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Enfrenta reticencias de Unidas Podemos

Gobernar en solitario con pactos puntuales, lo que quiere el PSOE

Pedro Sánchez tiene más de un mes para presentar una propuesta

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▲ En un café de Pamplona los clientes leen en la prensa el resultado de los comicios generales del domingo.Foto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 30 de abril de 2019, p. 22

Madrid. El día después de la victoria, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) enseñó las cartas con las que iniciará las negociaciones de cara a la sesión de investidura: su intención es gobernar en solitario, sin un acuerdo fijo con ningún partido político y sí con pactos puntuales para sacar adelante sus iniciativas parlamentarias, sobre todo los presupuestos generales del Estado. Así lo confirmó la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo, quien defendió este modelo con el cual se busca tener más flexibilidad para desarrollar las políticas que prefiera el presidente del gobierno relecto Pedro Sánchez.

La victoria del PSOE, con 123 diputados y cerca de 29 por ciento del electorado, permitirá a Sánchez abrir varios escenarios de negociaciones, sobre todo por el resto del reparto de los diputados en el Congreso que quedó así: PSOE, 123 diputados; Partido Popular (PP), 66; Ciudadanos (C’s), 57; Unidas Podemos (UP), 42, y la emergente de extrema derecha Vox, 24. Para completar las 350 curules habría que sumar los obtenidos por otras formaciones autonómicas o nacionalistas: Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), 15; Junts per Catalunya (JxCat), siete; Partido Nacionalista Vasco, seis; EH-Bildu, cuatro; Coalición Canaria, dos; Navarra Suma, dos; Compromis, uno, y el Partido Regionalista de Cantabria, uno.

PSOE y UP sumarían en caso de firmar un acuerdo de gobierno 165 escaños, todavía lejos de la mayoría absoluta de los 176. Con lo que Calvo explicó que por ahora prefiere mantener un modelo similar con el que trabajaron tras la moción de censura al derechista Mariano Rajoy que llevó al poder al socialista Sánchez: un gobierno en solitario que abrirá negociaciones a varias bandas para sacar adelante sus iniciativas. El único pero a esta fórmula son las reticencias expresadas por Pablo Iglesias, líder de UP, sobre todo porque en ese apoyo al gobierno se explicaría en parte la caída en votos y diputados del que fuera el partido de los indignados.

De hecho, en la noche del domingo, Iglesias insistió en que su intención es integrar un gobierno de coalición, al tiempo que pedía discreción y paciencia tanto a periodistas como a sus militantes, en lo que también fue un giro importante en la forma de hacer política de esta formación de izquierda, que irrumpió en el escenario con la promesa de asaltar los cielos y de siempre aplicar una política de transparencia a sus negociaciones. De hecho, entre sus primera iniciativas hace cuatro años, una de las más importantes era la de difundir en streaming todas sus reuniones con otros partidos políticos en la que se negocien cuestiones importantes.

El PSOE también descartó un acuerdo con Ciudadanos, que logró 57 diputados y subió 80 por ciento en votos y escaños respecto de los comicios de 2016, convirtiéndose en el otro gran triunfador de la contienda. De hecho, si PSOE y C’s unieran sus escaños obtendrían una holgada mayoría absoluta para desarrollar un programa, que es además una de las preferencias de los empresarios e inversionistas, pero prácticamente ambas formaciones ya lo descartaron.

En todo caso, el PSOE tiene el tiempo en su favor, pues el calendario parlamentario le dará margen de algo más de un mes para presentar una propuesta de investidura, con lo que todos los escenarios posibles se podrían ir madurando en las próximas semanas.

En la otra cara de la moneda, en la sede del derechista PP había caras largas, preocupación e incertidumbre sobre el futuro de su líder, Pablo Casado, quien obtuvo los peores resultados en la historia de la formación y en sólo tres años perdió 71 diputados y más de 3 millones 600 mil votantes.

El próximo martes celebrarán una reunión del Comité Ejecutivo que podría marcar las líneas a seguir en las próximas semanas, sobre todo de cara a las elecciones en varias autonomías y municipios el 26 de mayo, donde se volverán a medir los bloques de la izquierda y de la derecha por el control territorial de algunas de las plazas más importantes del país, entre ellas Madrid.

Diputados en la cárcel

Una de las curiosidades de los comicios de ayer fue la elección como diputados de cinco políticos catalanes que se encuentran en prisión cautelar desde hace año y medio por su participación en la declaración unilateral de independencia de octubre de 2017. Sus partidos ERC y JxCat los incluyeron en sus listas y ganaron, con lo que ahora deberán compaginar sus asistencias a las sesiones del juicio que se celebra en el Tribunal Supremo con sus actividades como diputados, al menos lo que permita el tribunal competente. Los diputados y políticos presos son Oriol Junqueras, Jordi Sánchez, Jordi Turull, Josep Rull y Raül Romeva.

