Rubén González, en el centenario de su nacimiento
riginario de la villa de Santa Clara, Cuba, donde nació el 26 de mayo de 1919, Rubén González Fontanills reveló desde muy pequeño su interés por la música y dotes para el aprendizaje del piano, instrumento que se convertiría por siempre en su medio de expresión e inspiración.
Su niñez la pasó entre las clases musicales que le impartía su hermana Josefa, el juego de pelota y el cuidado de las tres vacas del solar que proporcionaban el alimento diario a la familia. Era un niño inquieto y aprendía todo rápidamente. Me acercaba al piano de casa a escuchar lo que tocaban: Chopin y Debussy, que me gustaban mucho; también Mozart y Beethoven. Pero era la música de mi tierra, el son, las guarachas y danzones lo que más me entusiasmaba y me hacía feliz.
En aquella entrevista que nos concedió, previa a su presentación en el Salón 21 y posteriormente en el Zócalo capitalino (mayo de 1999), don Rubén recordó que fue Amparo Rizo quien lo formó en el plano académico. “Entonces yo vivía en Encrucijada, una pequeña población cercana a Cienfuegos, e iba a la ciudad una vez al mes a tomar mis lecciones de piano. La profesora Rizo me dejaba de tarea un buen volumen de partituras y yo volvía un mes después tocando toda esa música. Ella me veía cualidades y me motivaba para que me esforzara a diario. Insistía mucho en el aspecto técnico. ‘Primero la técnica y luego lo demás’, me decía. Estudié, sí, y estudié todos los métodos, desde el Hubert de Blanck hasta los más específicos de la academia (…) Me gradué a los 15 años de edad después de haber cursado ocho años de estudios formales en el Conservatorio de Cienfuegos. Todo ese conocimiento adquirido me ayudó a entender mejor la música popular y mejorar la forma de expresarla.”
En aquellos años de juventud, don Rubén tomaba el ejercicio pianístico como un pasatiempo, por eso se matriculó en la Facultad de Medicina. Él quería ser médico, pero la música le llamaba mucho la atención. Por un tiempo siguió con su plan de ser doctor; estudiaba medicina de día y de noche tocaba en orquestas de charanga de Santa Clara. Su amor por la música popular cubana, en particular el son, lo persuadió a dejar la carrera de medicina. La decisión fue la correcta y no me arrepiento
, aseguraba el maestro.
Con 21 años de edad marchó a La Habana, donde conoció al gran Arsenio Rodríguez, quien lo introdujo en la escena musical y posteriormente lo invitó a ser parte de su orquesta. Arsenio se convirtió en una importante influencia. De él aprendió los secretos de la rítmica pianística dentro de la clave cubana y a tener estilo propio. Las enseñanzas de Arsenio fueron determinantes en el modo de inspirar y expresar las improvisaciones solistas del pianista. Arsenio me lo enseñó todo, y yo apliqué sus enseñanzas
, nos dijo.
Después de tres años con el tresero maravilloso, Rubén González decidió viajar dejando encargado su puesto al no menos talentoso pianista Lili Martínez Grillán. Realizó una gira por Ecuador, Panamá y Sudamérica. Vivió un tiempo en Argentina y se involucró con el tango. A finales de la década de los 50 regresó a Cuba y tras una serie de colaboraciones con variados proyectos musicales se integró a la charanga de Enrique Jorrín, con la que ya había estado esporádicamente incluso antes de que el legendario violinista inventara su famoso chachachá.
Con Jorrín estuve alrededor de 30 años y ha sido una de las mejores etapas de mi vida musical. Yo no estaba muy familiarizado con el chachachá, puesto que mi línea era el son y las descargas, pero muy pronto entendí su filosofía y lo bien que le hacía al escucha y al bailador.
Cuando murió Jorrín (12 de diciembre de 1987), don Rubén asumió la dirección de la orquesta, pero no disfrutaba de las responsabilidades ligadas a este puesto y se retiró para integrarse poco después a la Orquesta Cubana de Música Moderna, en la que Francisco Céspedes era el cantante principal.
Eficaz como acompañante y brillante como solista, don Rubén González hubo de retirarse un tiempo de la música afectado por una artrosis crónica que le limitaba su digitación en el instrumento. Sufrió olvido y desdén hasta que fue invitado a participar en el proyecto Buena Vista Social Club, resurgiendo así su grandeza.
(Continuará)