La casa junto al mar
os viejos combates. Al cabo de 20 películas, el realizador francés Robert Guédiguian (Marius y Jeannette, 1997, su cinta más emblemática) vuelve a sus escenarios habituales para elaborar un balance de los logros y desaciertos de una generación, la suya, marcada por el compromiso político y la solidaridad con los desposeídos. El resultado es La casa junto al mar (La villa, 2017), obra melancólica donde las viejas atmósferas estivales y el tumulto lúdico de la clase obrera que el cineasta solía recrear, ceden el paso a ambientes muy cerrados en plena costa mediterránea, bajo un frío sol de invierno, para narrar una historia de crispaciones familiares, ajustes de cuentas y reconciliaciones. La trama es sencilla: el infarto cerebral que padece un anciano reúne en torno a su figura patriarcal reducida al silencio a sus tres hijos sexagenarios. El rencuentro de los tres personajes, interpretados por estupendos comediantes fetiches de Guédiguian, pone de manifiesto de modo contrastado el empeño laboral de Armand (Gérard Meylan), restaurantero que saca a flote un negocio familiar en Marsella, el frío aburguesamiento de Joseph (Jean-Pierre Darroussin), el citadino vuelto ya todo un extraño en el terruño natal, y la carga de inseguridades emocionales de Angèle (Ariane Ascaride), la mujer madura, antigua actriz exitosa, que vive con perplejidad el sorpresivo asedio amoroso de un galán mucho más joven que ella. Joseph, por su lado, sostiene también, con mayor aplomo que su hermana, una relación también desigual con Bérangère (Anaïs Demoustier), chica atractiva también muy joven.
El observador social que siempre ha sido Guédiguian parece carecer aquí de la sutileza necesaria para ahondar en los conflictos afectivos que sugiere la trama. Sus apuntes son anecdóticos, algo triviales y a la postre reiterativos. Lo que mejor registra, sin embargo, es el desencuentro anímico entre personas ya otoñales y sus pares más jóvenes, así como el franco abandono de los ideales y viejos combates de una generación madura ya desencantada. Esa renuncia vital aparece como metáfora del colapso más global de las antiguas certidumbres ideológicas. El momento de revelación surge cuando los tres hermanos deben afrontar el drama de tres niños inmigrantes de origen kurdo abandonados a su suerte en esa Francia meridional otrora hospitalaria. El fantasma de algún viejo impulso solidario podría sacudir sus rutinas, redoblar su vitalidad y alejarlos del ánimo declinante del padre que ahora los observa desde el mutismo irremediable. La casa junto al mar es la obra más escéptica y taciturna de quien siempre fue el realizador con mayor optimismo social en el cine francés contemporáneo. Sala 2 de la Cineteca Nacional. 12:30 y 18:30 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1