Además, la Junta Electoral Central (JEC) emitió una resolución en la que prohibió incluir a los líderes independentistas refugiados en otros países Carles Puigdemont, Clara Ponsatí y Toni Comín en la lista de candidaturas para las elecciones europeas del próximo 26 de mayo.

La razón que aduce la JEC es que ninguno de ellos está registrado como ciudadano español residente en el extranjero.

Los españoles se volcaron a las urnas para decir no a opciones extremistas de izquierdas y derechas

Josetxo Zaldua

Enviado

Madrid. Cruda generalizada en los cuarteles políticos un día después de la cita electoral. Socialistas y soberanistas catalanes y vascos saboreando las mieles del triunfo contundente. Enfrente, sabor agridulce en los cuarteles de Ciudadanos y Vox –esperaban mucho más de lo conseguido– y decepción sin límites en el Partido Popular y en Unidas Podemos, los grandes derrotados del domingo. Ganó la moderación del PSOE y también los nacionalismos que se alejaron de predicamentos radicales.

La ciudadanía se volcó sobre las urnas para decir NO a opciones extremistas de izquierdas y derechas. La deriva a estribor del PP asustó a sus bases y simpatizantes, nada satisfechos con un discurso que pretendió suplantar al del neofascista Vox. Y también perdieron votos duros que optaron por darle su voto a los genuinos representantes de la ultraderecha hispana.

No fue una batalla entre liberales y conservadores, ni mucho menos. Fue una guerra entre dos visiones sobre el papel del Estado. Ni el PSOE es liberal ni las derechas españolas son conservadoras; son peor que eso. El tema es mucho más complejo que reducir las diferencias políticas a esa caduca visión de que si no eres liberal, eres conservador.

Ya está sobre el tapete si Pablo Casado, el fracasado candidato del derechista PP debe o no renunciar. Su padre político, José María Aznar, no ha abierto todavía su pequeña boca, esa que alegremente aceptó apoyar a sus colegas George Bush y Tony Blair en la sangrienta invasión a Irak. Por de pronto Casado se aferra a su silla como si fuera un clavo ardiendo del que depende su vida. Seguramente aguantará el mes que falta para las elecciones europeas, autonómicas y municipales. Su esperanza es que esa cita le proporcione el oxígeno suficiente para mantenerse al frente de un partido desvencijado.

Al acecho y listo para ocupar ese previsible vacío está Albert Rivera, el líder de Ciudadanos que ayer disimuló con no poco oficio su decepción ante los resultados electorales. Él estaba persuadido que superarían al PP para así convertirse en la real alternativa opositora al PSOE. No lo logró por muy poco.

Sorprende, sobre todo en Europa, que Rivera esté empecinado en negarse a formar una alianza gobernable con los socialistas. Todavía anoche Pedro Sánchez, el hombre que quiso ser sepultado por Felipe González y asociados, le tendió su mano al líder de Ciudadanos mientras sus militantes y simpatizantes reunidos a las afueras de la sede partidista gritaban: Con Rivera no, con Rivera no. Pragmático y conocedor de tiempos y ritmos, Sánchez no hizo caso de la consigna porque tenía más que ganar que perder. El intransigente no es él, es Albert Rivera.

Surgidos hace cinco años de la Universidad Complutense al calor de la pavorosa crisis económica y social que golpeó a España, Podemos llegó a representar en aquellos difíciles días la esperanza de los jodidos, incluyendo por supuesto a una clase depauperada por el embate de una crisis que el entonces presidente español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, se negó a reconocer hasta que el agua amenazó con ahogarlo. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Con un discurso fresco y combativo las y los jóvenes dirigentes de Podemos invadieron las calles de España y se propusieron asaltar los cielos. Y se lo creyeron, y con ellos miles que necesitaban creer que el cambio era posible. Cuatro años después, con todo y despiadadas cribas y mentadas de madre internas, esa marca morada perdió los calcetines y algo más el pasado domingo. La soberbia no es la mejor compañera de viaje.

Los otros ganones se llaman Vox, versión española de la barata filosofía trumpista. No hay modo de saber a estas alturas del partido qué tanto recorrido tendrá semejante engendro, pero a tenor de los vientos que soplan en este continente, mejor tomárselo en serio porque van a ser mucho más que un pasajero dolor de cabeza.