Opinión
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Cristal, música y mezcal
H

ace unos días tuvimos el privilegio de escuchar a Chucho Valdés y su Jazz Batá 2 en la sala de conciertos del Palacio de Bellas Artes. El extraordinario compositor y pianista cubano se encuentra entre los primeros cinco pianistas del planeta.

Es hijo de Bebo Valdés, el prodigioso pianista que tuvimos oportunidad de escuchar hace unos años en México. Hizo mancuerna con Diego El Cigala, el cantaor de flamenco de estirpe gitana. Inolvidables sus Lágrimas negras y Se me olvidó que te olvidé.

En estás páginas, Pablo Espinosa escribió hace unos días una reseña formidable del concierto de Chucho, llena de emoción y conocimiento, que concluye diciendo: Una orgía celeste de congas y batá, una novela de Carpentier en calzoncillos, un concierto barroco sin peluca ni afeites ni perfume... Una octava maravilla.

A esto hay que sumarle que el fondo del concierto era el prodigioso telón de cristal con su paisaje de volcanes, iluminado por los destellos de metales preciosos que emite el millón de piezas de cristal iridiscente que lo conforman.

En alguna ocasión platicamos cómo se realizó: se utilizaron 206 tableros, con un peso de cerca de 27 toneladas, en los cuales se fueron colocando los cristales pieza por pieza. Tiene 14 metros de ancho por 12.50 de altura y 32 centímetros de espesor. Actualmente sería imposible realizar una obra semejante, ya que sería incosteable por la cantidad de metales preciosos que contiene que le dan la extraordinaria iridiscencia.

Otro detalle no menor es que se buscó que fuera contra incendios, que en esa época eran muy frecuentes en los foros de los teatros; era común que el siniestro se pasaba a la sala donde se encontraban los espectadores. Para proteger al público se mandó hacer un armazón de acero con doble pared, con un recubrimiento de lámina acanalada en la cara que da al foro. Por el lado que da a la sala se colocó el recubrimiento de cristal montado sobre concreto. Así, el bello telón funciona como un dique para proteger a la concurrencia en caso de un incendio en el foro.

Existe el mito que el tema del telón en que predominan los volcanes se inspiró en un cuadro del Doctor Atl. El investigador Rogelio González Medina aclara de dónde surgió la idea. En una ocasión, esperando ver al Presidente en Palacio Nacional, Adamo Boari, el arquitecto italiano que diseñó el palacio, se asomó por un ventanal y vio el paisaje con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl en su esplendor.

Cuando Boari solicitó a la prestigiada Casa Tiffany de Nueva York, especialista en el estilo art noveau, la realización del telón, pidió que vieran el mismo paisaje y lo plasmaran en la obra.

Cuando terminamos de solazarnos con el concierto y el telón, caminamos por la Alameda hasta la calle de Luis Moya, casi con Independencia, en el 31, se encuentra El Bósforo. Es una pequeña y acogedora mezcalería iluminada con velas, con una barra, tapanco y buena música contemporánea. Ofrecen cerca de 40 tipos de mezcal artesanal y para picar, botana de chile de árbol, cacahuates y ajos asados. El cortinaje de terciopelo rojo que tapa la entrada le da un aire clandestino.

Aquí hicimos tiempo para que nos dieran mesa en el restaurante sin nombre, que se encuentra a un lado. Ya hemos hablado de su sencillez, buen gusto y exquisita comida mexicana. Sofía, la notable chef, está en la cocina tras la barra preparando las viandas. Como siempre, de entrada ordené los tuétanos al horno con gajos de papas y pápalo. Otros se fueron por el tamal de hongos con chicatanas y alguno pidió chileatole verde con flor de calabaza, elote y habas tiernas.

Es un dilema escoger plato fuerte –todo se antoja–, optamos por camarones y berza a la diabla con arroz y plátano asado, el magret de pato con mole y verduras glaseadas y el conejo orgánico encacahuatado.

Los postres: dulce de guayaba y requesón con palanqueta de almendras y el panqué de hoja de aguacate y espuma de guanábana. De verdad sabe a la perfumada hoja del fruto. Todo ¡delicioso!