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Vox Libris
Hamlet: entre el duelo y el deseo
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▲ Andreas Ilg en imagen tomada del libro publicado por Siglo XXI Editores
Periódico La Jornada
Domingo 12 de mayo de 2019, p. a12

La obra Hamlet, de William Shakespeare, es de una ‘‘fecundidad inagotable’’, pues desde su creación no ha dejado de provocar asombro y reflexión. Como todo enigma, plantea preguntas que no se resuelven al contestarlas, considera Andreas Ilg, autor de Hamlet: entre el duelo y el deseo, libro publicado por Siglo XXI Editores. Con autorización del sello, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento de la introducción

El escritor ruso Iván Turguénev una vez exclamó: ‘‘¡Cuántos comentarios ya se han escrito sobre Hamlet, y cuántos más habrán de escribirse! ¡Y cuán distintas son las conclusiones de esos análisis en torno a un modelo de una fecundidad justamente inagotable!” No hay nada que nos tendría que asombrar de esta afirmación puesto que hay muchos críticos que han planteado algo similar, pero sí es notable que esto fue dicho hace unos ciento cincuenta años.

Hasta hoy se han centuplicado los textos escritos en torno a Hamlet, una obra exquisita pero también inquietantemente enigmática y, en efecto, de una ‘‘fecundidad inagotable” que desde su creación no ha dejado de provocar asombro y reflexión. A todas las conclusiones de análisis –todavía mucho más variados– a las que esta obra de Shakespeare ha podido inspirar en el siglo y medio transcurridos desde la afirmación de Turguénev, se suma una tentativa más cuya conclusión, sin embargo, se atiene a otro objetivo.

Como todo enigma, Hamlet nos plantea preguntas que no se resuelven al contestarlas. Este planteamiento de preguntas a una obra sobre la cual tanto se ha escrito y que en tantas ocasiones ha servido para ilustrar problemáticas diversas en ámbitos distintos, y la que de tan variadas formas ha suscitado sorpresa e incitado sensaciones y pensamientos entre sus lectores y espectadores, una obra que en palabras de Harold Bloom efectivamente es a poem unlimited, ya que continuamente abre nuevos interrogantes a las ideas que de ella nos hacemos y pone en cuestión todas las aproximaciones teóricas que hemos podido intentar; este planteamiento de preguntas es fundamental para un nuevo recorrido que con el presente ensayo pretendemos realizar. Es un recorrido alentado por distintas perspectivas que ofrecen cuestionamientos muy variados y sugieren ideas a veces contrastantes, un recorrido crítico por el poema de Shakespeare, por sus versos, pero también por los espacios abiertos para hallazgos nuevos e inagotables aporías.

La forma que hemos elegido para materializar esta tentativa de lectura crítica es la de un mosaico para el cual importan tanto las teselas como las juntas. Las teselas que lo componen son las referencias propias de la tragedia de Hamlet, junto con citas y alusiones teóricas muy diversas y provenientes de campos distintos, a las que se suman y las que ensanchan comentarios muy variados.

Cuando Roland Barthes retomó el proyecto de una semiología planteada por Ferdinand de Saussure, insistió en un indispensable ‘‘encuentro de epistemes diferentes”. Este encuentro no sólo amplía el campo de estudio sino que, como indica Paul de Man, también hace posible revelar los escotomas o ‘‘puntos ciegos” propios de los insights que cada campo es capaz de generar. Es decir, el encuentro de distintas perspectivas teóricas sobre un mismo objeto de estudio permite tanto comprenderlo de diferentes maneras como dar cuenta de que cada comprensión reafirma el marco de referencias con el cual lo confinamos. Sin este ‘‘encuentro de epistemes” prontamente se acomodaría el objeto de estudio al marco desde donde lo comprendemos. Revelar los ‘‘puntos ciegos” también devuelve el estatuto de enigma a la obra que se explora, que incluso se relaciona con una ‘‘resistencia” propia del texto a ajustarse a las aplicaciones teóricas, porque a cada afirmación cuya respuesta llegamos a formular, invita a colocar los signos de interrogación para ponerla a prueba: deviniendo el ‘‘así es” al que podemos arribar, un ‘‘¿así es?” como nuevo punto de partida. He aquí lo que los griegos llamaban ‘‘aporía” que, por así decir, es una vuelta de problematización justo en el momento en que se tiende a concluir, con el fin de abrir el campo delimitado a nuevas indagaciones, de abrirlo a ese asombro y a esa reflexión que una obra enigmática es capaz de suscitar.

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Revelar los ‘‘puntos ciegos” es, lo sabemos por la ambigüedad del verbo que nos recuerda Maurice Blanchot, volver a velar estos escotomas, y establecer una continuidad del velo ahí donde hay rupturas o interrupciones que nos incitan a cuestionar sobre cómo operan nuestros insights.

Para eso resulta importante, y tal vez indispensable, que al lado de cada referencia cual tesela del mosaico, pongamos el énfasis en sus juntas. Es ahí donde el texto ya no sirve tan sólo para ilustrar, sino también, en su contraste y en su resistencia, para plantear preguntas aporéticas a nuestras aseveraciones. Son, pues, los intersticios de este mismo tejido que con tan diversas perspectivas teóricas, múltiples comentarios y siempre los versos de Hamlet, le confieren una textura que, en lugar de cerrar sus nudos con el fin de integrar un manto firme y denso, dejan hilos apenas entrelazados, otros paralelos y a veces entrecruzados, algunos sueltos incluso, para conservar un espacio vivo de preguntas y asombros. Es al menos el intento de lo que significa el verbo ‘‘ensayar”: una búsqueda, una prueba, una apuesta.

Si conjugamos la idea de un tal tejido con la alegoría del mosaico es para saber que estos intersticios y huecos le son esenciales a la presente exploración. En susodicho ‘‘encuentro de epistemes” resulta fundamental aquí que también se desencuentren, que se contrasten y se distancien. Con esto incluso aludimos a una práctica del teatro de Bertolt Brecht e invocamos a un representante de un campo teórico que se junta y se enfrenta a los del psicoanálisis, de la filosofía, de la historia, de la política, de la crítica literaria y de la misma literatura.

Ponemos el énfasis en las juntas del mosaico, como dijimos hace un rato, y recordamos ahora al narrador quien, viendo al personaje del director ciego de cine, en una de las películas del escritor y cineasta Alexander Kluge, decía que en el cine analógico se proyectan veinticuatro imágenes por segundo, con lo que también se indica que hay veinticuatro intervalos de oscuridad. Estos inter-valos de oscuridad son delgados quicios que ubicamos como zonas para interrogar, zonas en las que surgen preguntas, se provocan reflexiones y se suscitan sorpresas.

Es también lo que encontramos en la teoría de Sergei Eisenstein sobre el choque creativo entre los fotogramas. Evocamos el cine pero también aludimos al teatro. También ahí se juegan espacios e intersticios: entre actores en el escenario, entre éste y los espectadores, e incluso entre las repeticiones. Al final de ‘‘El espacio vacío”, Peter Brook escribe:

Répétition, représentation, assistance. Estas tres palabras resumen los tres elementos necesarios para que el hecho teatral cobre vida. No obstante, la esencia sigue faltando, ya que esas tres palabras son estáticas, cualquier fórmula es inevitablemente un intento de captar una verdad para siempre. En el teatro, la verdad está siempre en movimiento...