Opinión
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La muestra

Ocho de cada diez

D

e acuerdo con cifras oficiales, en México ocho de cada 10 asesinatos no son jamás investigados, un hecho que perpetúa una espiral de impunidad y corrupción hasta hoy imparable. Bajo esta premisa, el realizador Sergio Umansky Brener (Mejor que Gabriela no se muera, 2007), propone una historia de ficción anclada vigorosamente en registros documentales.

Aurelio (Noé Hernández), un personaje apacible apodado el Caras, por la versatilidad de sus gesticulaciones cómicas, se ve orillado a un imperativo de revancha al recibir la noticia de la ejecución de su hijo en una plaza pública a plena luz del día.

En Ocho de cada diez ningún testigo presencial del crimen desea involucrarse en el asunto o prestar ayuda eficaz al padre desesperado. De modo especial, las autoridades judiciales le muestran indiferencia, cuando no un desdén abierto, transformando al hijo ejecutado en responsable único de su propia suerte. Sólo un policía venal, conocedor de los delincuentes sueltos, le propone una colaboración a cambio de dinero. Atrapado en esta red de simulaciones y complicidades criminales, Aurelio deberá actuar por cuenta propia.

Esta radiografía puntual de la delincuencia impune incluye, cada 12 minutos, escenas intercaladas de ejecuciones a mansalva registradas en cámaras de vigilancia, lo que confiere a la película un tono documental cercano a la cinta Hasta los dientes (2018), de Alberto Arnaut, en la que la rabia impotente de los familiares de las personas ejecutadas tenía como contrapunto el cinismo declarativo de las autoridades dispuestas a garantizar la impunidad (Los muertos no hablan, los muertos no declaran, se decía en la cinta citada).

Umansky Brenner elige narrar ese mismo clima desolador centrándose en un personaje de vulnerabilidad extrema que sólo encuentra refugio afectivo en la joven Citlali (Daniela Schmidt), una inmigrante, víctima de maltrato conyugal, reducida a una penosa supervivencia como prostituta en arrabales, que afanosamente busca arrancar a su hija de la custodia de su padre.

El encuentro de estos dos personajes marginales permite al realizador y guionista concentrar en esa azarosa estrategia improvisada de ayuda mutua todo el drama de una población inerme frente a la tragedia de una criminalidad tan extendida como incontrolable.

La figura tragicómica de Aurelio, el Caras, encuentra en Noé Hernández a un intérprete insustituible. En su personaje se expresa con vigor toda la indignación y mordacidad de la denuncia, y eso está muy por encima de las convenciones genéricas y las derivas anecdóticas de un melodrama cuya vocación primera pareciera haber sido más bien la de un buen documental, posiblemente todavía pendiente.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, a las 15:30 y 21 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1