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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CII)

P

unto final del anterior:

Para que vea que yo me mato con cualquiera

Uno de tantos recuerdos de Conchita Cintrón, al referirse a la excusa de un duelista al entregarle su pañuelo al que lo había retado.

Continuemos, pues.

“Mas no valiendo la pena matarse, el problema podía resolverse con un delicioso sentido del humor. Recuerdo la expresión de Ruy –versado en los duelos de la vieja Europa– cuando Joaquín –un amigo de travesuras charras– le contó que había aceptado un clásico duelo a pistola y que después de pensarlo mejor, no compareció en el lugar designado.

“–¡Qué barbaridad! –exclamó mi maestro–, pero, ¿por qué?

“–Hombre, estábamos algo tomados cuando decidimos el encuentro y después me pareció que el asunto no merecía medida tan radical.

“–Vaya –dijo Ruy poco convencido–, tu enemigo se habrá quedado muy mal impresionado con tu actitud.

“–Si vieras que no –observó Joaquín, echándose adelante el sombrero, con su gesto y calma peculiar. Le dejé una tarjetita diciendo: ‘hazte cuenta que me has matado’. Y se quedó muy contento.

Nos reímos con el despreocupado espíritu de nuestro amigo.

***

“La correspondencia que llegaba a mis manos era parte intrínseca de mi vida y, en algunas ocasiones, bastante curiosa. Recibí sobres cuyas únicas direcciones era un retrato mío pegado junto al sello. Otro me llegó con lacónicas palabras: ‘Conchita… al sur del Río Grande’. Estas cartas de admiradores no tenían, a mi ver, gran interés, aunque siempre que Asunción me traía alguna más original, la contestaba. Recuerdo una de éstas escrita por un joven deseoso de conversar ‘seriamente’ conmigo. Me pedía que si estaba de acuerdo colocara la rosa que me enviaba sobre el corazón y si no, que la llevara sobre el hombro derecho. Sabía que iría a las carreras de caballos y me buscaría. Con bastante dificultad conseguí colocar la rosa exactamente en medio del cuello de mi vestido y así fui a las carreras, pero el joven don Juan no tenía sentido del humor.

“Si bien las cartas de extraños no me inspiraban gran interés, con las noticias de mi casa y de mis amigos pasaba todo lo contrario. Mis abuelos y mis padres escribían a menudo, pero no así David, cuyas primeras cartas, que aquí transcribo, me alegraron el corazón:

“‘Hermanita querida:

‘‘‘Recibí tu cartita. Sigo en el colegio Maristas, estoy en el segundo año. La Biki tiene una cara chistosa de puro vieja. Ahora tuvo nueve perritos y quedó una, se llama Alí, es terriblemente traviesa y muy amiga de una gatita llamada María Eugenia. Me gustan el mecano y las pistolas. Te envío billones de besos. D. Cintrón’”

***

“Al poco tiempo de nuestro arribo a México, la guerra había estallado con toda su fuerza y crueldad. Pero no teniendo nosotros a la familia en situación peligrosa y viviendo alejados de las tragedias que afligían a muchos sectores del mundo, apenas sentíamos sus efectos a través de los periódicos. Como le decía a Ruy un amigo portugués.

“‘…mientras a pocos kilómetros revientan granadas, aquí estallan los corchos de las botellas de Champagne…’

“Si en Portugal acontecía esto, era natural que en México pasara cosa semejante. Los comentarios pudiera que fueran agitados en algunos lugares, pero los que yo escuché estaban lejos de serlo.

“Cuando a Don Difi, hombre conocedor de la situación mundial y de sus propias ideas, le preguntamos en una tertulia si era antiinglés o antialemán, contestó con su habitual malicia:

“‘Soy antihigiénico’.

“Y, a poco, puestos de parte de los temas serios, todos comentaban el papelito que nos traía y que curiosamente enfocaba un problema de la actualidad, decía así:

‘MUSSOLINI

‘HITLER

‘CHAMBERLAIN

DALADIER

‘¿QUIÉN

‘GANARÁ?’

“El resultado se obtenía marcando, de alto a bajo, la tercera letra de cada palabra.

“Más un día nos llegó a la tranquila puerta de casa, algo de las sombras de los frentes de batalla. El correo me trajo unas cartas procedentes de ‘un lugar en el Pacífico’ y su letra juvenil repleta de añoranza del pasado –que al fin y al cabo no era lejano, pero que parecía estar a mil años de su pluma– me traía innumerables recuerdos de mi infancia. Se trataba de Bobby García, uno de los niños con quien jugaba en San Isidro.”

(Continuará)

(AAB)