n los tres siglos de Colonia hubo presencia de protestantes en la Nueva España, aunque no protestantismo. No fue posible organizar la disidencia religiosa debido a que España se constituyó en bastión de la Contrarreforma. Allá existieron núcleos protestantes, sobre todo en Sevilla y Valladolid, los cuales no prevalecieron debido al férreo control de la Inquisición.
Poco antes de la Independencia de España en México fue abriéndose camino el debate sobre la posibilidad de permitir la práctica pública de otro credo religioso distinto al católico romano. Aunque la Constitución de 1824 estableció que la religión oficial del país era la católica, paulatinamente representantes o integrantes de iglesias/agencias protestantes lograron difundir sus creencias mediante la distribución de la Biblia. Destacó en esta labor el escocés James Thomson, de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, durante las dos estancias que tuvo en el país. Primero desarrolló de 1827 a 1830 trabajos en la Ciudad de México, los estados de Puebla, México, Tlaxcala, Querétaro, Jalisco, Oaxaca, Zacatecas, entre otros; y en una segunda estancia, 1842-44, principalmente en la Península de Yucatán.
La Constitución liberal de 1857 dejó un resquicio para una restringida libertad de creencias. Ésta ya era ejercida y señaló tal realidad Ponciano Arriaga en los debates cuando refirió a los constituyentes que la presencia organizada de protestantes era un hecho comprobable, por lo cual resultaba patético que muchos se rasgaran las vestiduras anunciando toda clase de males que asolarían a la nación de permitir la libertad de religión. La ley de libertad de cultos, 4 de diciembre de 1860, promulgada por Benito Juárez, visibilizó legalmente a pequeños núcleos protestantes existentes en distintas zonas del país.
Entre 1860 y 1872, año a partir del cual llegaron al país misioneros de las conocidas como iglesias protestantes históricas, células lideradas por mexicanos que se distanciaron del catolicismo romano facilitaron la consolidación y expansión del protestantismo, sobre todo en las vertientes metodista, presbiteriana y bautista. La diseminación del credo fue predominantemente obra de creyentes nacionales, proceso en el que destacaron mujeres escasamente reconocidas por sus propias denominaciones como pioneras en el enraizamiento del protestantismo.
El tipo de protestantismo que con más fuerza se asentó en México, en términos generales también a lo largo de América Latina, es el de rostro evangélico. Sus características son: 1) un enfoque, tanto devocional como teológico, en la persona de Jesucristo, especialmente en el significado salvífico de su muerte en la cruz; 2) la identificación de la Biblia como la autoridad final en materias de espiritualidad, doctrina y ética; 3) un énfasis en la conversión o un nuevo nacimiento
como experiencia religiosa que produce cambio en la vida; 4) una preocupación por compartir la fe con otros (fuerte acento en misiones), especialmente al través del evangelismo (Alister McGrath, A Passion for Truth. The Intellectual Coherence of Evangelicalism, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois, 1996, p. 22).
La congregación multicultural encabezada por el pastor afroestadunidense William J. Seymour, conocida como The Apostolic Faith Mission, en un barrio marginal de Los Ángeles, California, calle Azusa, número 312, experimentó un avivamiento con expresiones emotivas que los congregantes atribuyeron al Espíritu Santo. En abril de 1906 la prensa divulgó la noticia y el sitio atrajo a personas no solamente de distintos lugares de Estados Unidos, sino de otros países. Desde los primeros días del avivamiento participaron mexicanos y fueron eficaces correas de transmisión de lo que llamaron la nueva irrupción del Pentecostés, evocando lo narrado por el Nuevo Testamento en el segundo capítulo del libro de los Hechos.
Hacia la mitad de la segunda década del siglo pasado se fue posicionando el pentecostalismo en el territorio mexicano. La fe pentecostal comparte con el protestantismo evangélico los cuatro puntos anteriormente citados, y le añade el de la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Dicha obra se manifiesta a través de glosolalia, sanidad mediante la oración, milagros y experiencias extáticas. El pentecostalismo es la fuerza dominante en el protestantismo evangélico mexicano. Otra rama es el neopentecostalismo, que concibe la prosperidad material como señal de la bendición de Dios.
La diversidad evangélica/protestante es dinámica, siempre está reverdeciendo en nuevas formas y añade características que hacen difícil a los investigadores de la diversificación religiosa seguirle el paso y conceptualizarlo certeramente. Pretender que la diversidad apenas aquí bosquejada tenga representantes o liderazgos que sean su voz es una quimera, sobre todo en el terreno político/electoral. El protestantismo mexicano es plural y difícil de aprehender.