Opinión
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Cómprame un revólver
B

estias del sur salvaje. La cinta más reciente del guatemalteco-mexicano Julio Hernández Cordón (Las marimbas del infierno, Te prometo anarquía) tiene un título llamativo y deliberadamente ambiguo, Cómprame un revólver. Contrariamente a las expectativas que despierta, y a pesar de tener como tema central la espiral de desapariciones forzadas y feminicidios en México, la película no ofrece una descripción realista y descarnada de la violencia del crimen organizado, en el estilo contundente de Heli, de Amat Escalante, por ejemplo. La estrategia narrativa del director es aquí diferente y novedosa. La posibilidad de un futuro cercano en el que las diversas bandas criminales toman el control del país, haciendo desaparecer primero a un Estado impotente y fallido, para luego secuestrar y aniquilar a todas las mujeres, con el fin de hacer imperar la ley de la selva en un territorio dominado por la delincuencia, es una fantasía apocalíptica descrita desde el punto de vista de una niña de 10 años, la pequeña Huck (Matilde Hernández Guinea), quien sobrevive disfrazada de varón y con la protección ocasional de una máscara.

Huck vive al lado de su padre (Rogelio Sosa), un hombre taciturno y desencantado, adicto a las drogas, obligado a trabajar para los narcos como cuidador de un campo de béisbol. Su esposa y su hija mayor han sido secuestradas y él las busca afanosamente, aunque sin muchas esperanzas de volver a verlas. En los alrededores sobrevive también un grupo de niños casi salvajes, maltratados por los criminales, que anhelan una revancha final sobre sus verdugos con las irrisorias armas de piedras lanzadas desde una catapulta.

El conjunto de esta fábula social esta ambientado en un desierto sonorense,el cual, con una producción más sustanciosa podría haber sido un buen remedo del emblemático Mad Max de George Miller. Desafortunadamente, las buenas locaciones son aquí insuficientemente aprovechadas y el tono de fantasía desbocada termina volviendo incoherente una primera idea argumental que parecía atractiva. Ciertamente, sería insensato exigirle a una fantasía infantil una grana lógica en el encadenamiento de las situaciones dramáticas, pero de un realizador tan profesional y solvente como Hernández Cordón sí cabría esperar un control más riguroso de los elementos que componen esta cándida fábula sobre la violencia en nuestro país. La trama adolece de muchos cabos sueltos y propuestas un tanto absurdas. ¿Tiene acaso sentido imaginar un propósito criminal masculino que al eliminar de la faz de la tierra toda presencia femenina se condene de inmediato a su próxima extinción, o a la supresión de sus gratificaciones sexuales, a menos que se aluda aquí a una inconfesable fantasía homoerótica en las bandas criminales?

Si el realizador quiso elaborar una alegoría del feminicidio en México, lo que termina sugiriendo es la fantasía de un suicidio masivo a corto plazo. De igual modo, en el combate muy desigual de los niños contra sus perseguidores asesinos, ¿no cabía la posibilidad de conceder a esos niños una imaginación o inventiva mayor que el recurso a una catapulta? De nueva cuenta, es poca la justicia que se le hace a la inteligencia infantil en esta delirante fantasía de adultos. Y sin embargo, hay en Cómprame un revólver una vertiente narrativa subyacente que, sin cuajar por completo, no deja de ser fascinante.

Es el relato de aventuras, al estilo del Huckleberry Finn de Mark Twain (referencia declarada en la cinta desde el nombre de la niña hasta el de otro personaje llamado Sawyer), que apunta a un poético viaje interior de la joven protagonista por un territorio plagado de amenazas y terrores, similar al de aquella travesía de Hushpuppy, la niña protagonista de la cinta Bestias del sur salvaje (Ben Zeitlin, 2012), por las turbias aguas del delta de Louisiana. Es el horror circundante de un mundo adulto, corrompido hasta la médula, expuesto a través de una mirada inocente. Es evidente que Hernández Cordón ha tomado una clara distancia con una descripción realista y prueba de ello es la escena que muestra desde lo alto un reguero de cadáveres como meras figuras dibujadas, a la manera de un cuadro infantil. Una idea estupenda. Por esa misma razón, y por los referentes literarios que van de Mark Twain al William Golding de El señor de las moscas, había espacio suficiente para una fantasía infantil menos sentimental y más irreverente, ajena en lo posible a las fórmulas de un cine de acción (limitado aquí por un presupuesto modesto). La película de Hernández Cordón prometía si no un asomo de anarquía, al menos sí una dosis mayor de poesía y coherencia narrativa. Cómprame un revólver, un título prometedor para un resultado muy disparejo.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: Carlos.Bonfil1