espués de que una mayoría de mexicanos estuvimos en el ácido durante más de una semana, esta mayoría, el 7 de junio entramos a una etapa de reposo, no a un tiempo de catástrofes como muchos habían previsto. Y esto gracias al acuerdo en que se llegó en Washington entre la delegación mexicana, encabezada por Marcelo Ebrard, y la estadunidense, al frente de la cual estuvo Mike Pence, vicepresidente de ese país. Todo indica que las dos representaciones hicieron un papel prominente, ganando glorias, sobre todo para los que dirigieron las respectivas delegaciones. Desde luego en vista de los trazos de la política mexicana, Ebrard parece colocarse en un punto muy distinguido, aunque debe decirse que, sin duda, ha sido Andrés Manuel López Obrador el que sale más beneficiado con este arreglo casi único al cinco para las 12 con un adversario en la mesa de la inestabilidad de Donald Trump. Pensamos que este milagro de última hora callará la boca de buen número de irresponsables de las redes sociales que sólo parecen buscar el dardo o el insulto más hiriente para rebajar a su opositor ideológico al nivel de la tierra llena de porquería, que es lo único que ven y encuentran.
Como en toda negociación política de importancia, las partes tuvieron que ceder en varios aspectos: AMLO al enviar la Guardia Nacional a la frontera con Guatemala, para procurar impedir que se repita la avalancha de refugiados centroamericanos (acompañados por contingentes de haitianos, cubanos y tal vez algunos venezolanos y residentes de países africanos), tal como exigió Trump antes de la negociación, y en la cual el gobierno mexicano obtuvo también importantes concesiones, primeramente el retiro de Trump de su amenaza de aumentar enloquecidamente los aranceles a los productos que fueran importados de nuestro país, durante cinco meses consecutivos, comenzando por un incremento de 5 por ciento y terminando, en octubre, por un incremento de 25, lo cual resultaba un atropello inimaginable para la economía de México.
Naturalmente, de una cuestión tan delicada se derivan efectos para las dos economías en lo cual, sin duda, el imperio se llevaría la parte del león. Existiendo sin duda complicaciones importantes para el vecino del norte. Han repetido mucho comentaristas de aquí y allá que las presiones de Trump sobre México están ampliamente ligadas a su carrera electoral contra los demócratas, y que serían plenamente coherentes con su afirmación de derecha extrema en la actual situación política de Estados Unidos. Pero allí estaría también probablemente una de las dificultades mayores en el próximo proceso electoral de ese país. Haber dado marcha atrás a su amenaza de aumento de los aranceles en los próximos meses y años seguramente habría resultando un trago amargo que no podían aceptar grandes contingentes del electorado estadunidense.
Trump, batallando por su relección en el segundo término del gobierno de Estados Unidos, y López Obrador, batallando no sólo por su permanencia como jefe del Ejecutivo mexicano, a pesar de la renovación del mandato a los tres años de ejercerlo, que él mismo propuso, sino sobre todo por su indeclinable decisión de pasar a la historia como un gran gobernante, como Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas, según propias palabras. Para ello ha optado por resolver dos problemas esenciales en México, que han florecido y se han afianzado desde hace décadas, y no solamente el propósito de resolver estos problemas, sino el del desarrollo general del país, que también se ha quedado muy limitado en los últimos 40 o 50 años de nuestra historia.
Por supuesto los analistas, sobre todo mexicanos, dijeron con razón desde el principio que López Obrador había puesto muy alta la medida de la excelencia, al mismo tiempo que expresaban un profundo escepticismo sobre la realización efectiva de estas metas. El hecho es que en estos primeros meses de su gobierno López Obrador ha conservado la mayoría aplastante que lo siguió en el momento electoral, aunque, claro está, un buen número de periodistas y analistas de la política parecen haber corregido su entusiasmo original por un entusiasmo que se expresaría ahora de manera mucho más discreta.
Se reconoce naturalmente que buen número de partidarios suyos de la primera hora ven actualmente con cierta desconfianza los compromisos que no se ahorra AMLO en expresar. La vara de la excelencia que él mismo puso a una altura decididamente alta para su gobierno, ha sido tomada muy en serio y resulta que la exigencia de la ciudadanía es tan alta como él mismo entendió. Pero no se olviden los desconfiados de hoy que la mayoría del país sigue atrás del gobierno de AMLO al recordar algunas de sus decisiones más radicales como la lucha contra el huachicoleo, o los esfuerzos para iniciar la igualdad de los mexicanos y romper las tremendas diferencias entre las clases sociales o ahora la indudable victoria que obtuvo llevando a Trump a un terreno más limitado y objetivo en el cual, ojalá, permanezca por el resto de su mandato.