os recientes ataques de Donald Trump a México, con la amenaza de cobrar aranceles sobre todas sus exportaciones hacia Estados Unidos, hacen evidente lo equivocado que está el gobierno mexicano en su política bilateral, particularmente en sus respuestas hacia los desplantes del republicano contra México.
No responder a los insultos de Trump bajo el argumento de no engancharse, de ofrecer amor y paz y suponer que se iba a cansar de pegarle a México y que buscaría otros temas, es no entender a Trump y su estrategia política; Trump quiere relegirse, necesita a sus bases alrededor de él y el único tema en que las bases están incondicionalmente con él es en el asunto migratorio y antimexicano.
En cualquier otro tema sale perdiendo, incluso en el económico, en el que aparentemente sus números no son malos, está entrando en crisis con las tensiones con China y el impacto en el bolsillo de todos los estadunidenses.
Ni qué decir de los problemas legales de sus empresas, de su vinculación con la intervención rusa en el proceso electoral de 2016, de la muy probable acusación por obstrucción de la justicia y de los pagos que hizo a prostitutas y que podrían ser interpretados, más allá de valoraciones morales o éticas, como gastos no declarados de campaña.
En cuanto a México, ofrecer que los flujos migratorios de centroamericanos serían ordenados y controlados en el territorio nacional, se convirtió en otro error garrafal. Ofrecer irresponsablemente a las ciudades fronterizas mexicanas como sala de espera de los solicitantes centroamericanos de asilo en Estados Unidos, a cambio de un ilusorio plan de inversión estadunidense en el sur de México y la región centroamericana, y de la aprobación cada vez más lejana del T-MEC, hizo más grande el error y permitió exactamente lo que Trump está haciendo ahora: mezclar los temas comerciales con los de migración, responsabilizando a México de todo lo que no funciona en ambos temas. Y cómo iba a ser de otra forma si le ofrecimos lo imposible y, obviamente, no cumplimos.
Todavía hace unos días, después de las amenazas de Trump, el Presidente mexicano se animó a declarar en una de esas reuniones que tanto le gustan y que parecen mítines de campaña que se seguirá protegiendo y ayudando a todos los migrantes.
No saber leer los tuits de Trump, aceptar los desplantes de sus funcionarios estadunidenses de ni siquiera recibir a sus contrapartes mexicanas, insistir en un plan de inversión en Centroamérica que no tiene ninguna posibilidad de ser aprobado, no ser claros frente al conflicto en Venezuela, en plena efervescencia electoral en Estados Unidos, sólo alimentaron esos tuits.
En este contexto, la lastimosa carta del presidente mexicano a Donald Trump y enviar en vuelo con escala a dos o tres secretarios de Estado a que se manifiesten afuera de las oficinas de funcionarios estadunidenses, no es más que una muy desafortunada expresión de debilidad y subordinación que nunca, nunca, se debe tener ante ningún gobierno, menos aún frente a uno comandado por Donald Trump.
Más allá de que realmente se instrumente la amenaza de Trump o no, que en caso de no ponerse en marcha será más por las reacciones internas en Estados Unidos, el tono y la amenaza de Trump deben convertirse en un serio llamado de atención para que se reflexione en México sobre los cambios que se deben instrumentar en la política exterior. Desafortunadamente, ese tema no se puede resolver en votaciones a mano alzada, y las consecuencias pueden ser devastadoras para nuestra frágil economía.
Lo peor es que se les advirtió.
*Presidente de Mexa Institute
Twitter: @mexainstitute