a sentencia de los mercados y la opinión de todos y cada uno de lo hombres y mujeres sensatos fue unánime, terminal: Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es un soberbio irredento. Dos Bocas será un gravísimo error cuyo tamaño alcanzará los 8 mil millones de dólares o más. No hay medias tintas para fifís del mundo moderno o para chairos seducidos por un flautista pueblerino. El diagnóstico del sistema establecido, completo, rebosante de lógica inapelable, dictó sentencia. El nuevo gobierno se impuso, a rajatabla nebulosa, alcanzar la epopeya o, por el contrario, se dirige al más sonado y doloroso de los fracasos. Al parecer, todos y cada uno de los grandes proyectos, propuestos por el Presidente, no sólo están alejados de toda racionalidad, sino que son las inmensas tonterías de un soñador. Hay, en esas mentes conscientes, escrutadoras, una afiliación ideológica fundamental. En ellos y ellas reboza la lógica del dato duro, la planeación secuencial, la numerología del empirismo y ciertas costumbres y trampas heredadas, un rasgo distintivo derivado de los centros de poder: la infalibilidad de la ruta neoliberal. Los mercados no se equivocan y, si lo hacen, de inmediato recomponen el error.
En efecto, si la pericia de los técnicos y administradores petroleros no alcanza para construir una refinería de bajo costo y en muy corto tiempo, estaremos en graves problemas financieros. La credibilidad gubernamental y la Cuarta Transformación tendrán que ser replanteadas sin duda alguna. Pero de lograrlo, entonces la unanimidad de la crítica sistémica deberá enfocarse sobre los milagros de La Villa y, con humildad, pedir perdón por sus complejos ciudadanos, que son variados y profundos. Pocas veces pueden encontrarse ejemplos con tanta identidad en la catarata de opiniones vertidas. El Tren Maya es, para una óptica radical, integradora de múltiples estudios, permisos y consultas de pueblos originarios o transgresora del ambiente, una fumarola insensata. El canal interoceánico quedará en un renovado olvido centenario. Parecida suerte correrá el aeropuerto de Santa Lucía al que le salió, para regocijo de la crítica, un cerro desconocido mero enfrente.
Habría entonces que voltear a ver algunos de los logros
neoliberales, esos de los mercados libres, la desregulación eficiente, los balances de poderes y fuerzas.
Recuerdo, aunque sea a duras penas, la crisis de las hipotecas gringas. Ahí se conjugaron todas las certezas, las habilidades, el limpio rol institucional de las calificadoras, la transparencia bancaria, el uso intensivo de la tecnología informática, los cálculos milimétricos de las aseguradoras y la experiencia de décadas, casi siglos, de las gigantescas hipotecarias. Una maquinaria rigurosa, con datos ciertos, estudios de mercados y toda la parafernalia de la eficiencia privada. No se podía pedir más y mejores ingredientes para el éxito de los negocios billonarios, el glamur de Wall Street, el rejuego de certezas impartidos por los grandes medios masivos de comunicación y su cotidiana cátedra del modelo estadunidense de libre empresa. Un todo casi infinito de ingredientes para celebrar al neoliberalismo en su más depurada esencia. Pero sobrevino lo conducente y que sólo algunos locos pudieron predecir: una crisis sistémica que empobreció a media humanidad y a un costo directo, sonante, para el contribuyente estadunidense de un trillón de su sus verdes dólares. Podría también traer a colación la tragedia griega de hace unos años. Donde bancos mundiales y calificadoras trampearon las cifras de la contabilidad nacional de ese pequeño país europeo. Asfixiado por una impagable deuda que le impusieron los bancos ingleses, alemanes y franceses para que comprara armas y tuviera un ejército del tamaño francés. Las draconianas recetas de salvación, no del pueblo griego que ha sido condenado a la pobreza, sino de esos bancos ambiciosos que conspiraron junto con políticos corruptos fueron la consecuencia. Había que recuperar la confianza en Grecia, alegaron al unísono. Sometieron a los trabajadores, a los retirados, a las empresas locales a una astringencia indebida, insensata e inmisericorde pero se salvó el depredador sistema. Pues bien, todos estos críticos nacionales no tuvieron ni vela en el entierro que alegar en casos de ejemplares fracasos.
Fracasos del mismo modelo que tratan de aplicarle a un intento, en marcha, de salvación (4T). Una oferta de programas ciertamente de gran calado y hondura para una nación que acarrea ya 40 años de fracasos continuos. Trátese de reformas estructurales
que deben tirarse por la borda, pero sin olvidar a sus manipuladores. Forzadas maneras de lograr unanimidades partidarias desde el poder, con indebidas prebendas y dineros públicos a las que llamaron, con toda pompa, salvando a México
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