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Baja California Precarización y desempleo Claudia E. Delgado Ramírez Escuela de Antropología e Historia del Norte de México-PNRIM
El estado de Baja California es por definición multicultural: hay cinco grupos indígenas nativos, población indígena de al menos 48 grupos originarios de otros estados, población china, japonesa y rusa que llegó a principios del XX y los que llegaron en años recientes: sudamericanos, europeos, haitianos, centroamericanos y la población mestiza bajacaliforniana. Las condiciones de vida de estos grupos son heterogéneas y las localidades con población indígena tienen, de acuerdo con el Catálogo de Localidades Indígenas de la CDI en 2010, grados de marginación altos. Hay dos tipos de población indígena en Baja California; por un lado, los grupos que habitaban este territorio antes de la llegada de los españoles a la península. Estos son los kumiay, los pa ipai, los cucapá, los kiliwas y los chochimíes y forman parte de la familia lingüística Yumana-Cochimí. Los primeros cuatro grupos habitan en la porción norteña del estado y son conocidos como yumanos, aunque ellos prefieren autodenominarse nativos. Los kumiay y los cucapá tienen sus contrapartes en los estados de California y Arizona, respectivamente. Los cochimí, habitan la porción central de la península, al sur del estado; aunque la lengua cochimí se ha declarado extinta, sus procesos de reivindicación indígena dan cuenta de una tradición cultural heredada que lucha por su reconocimiento y se resiste a desaparecer. De acuerdo con los conteos más optimistas, la población nativa en Baja California asciende a unas 2000 personas ubicadas en ocho localidades indígenas y varias localidades rurales y urbanas no indígenas. Por otro lado, tenemos a la población indígena de la mayoría de los grupos originarios del país que ha llegado a Baja California como resultado de procesos migratorios de distintos tipos: algunos han llegado siguiendo las rutas migratorias hacia los campos agrícolas del noroeste en Sinaloa, Sonora y Baja California. Otros han llegado enganchados o a través de sus redes familiares directamente a San Quintín, la región bajacaliforniana con la mayor producción y exportación de hortalizas, frutas y flores. Algunos han llegado con el objetivo de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos; una parte lo logra y se establece en el país vecino, otros se quedan trabajando en las ciudades de Tijuana, Rosarito, Ensenada y en los valles de San Quintín y Maneadero. Los grupos indígenas que son más representados por la cantidad de población en el estado son los mixtecos, los triquis, los nahuas, los zapotecos y los purépechas. De acuerdo con los conteos, la población indígena de los pueblos originarios está entre las 80,000 y las 100,000 personas. En los discursos gubernamentales y de los medios de comunicación, a esta población se le llama “indígenas migrantes” o “migrantes asentados”, sin embargo, habiendo ya hasta tres generaciones de adultos, jóvenes y niños nacidos en Baja California estas denominaciones les resultan francamente indignantes pues, efectivamente, forman parte de grupos indígenas con un origen cultural fuera de la península pero nacidos en Baja California “nosotros ya no somos migrantes y tampoco nos asentamos aquí, nosotros aquí nacimos, somos de Baja California” dice Manuel, un indígena mixteco bajacaliforniano.
Hay diferencias culturales, demográficas e históricas entre los indígenas nativos y los originarios en Baja California, pero comparten algunas condiciones y necesidades que ponemos sobre la mesa de discusión y reflexión. Los indígenas en este estado comparten la precarización laboral y de sus modos de vida. En las comunidades rurales de los indígenas nativos no hay empleos, sus economías ya no son de subsistencia y no hay escuelas preparatorias para sus jóvenes, lo que expulsa a las familias hacia la ciudad. En todos los casos, adultos y jóvenes deben salir para emplearse en los ranchos vecinos como vaqueros y también en campos agrícolas de su región; los kumiay de San Antonio Necua y San José de la Zorra se emplean en los campos vitivinícolas del Valle de Guadalupe con quienes los despojaron de porciones de sus territorios tradicionales. Los de La Huerta van al valle de Ojos Negros a emplearse en algunos campos agrícolas de hortalizas para exportación. Los pa ipai también se emplean en ranchos y campos vecinos como vaqueros y jornaleros y en el mejor de los casos se dedican al corte de palmilla que, aunque extenuante, les permite permanecer cerca de su hogar en Santa Catarina, al menos durante la temporada laboral. Los kiliwa también se emplean en el cuidado de ranchos y en los campos agrícolas del Valle de la Trinidad, aunque la mayoría ha optado por irse a vivir a la ciudad. Por su parte los cucapá tratan de continuar con la pesca, actividad tradicional, prehispánica y ahora comercial que han realizado en el delta de los ríos que desembocan en el Alto Golfo de California y que ahora peligra por confrontarse a políticas de protección ambiental que no reconocen su derecho a la pesca, por lo que salen de sus comunidades para emplearse en la industria maquiladora en Mexicali o en los campos agrícolas de la región. La elaboración y venta de artesanías y los ingresos a través del Programa de Empleo Temporal, dando mantenimiento a los caminos de terracería, son para algunos los ingresos más estables. El despojo territorial por parte de ejidatarios vecinos y empresarios regionales, la obstaculización de la apropiación tradicional de sus territorios que imponen las ANP, el crimen y la inseguridad, y la incapacidad del Estado para garantizar una política social regionalizada y adaptada a las características culturales y demográficas que esté pensada en términos de sus ventajas comparativas y desde sus propios proyectos de vida, han conducido a estos indígenas hacia una proletarización que es indigna, injusta y precaria. Los indígenas originarios se emplean principalmente en los campos agrícolas de los valles de San Quintín y Maneadero, aunque también se dedican a la construcción y venta de artesanías y productos importados. Las terribles condiciones laborales en los campos agrícolas dieron pie a la huelga en marzo del año 2015. Los y las jornaleras exigían mejores condiciones salariales, prestaciones de trabajo y seguridad en los campos agrícolas, dado el acoso y abuso sexual que las mujeres han denunciado. A cuatro años del movimiento, parece que los pocos resultados de las negociaciones quedaron en el olvido y la gente de los valles sigue sin infraestructura es sus colonias, sin mejor salario, sin prestaciones, con servicios de salud insuficientes y con escuelas para sus hijos muy lejanas al ideal de las escuelas indígenas e interculturales. Es un gran avance el que sean las y los indígenas quienes encabezan las delegaciones estatales del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. En Baja California, la delegada es la indígena nativa cucapá Mónica González Portillo. Estamos convencidos que el diseño de las políticas públicas para los indígenas debe construirse desde el conocimiento especializado en las regiones y grupos indígenas y de acuerdo con sus propios proyectos de vida en común. Sin duda, los y las jóvenes indígenas son en este momento la pieza clave para la reproducción cultural de sus grupos. Su capacidad para recuperar las tradiciones de sus abuelos y sus padres, y su conocimiento y manejo del internet y las redes sociales van construyendo de forma innovadora vías de revitalización cultural propias de este siglo. Apoyar las estrategias de gestión y revitalización cultural que están llevando a cabo debe ser una prioridad de este gobierno que aún puede conducir a la juventud indígena por un camino lejos de la proletarización, la precarización y la pérdida de sus identidades indígenas.•
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