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Gran Nayar El progreso que enferma... y mata
Arturo Gutiérrez del Ángel El Colegio de San Luis
Hasta hace relativamente poco, los grupos de Nayarit, que culturalmente pertenecen al occidente mexicano (coras huicholes, tepehuanos, mexicaneros) tenían un sistema de salud-enfermedad cuyo origen provenía mas de las faltas sociales transgredidas, que de enfermedades físicas, aunque fuera ahí donde se manifestara. Dividían en dos los males: si no hacían “el costumbre” (ciclo ceremonial y agrícola vinculado al crecimiento del maíz que organiza gran parte de su existencia y reproducción social) podían sufrir de locuras, morir de tristeza, tener rabias incontrolables o se les moría el ganado o la milpa no crecía; el otro era lo que le llamaban las enfermedades de los españoles: gripas, sarampión, tuberculosis. Tanto para una enfermedad como para la otra, el remedio era un agudo y eficaz sistema de curación vinculado con saberes ancestrales sobre hierbas, masajes, humos. El sacerdote, brujo, chamán o médico tradicional distribuía esos “medicamentos”, acompañados por rituales de curación. En función a un interrogatorio, el chamán determinaba el origen de su mal y dejaba ofrendas a alguna deidad. Pero este sistema se ve cada vez mas fracturado por razones ajenas a los grupos, enfermedades que provienen ya no de una falta social que involucre al grupo para su cura, sino de una aguda percepción individualista. El enfermo es uno, divorciado de la naturaleza y el cosmos, y las enfermedades se curan en hospitales, con fármacos de precios muy elevados. En el gobierno de Vicente Fox la electricidad llegó a la sierra y con ella la televisión, la cual creó hábitos de consumo que no existían, con consecuencias nefastas para la salud de esos grupos. En 1994 conocí la región de los coras y los huicholes. Entonces la gente vivía poco en los pueblos y se movía mucho más hacia sus ranchos, ubicados a kilómetros de la cabecera municipal. Caminaban mucho y comían poco pero bien. Vivían de la caza de ardillas, armadillos, venados, jabalíes, aves; la carne de ganado o puerco la consumían eventualmente, en los rituales, cuando se sacrificaba un chivo o una vaca. Consumían hierbas que recolectaban (por ejemplo, en tiempo de lluvia, hongos, hierbas, raíces y frutos varios) o que cultivaban: un excelente maíz de varios colores y varias especies, base de su dieta. Estos grupos han sido grandes policultivadores, y al lado del maíz sembraban frijol, calabaza, chile. No usaban pesticidas, ahuyentaban a las plagas con el polvo que dejaban las termitas al hacer sus nidos y usaban abono como fertilizante. En algunas comunidades de zonas como la cora baja, durante mucho tiempo consumieron camarón nativo, pez y otras especies que el río les ofrecía. Cuando se hizo la presa de Aguamilpa, estas especies fueron consumidas por las carpas que introdujeron, las cuales son incomibles. En la cora alta y otros lugares de la sierra, se consumía el cangrejo de agua dulce y el alga que crece en las piedras de los ríos. Con la televisión llegaron la comida chatarra, refrescos, productos enlatados y empaquetados, que presentaban como alimentos saludables y tenían bajo precio. Junto con la electricidad llegó la carretera y con ella fue más fácil bajar a los centros de distribución en los que se podían encontrar estos productos. Y los autos se abarataron y se hizo un gran mercado de carros “chocolate”. A más o menos veinte años, las consecuencias son visibles: la gente camina mucho menos; el pueblo, antaño solo concurrido a propósito de algún ritual, se convirtió en el centro social y los ranchos o se abandonaron o se hicieron brechas para llegar en auto. Con la televisión llegaron los anuncios de “medicamentos chatarra” que promovía, entre otros, Lolita Ayala, y que graficaron sus dolencias por medio de comerciales diseñados. Ahí donde tenías un dolor, lo mejor era tomar algún fármaco de bajo costo. Con este estilo de vida, llegaron enfermedades que antes no padecían estos grupos: gastritis, dolor de cabeza, dolor de