a vida nos da sorpresas. Todavía. La última en la Ciudad de México. Más precisamente en Azcapotzalco. Quien esto escribe conoció el Parque Ecológico Bicentenario, levantado en lo que fue la Refinería de Azcapotzalco. La refinería inició actividades en 1933, fue nacionalizada en 1938 y clausurada en 1991, por la enorme contaminación que generaba para la capital. En ese entonces producía gasolinas Magna, Premium, turbosina, kerosina, diésel, gas licuado del petróleo y combustóleo. Trocar un complejo industrial basado en el petróleo por un parque para la educación ambiental parece casi un sueño. Y esto sucedió. Supongo que nuestros nietos verán a las cinco refinerías del país convertidas en zonas para el disfrute de la vida, la educación ambiental y la comprensión de la naturaleza. Ellos pertenecerán a la era ya no de Pemex sino de Solmex. El Parque Bicentenario se abrió en 2010, después de una escrupulosa remediación y descontaminación. Con 55 hectáreas, el parque es un oasis en la porción más industrializada de la capital de la República. Su diseño fue un acierto. El complejo tiene enormes áreas verdes además de un jardín botánico donde se representan las principales especies vegetales de las cinco grandes regiones ecológicas de México, un orquidario, lago artificial, zonas para eventos, museo, áreas para el esparcimiento de las familias y la recreación de una chinampa, que es quizás el sistema de producción de alimentos más eficiente y sostenible del mundo, que permitió la creación y expansión de Tenochtitlán, la capital de los aztecas que en aquella época sobrepasaba en número de habitantes a cualquier ciudad de Europa. El sistema chinampero recreado aloja toda una variedad de hortalizas para fines educativos. Con esos atractivos, el Parque Bicentenario recibe cada año más de 3 millones de visitantes.
El parque fue escenario hace unos días de Tierra Beat, fiesta internacional de música y acción ambiental, organizada por las instancias ambientales y culturales del nuevo gobierno de la Ciudad de México. Se presentaron conciertos de rock, reggae y música electrónica, ejecutados por 34 bandas, además de un programa de cultura ambiental consistente en talleres para niños y sus familias, muestra de ecotecnologías y 12 conversatorios donde se debatió sobre cambio climático, protección de las especies, proyectos depredadores y movilidad sin autos. Por ahí desfilaron Greenpeace, el movimiento Agua para Tod@s, Agua para la Vida, Bicitekas, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco. Invitado a participar en los conversatorios, quien esto escribe tuvo la fortuna de compartir opiniones, denuncias, apasionamientos, llamados y defensas de la vida con activistas tan connotados como Sargento García, famoso cantante francés de rock; doña Trini, del heroico pueblo de Atenco; las comunidades contra el gasoducto y la termoeléctrica de Morelos; la viuda de Samir Flores, el campesino ambientalista asesinado, y Rubén Albarrán el eterno cantante de Café Tacuba. Todos, fuimos (in)moderados por el talento, sabroso, picante e irreverente de la reconocida conductora Fernanda Tapia. En mis cinco décadas de trabajo académico y militancia ambiental, nunca había vivido un encuentro de comunicación tan intenso, diáfano, directo y honesto por la defensa de la vida, la naturaleza y el ambiente. Público e invitados fuimos imbuidos de una energía vital a partir de los discursos e intervenciones. Nos convertimos en una sola fuerza.
También llegamos a conocer una realidad terrible: la Semarnat, conducida por esa banda de rufianes llamado Partido Verde, dejó de administrar el parque desde 2017 y lo cedió, por ocioso e improductivo
, al Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales, para su concesión a una empresa privada. Ese acto de corrupción y traición fue denunciado públicamente por vecinos desde agosto de 2018 y hasta hoy permanece sin ser indagado a fondo. El día del encuentro innumerables ciudadanos, llenos de indignación, nos lo informaron. Hoy esa maravilla de proyecto educativo ambiental sigue en manos privadas y sus efectos comienzan a sentirse: el estacionamiento era gratuito, ahora se cobra; está prohibido introducir alimentos para que los visitantes se vean obligados a comprarlos; en la feria del libro infantil se vendía cerveza y, a la entrada del parque, todo visitante es recibido por un ejército de la empresa de seguridad privada Sppel. En esta era, en la que el Presidente de México nos convoca a terminar de golpe con la corrupción, urge que el Parque Bicentenario retorne a ser una entidad pública al servicio de los ciudadanos.