oseph Ratzinger, papa emérito, ha publicado un documento sobre la Iglesia y los abusos sexuales. Benedicto XVI rompe el silencio. Afirma que el colapso moral de la Iglesia comenzó en 1968. Agrega que en la revolución sexual de 1968 todo se convirtió en libertad sin norma
. En plena Semana Santa se han levantado agudas polémicas en torno al diagnóstico de la pederastia. Sin duda, es el reflejo de que la cumbre convocada por Francisco no arrojó los resultados esperados. Ante la decepción, emerge el diagnóstico de Ratzinger que ha alentado a los sectores tradicionalistas enemigos frontales del papa Francisco. El papa emérito, quien hizo su revolución al renunciar al papado, asegura que la Iglesia vive una profunda crisis de credibilidad porque ha sido infectada de la mundanidad sexualizada, contaminada por una sociedad moderna que aspira vivir sin Dios; enuncia: La Iglesia está muriendo en las almas
y no necesariamente en sus estructuras. Quizá la Iglesia no sabe cómo salir de la situación en que se ha expuesto con sus propias potestades y trata de imputar un mal interno, no resuelto, a la hipótesis del colapso externo.
Pareciera que Ratzinger sigue obsesionado con 1968. Las revueltas estudiantiles y culturales marcaron su biografía. De un respetable joven teólogo progresista conciliar se fue deslizando, justo a partir de 68, a posturas cada vez más tradicionales. Sin embargo, su análisis no checa con la propia historia. En la misma Alemania hubo denuncias de abusos desde los años 50. Igualmente en Irlanda, el encubrimiento endémico de la Iglesia data desde los años 50. Lo mismo podemos decir del caso Marcial Maciel. El cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, reconoció en enero pasado que el Vaticano documentó desde 1943 la pederastia de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. La hipótesis de Ratzinger es insostenible por los hechos. La pederastia clerical es de larga data y no fue provocada por la fisionomía de la Revolución del 68 que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada
. Ratzinger ha mostrado una particular contrariedad contra las clases medias europeas y en particular los jóvenes que se alejaron de la Iglesia. En el libro Reporte sobre la fe, con Vittorio Messori (1985), Ratzinger prefecto arremete contra la ideología hedonista del sector terciario y anuncia la operación, bajo el pontificado de Juan Pablo II, de una necesaria Restauración. Ya como papa, Benedicto XVI embiste contra la dictadura del relativismo
de las sociedades modernas. Ahora el anciano papa emérito descarga su furia en la revolución sexual de la juventud de 68. La matriz es una y la colonización secular tiene el mismo origen.
Ni Ratzinger ni la cumbre de febrero sobre pederastia en Roma reconocen la masculinidad sagrada como patología clerical, fuente de poder y posesión del cuerpo y del alma de los feligreses. Por ello el texto de Ratzinger no escapa al análisis eclesiocentrista. No tiene el enfoque de las víctimas, sólo menciona una víctima de manera explícita. Parece importarle más la pertinencia de una Iglesia en quiebre que el dolor causado a cientos de miles de niños indefensos frente al clericalismo patriarcal. Ratzinger, quien recién cumplió 92 años, sentenció que a partir del Concilio Vaticano II se debilitó la teología moral de la Iglesia. En cierto sentido la Iglesia se apartó del derecho natural y reprochó el movimiento de teólogos progresistas con incursiones audaces que finalmente debilitaron el pensamiento teológico de la Iglesia. De manera elegante y eufemista habla de un garantismo como una ideología jurídica en la Iglesia que, mal interpretada, protegió a los sacerdotes pederastas. Las normas, procesos y el derecho de réplica jugaron en favor de los abusadores. Ratzinger parece reconocer cierta responsabilidad frente a los procesos lentos, burocráticos que rebasaron tanto a las diócesis como a la Santa Sede. Sin embargo, omite un código interno que data del siglo XIX y que fue actualizado por Juan XXIII en los años 60. Es un código de omertá. Dicha compilación clerical está diseñada para proteger estructural e institucionalmente al cura o clérigo infractor. O ¿es el código el garantismo en su máxima expresión al que hace alusión Benedicto XVI?
Era previsible que el documento de Benedicto XVI sobre el abuso sexual en la Iglesia pudiera causar discusión y hasta división. Sobre la mesa se vuelven a colocar las relaciones entre Francisco y el papa emérito. En los hechos existe una relación cordial y hasta amorosa. Hay una relación sabia de colaboración y respeto entre dos personalidades tan distintas. Hay que reconocer el discreto perfil, casi ermitaño, elegido por el predecesor. Sin embargo el texto de Benedicto XVI ha desatado a los tradicionalistas para presionar a Francisco ante el aparente fracaso de la cumbre contra la pederastia. Mientras los partidarios de Francisco recomiendan al papa emérito no intervenir y le reprochan acciones que debió ejercer en funciones. La ortodoxia teológica de los partidarios de Benedicto contra la supuesta herejía
de Francisco. Quieren explotar como si fueran dos visiones antagónicas y ambas son caricaturizadas. Pero sobre todo, posturas irreconciliables. Los saldos establecidos hace seis años han cambiado. El texto de Ratzinger sobre abusos, revelan, no causan esta modalidad de polarización. Y las tensiones que surgieron fueron evidentemente latentes.
Tormentas prosiguen en el Vaticano y anuncian desenlaces de mayor alcance. La Iglesia arde y no es precisamente la de Notre Dame.