en la cultura tseltal, destacando el principio Jun pajal otanil (armonía), asociado a la Sc’ubul Ch’uhunel (espiritualidad) y la Jun pajal ochelil (equidad). La cuestión ¿qué queremos lograr? nos plantea el tema del lequil cuxlejal (la vida plena), concepto descrito desde los años ochenta del siglo pasado. El lequil cuxlejal no se refiere a una visión idílica y estática de la vida, sino a un proceso cambiante y en continua construcción. Hay lequil cuxlejal cuando existe slamil kínal (armonía entre la comunidad y la madre tierra), cuando se logra la nacal o´tanil (armonía individual), cuando hay lec ayinel ta yutil jnahtic (tranquilidad dentro de la casa), cuando se tiene jun o’tanil ta yutil nah (unidad en la familia) y cuando hay jun o´tanil (armonía en la comunidad). El ámbito subjetivo del lequil kuxlejal se construye cotidianamente, a la par de dimensiones objetivas tales como: la yu’untayel te lum qu’inal (apropiación del territorio), la schahpel jbahtic (organización comunitaria), la stuquel o’tantayel-bah ta shehel soc spasel ta bin lecubelil (autogestión), la alimentación sana, suficiente y autóctona y el hogar tseltal sustentable. El bosquejar de esta manera el objetivo que quiere lograr la comunidad nos lleva a un planteamiento alternativo al desarrollo, pues no se adhiere al modelo consumista dominante, sino a la construcción de una vida digna. En su arista política este pensamiento se convierte en acción cuando se desatan acciones colectivas que se oponen a los proyectos gubernamentales, tales como la construcción de la autopista San Cristóbal de las Casas-Palenque. En el mismo sentido se ubica el Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio, que tiene como uno de sus propósitos la construcción de los gobiernos comunitarios. La pregunta ¿qué hemos hecho? conduce a reflexionar acerca de la estrategia económica que han seguido las comunidades en este territorio. En primera instancia están las múltiples actividades agropecuarias: milpa, traspatio, café y ganado, las cuales muestran un deterioro técnico y ambiental, y que en términos económicos no son rentables y en conjunto aportan, junto con las artesanías, alrededor del 30 por ciento del ingreso familiar. Para cubrir sus necesidades los miembros de la familia despliegan otras actividades tales como el jornaleo en la región, la migración, y las actividades por cuenta propia. Estos ingresos se complementan con las transferencias gubernamentales. Sumando todas las entradas las familias apenas llegan al nivel del bienestar mínimo (pobreza alimentaria) definido por el CONEVAL, y viven en una alta marginación. La vulnerabilidad ambiental y el mercado desfavorable agravan los problemas. Al mirar los resultados de sus autodiagnósticos los cargos toman conciencia de su situación: no están generando las condiciones para alcanzar el lequil cuxlejal. Las familias sufren el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo, la desintegración familiar y el desarraigo de los hijos. La acción gubernamental los hace dependientes y los convierte en cómplices de la corrupción. La expansión de la roya del café y el cambio climático aumentan su vulnerabilidad ambiental. Las políticas de transferencias personalizadas debilitan a las organizaciones y fomentan el individualismo. De estas reflexiones concluyen que es necesario cambiar su estrategia de vida, y caminar hacia la autogestión. Trabajar en el mejoramiento de sus actividades agropecuarias con apoyo de la agroecología. Capacitarse para mejorar sus viviendas mediante el uso de tecnologías caseras. Y fortalecer el trabajo comunitario robusteciendo las prácticas sociales tradicionales, mediante acciones de reapropiación y defensa de su modo de vida y su espiritualidad. Así piensan reforzar el abatinel (servicio), el ich’aw ta muc’ (respeto), el kanan (cuidado), la yochelin sba (autonomía). Todo cambio debe ser en chapbil k’op (acuerdo), debe cuidar el scuxajtesbey scuxlejal yan cuxlejalil (lo que da vida a otra vida) y el Pach’uj (que ninguno se quede atrás). Especular en el cambio conduce a pensar ¿Qué recursos tenemos? En los talleres se realizó el recuento de sus capitales, es decir, sus recursos pensados en términos de trabajo acumulado que tiene la capacidad de generar beneficios. Desde esta perspectiva lo fundamental es el capital natural, asunto problemático porque el crecimiento de la población ha dado lugar al minifundismo: con el paso del tiempo cada familia tiene menos tierra y de peor calidad. Por otro lado, dado la condición escarpada del territorio, las labores agrícolas se realizan con herramientas manuales; la precariedad del capital físico da lugar a una baja productividad del trabajo. El capital humano, visto como las capacidades de las personas (salud y educación), son limitadas por la mala alimentación y el ambiente poco saludable; y si bien se tiene un profundo conocimiento local, sus capacidades para la innovación socioambiental se ven limitadas por la escasa e inadecuada educación formal y por el restringido conocimiento de alternativas para la solución de sus problemas. El capital social, en términos de organización interna y externa, es fuerte si se piensa en los cargos tradicionales, pero es débil si se valora desde la perspectiva de la organización para el desarrollo de actividades económicas. Y, finalmente, el capital financiero constituye el cuello de botella para cualquier proceso de transformación, pues siendo el medio de cambio en el mercado es el elemento que permite adquirir cualquiera de los capitales faltantes. Por esta característica las aportaciones gubernamentales se convierten en un mecanismo de sumisión de la población. Cuando estas carencias son pensadas en términos generales, provocan un gran desánimo y una actitud peticionista. Pero cuando los capitales son valorados en términos de un camino de solución generan un pensamiento proactivo que se orienta en identificar lo que tenemos para poner en marcha una idea de cambio, para después pensar en lo que nos falta. Y ya que los faltantes pueden incluir conocimientos agroecológicos, capacidad para construir una organización económica, experiencia en ccotécnias, o recursos para la compra de insumos, es necesario pensar en la construcción de redes de apoyo para el cambio. La conformación de Grupos de Acción Territorial puede acompañar a los promotores en la realización de autodiagnósticos, búsqueda de alternativas, gestión de los recursos, planeación y ejecución y la evaluación del trabajo. En este proceso puede llegar a ser muy importante la participación de universidades, centros públicos de investigación y organizaciones de la sociedad civil, los cuales, con el apoyo del CONACYT podrían animar la formación de los Grupos de Acción Territorial que dinamicen los procesos de generación social del conocimiento, desarrollo de capacidades bajo los principios tseltales de aprender con alegría y en la práctica, y difusión de los conocimientos. Por otra parte, los proyectos gestados por las comunidades sólo podrán tener un impacto social visible si reciben financiamiento de las secretarías correspondientes. El trabajo colegiado de los grupos de actores locales se ha probado en el Consejo Distrital de Desarrollo Rural Sustentable de los Altos de Chiapas, y las ideas surgidas de las comunidades en Bachajón se han llevado a la práctica a nivel piloto en la escala comunitaria, con apoyo de Conacyt y la Fundación Kellogg. La Cuarta Transformación abre la posibilidad para el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de las familias campesinas indígenas, la conservación de sus recursos ambientales, la recuperación de la autosuficiencia alimentaria y el respeto a sus derechos como pueblos originarios. Esto sólo será posible si se generan sinergias entre pueblos indígenas, académicos, sociedad civil y gobierno.•
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