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Más allá de nuestras diferencias
L

a política es el mecanismo histórico entre consenso y conflicto. Hay consensos deseables e intolerables, así como existen conflictos impostergables. En ese ejercicio de tensión entre fuerzas que sostienen ideas distintas, México atraviesa un momento clave para definir su historia y su futuro. A todos nos ha quedado claro que las urnas enviaron un contundente mensaje el año pasado: el sistema de re-glas creado a partir de la reforma política de los años 70 y la posterior fractura del poder y la primera transición, no era suficiente como amalgama estable de lo social. Para muchos mexicanos, las promesas que durante décadas hizo la economía, no estaban siendo cumplidas por la democracia. A tono con el mundo, los ciudadanos expresaron hartazgo con el estado de cosas existentes y una profunda insatisfacción con la clase política. El resultado es una reconfiguración, por no decir desaparición, del sistema de partidos que terminó de configurarse en los años 90. Esa es hoy nuestra realidad democrática: partidos políticos perdiendo terreno frente al ciudadano, impaciencia de éste frente al Estado y un claro y legítimo mandato democrático. Queda claro cómo llegamos hasta aquí, qué pasó y cuál es nuestra circunstancia, pero ¿Cuál es el pacto social de cara al futuro? ¿Cómo se integran en un proyecto nacional fuerzas en tensión? ¿Cuál es el futuro del sistema de partidos políticos que, nos guste o no, son el vehículo democrático de representación?

Parece el tiempo justo, el momento correcto para pensar qué tenemos en común más allá de nuestras diferencias. Qué es posible juntos y qué es intransitable. Qué nos une y qué nos separa, pues México no puede cimentar su futuro en mitades o en tercios, demanda la voluntad y el acuerdo mínimo de todos. En ese sentido, pienso que más allá de los prejuicios y las descalificaciones propias de estos tiempos de redes y ánimos encendidos, este país está de acuerdo en mantener libertades económicas, en impulsar derechos de las minorías, en no perder memoria histórica, en preservar la estabilidad económica y el equilibrio en las finanzas públicas, en fortalecer a las instituciones democráticas y hacer aún más fuertes a las instituciones de seguridad social. Más allá de las descalificaciones generalizadas en las que todos hemos caído, podemos coincidir en que los próximos años dependen de invertir en capital humano, en educación pública competitiva, en una estrate-gia energética en la que la soberanía no rivalice con la rentabilidad para el Estado. Podemos coincidir también en una posición firme e inteligente frente a Estados Unidos, y de solidaridad e identificación con América Latina. Un país que al tiempo de acortar la brecha de la desigualdad, acorte también la que la política ha abierto entre nosotros.

La primera mitad del siglo XIX nos recuerda dolorosamente los costos de la división entre mexicanos. Mientras otras naciones consolidaban territorialmente el concepto del Estado, nosotros no pudimos ver más allá de nuestras diferencias y las potencias de entonces, que son también las potencias de ahora, nos encontraron débiles, desunidos, confundiendo al adversario con el enemigo y al enemigo con un aliado. La gran pregunta es si México puede construir su viabilidad y grandeza como nación, sin el compo-nente fundamental de la concordia. Yo creo que no. Que es momento de provocar el diálogo donde hoy hay un silencio que encona y nos confronta. Que es tiempo de hablar más con quienes piensan distinto y menos con quienes coinciden con nosotros, a pesar del carácter catártico de esas reuniones. Porque la democracia está perdiendo terreno en el mundo mientras las islas de prejuicios permanentemente confirmados nos dividen como ciudadanos. Respetando la legitimidad y el mandato de las urnas, entendiendo el mensaje social de julio pasado, coincidiendo en que el statu quo era insostenible para una amplísima mayoría de mexicanos, vale la pena cuestionarnos: ¿Qué sigue?, ¿Cuál es el camino en el que ciudadanos, gobierno, medios, organizaciones civiles, empresarios, universidades, mayorías y minorías, podemos transitar sin etiquetas? ¿Cómo se ve el horizonte, más allá de nuestras diferencias?