Sin señales de una mejoría
El secretario estadunidense de Estado recorta su estancia en Rusia
Miércoles 15 de mayo de 2019, p. 26
Moscú. La relación bilateral de Rusia y Estados Unidos se encuentra en un punto tan bajo que el hecho de que el presidente Vladimir Putin haya recibido este martes en su residencia de Sochi, donde suele pasar algunos días de descanso en la costa del Mar Negro, al secretario estadunidense de Estado, Mike Pompeo, se considera un paso adelante.
Se ha llegado a tal grado de deterioro –y no se consiguió, como era de esperarse, ningún avance en las múltiples controversias que enfrentan a Moscú y Washington, al tiempo que de labios para afuera ambos expresan el deseo de mejorar sus vínculos– que pudo haber sido peor, toda vez que Pompeo, argumentando la necesidad de atender asuntos más importantes en Bruselas, decidió de último momento recortar su estancia en Rusia y la visita inicial de dos días, preparada con la debida antelación, acabó siendo de unas horas.
El viaje de Pompeo –aparte de ser una ocasión ideal para constatar con su homólogo ruso, Serguei Lavrov, las diferencias: Venezuela, Irán, Corea del Norte, Siria, Ucrania, desarme nuclear, entre otras– sirvió, eso sí, para que ambos países hayan hecho pública su intención de producir la anhelada foto de una próxima cumbre de sus mandatarios, aunque sea en un paréntesis de una reunión multilateral como es la cita del G-20 en Osaka, Japón, en junio próximo, y la confirmación oficial de la fecha se haga más tarde por los habituales conductos diplomáticos y no un día después de que la haya dado por hecho, como primicia, el inquilino de la Casa Blanca.
La foto la necesitan Vladimir Putin para mostrar (sobre todo en los medios de comunicación rusos) que nada se puede resolver en el mundo sin tomar en cuenta su opinión y Donald Trump como parte de la campaña para su relección, dando a entender que busca hacer cumplir, doblegando a cualquier competidor foráneo, sea ruso o chino, su lema de America first (Estados Unidos en primer lugar).
Tal vez Trump crea que es posible que Moscú admita dejar de respaldar a Venezuela, Irán o Corea del Norte en caso de que Washington condescienda a levantar las sanciones económicas en su contra, pero esto se antoja poco probable después de que Putin utilizó los cuatro años recientes de bombardeos en Siria para proyectar la imagen de que no abandona a sus aliados.
A modo de ejemplo, ello explica que la exigencia de Pompeo de que Rusia cese el apoyo al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, recibió de Lavrov una contundente respuesta: No se puede instaurar una democracia por la fuerza
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Lo único que verdaderamente importa al Kremlin es lo que no puede darle la Casa Blanca ni nadie: reconocer como legítima la anexión de Crimea y plena luz verde para hacer y deshacer en Ucrania y el resto del espacio postsoviético.
Acaso dentro de un cierto tiempo puedan llegar a hacer la vista gorda con Crimea, como Estados Unidos y sus aliados europeos hicieron en los tiempos de la Unión Soviética respecto de la anexión de los países bálticos, pero lo segundo se excluye.
Por ello Putin –aunque manifieste la esperanza de que están dadas las condiciones para mejorar la relación bilateral– parece consciente de que es imposible alcanzar un pacto, ni grande ni pequeño, con Trump, quien rechaza uno tras otro los acuerdos de desarme firmados por sus antecesores y obliga a Rusia a entrar en una desgastante carrera armamentista.
Al no estar dispuesto a hacer ninguna concesión de fondo, Trump pretende –con promesas vagas y gestos de simpatía hacia Putin que se intercalan con intentos de engañar, sanciones, amenazas y ultimatos– que Rusia acepte favorecer los intereses de Estados Unidos sin nada relevante a cambio.
En tanto, el Congreso y los medios de comunicación de Estados Unidos no tardarán en devolver a la realidad actual cualquier signo de acercamiento de Trump hacia Rusia, si es que fuera sincero, por lo cual es de suponer que no habrá mejoría en la relación ruso-estadunidense durante mucho tiempo.