espalda; para todo había medicamento. La llegada de la electricidad a quién más benefició fue a las farmacéuticas, pues volvieron a estos grupos cautivos de sus medicamentos. Existe un mercado de medicamentos, muchas veces caducos, que se pueden conseguir sin recetas, incluso antibióticos. En alguna ocasión, una señora me dijo en Santa Teresa, “oiga, ¿ya se inyectó ese antibiótico que anuncian en la tele?, es el último que ha salido”. Sorprendido le pregunté, ¿para qué es y como lo consigue? Y la señora, que llevaba unos días usándolo, me respondió que lo vendían en cualquier tienda de abarrotes y que no sabía para qué era. En resumen, la modernidad está minando rápidamente la salud de estos grupos. De veinte años a la fecha, hay un aumento alarmante de la diabetes mellitus tipo 2 (DM2), asociado al consumo de grasas saturadas y exceso de azúcares, al sobrepeso, la ingesta indiscriminado de calorías y la disminución de actividades físicas. Podría asegurar que la televisión y el modelo de vida que propone han enfermado a estos grupos, que mueren por montones, aunque el Estado no lo reconozca, por el incremento de mortalidad por diabetes y por el consumo sin normatividad de productos chatarra acarreados por la “modernidad”.
En México la tasa de obesidad y diabetes para el año 2000 (ENSA) era más baja que en zonas urbanas. Si bien no hay estudios sobre el impacto de esta enfermedad en la población indígena, en el 2011 la diabetes ya era una enfermedad que repercutía fuertemente en ella. Si bien existen otras enfermedades igual de graves que la diabetes y el sobrepeso, éstas son las más frecuentes. Ahora bien, la diabetes y el sobrepeso no son la verdadera enfermedad, son el síntoma de algo más profundo: la implantación de formas de vida urbanísticas sin medir sus consecuencias; la modernidad, idea miope de quienes pretenden que el “progreso” es la única ontológica posible y que ser ciudadano implica adaptarse a ese modelo de desarrollo, tan caro ya, a nivel global. ¿Cómo revertir esto? El gobierno debe: a) dejar la idea, tan cara a las ciencias, del integracionismo económico y el crecimiento económico infinito como única posibilidad de desarrollo; b) suspender los programas de salud pública diseñados desde las cúpulas de las instituciones de salud sin relación con la realidad de los pueblos. Fortalecer programas de salud abrevadas de los grupos, ellos conocen sus problemáticas. Que el sector salud y el pueblo trabajen de la mano, lo que nunca ha sucedido y no sucederá si los médicos que atienden a estos pacientes los consideran -como en numerosas ocasiones me han manifestado los enfermos- sucios, atrasados, mal vestidos, apestosos. Dejar de lado los adjetivos y poner atención en los sustantivos; c) diseñar planes de enseñanza integral centrados en el rescate, recreación y valorización de los métodos tradicionales de siembra, recolección, caza y sus propios sistemas de curaciones y conocimiento etnobotánico, además de talleres en los que se concientice de lo negativo de la vida sedentaria, de la integración a su dieta diaria de la comida chatarra y el uso de ciertos fármacos. Hacerles ver lo que la televisión muestra como modernidad, prestigio y salud es un sistema de consumo en el que ellos son víctimas de un mercado que los enferma; d) regular - ha podido hacerlo pero se ha negado- la comida chatarra y su publicidad y e) regular la venta de medicamentos en general, sobre todo los caducos y los anuncios televisivos que los muestran como productos milagro. En conclusión, con los grupos indígenas del occidente vemos una incipiente “tecnoutopía”, que descorporaliza lo social y busca crear individuos divorciados de su entorno, su ecosistema y su universo social; simula insertarlos en edenes hedonistas creados por el mercado, la utopía de un mundo feliz, sin dolor, sin hambre, sin frío. Seres sintéticos destinados a nutrir el mercado del consumo que los está matando. Nos está matando. El proceso que viven estos grupos es reversible si el Estado tiene la voluntad de hacerlo.•
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