Baches y obstáculos, males que no cambian
omo todos los días desde hace más de un año, es decir, igual ahora que en el pasado reciente, en un descuido caí en el mismo bache que nació, creció y se reprodujo en la calle donde vivo.
De pronto sentí que seguía en 2017 o en el 18 y que nada había cambiado. Una cuadra más allá del bache, o los baches, un camión recolector de basura impide la circulación. Los trabajadores de limpia hacen la labor de pepena como hacían el sexenio pasado, es decir, separan la basura orgánica de la inorgánica, trabajo que apenas empieza y que llevará, nos dicen los trabajadores, cerca de una hora. Falta poco para las siete de la mañana –es viernes, último día de clases– y la escuela de los niños cierra.
Una calle paralela, con unos metros en sentido contrario, se convierte en la salida de emergencia. Los hoyos en el asfalto no dejan lugar liso; son los mismos hoyos del año pasado. Media cuadra adelante un enorme camión repartidor de cerveza estrecha el arrollo vehicular. Está sobre dos cajones, de esos en los que se tiene que pagar para ocuparlos. Un joven en un triciclo donde transporta las arañas
inmovilizadoras de vehículos pasa junto al camión, como si no existiera.
El empleado de la empresa dueña de los parquímetros va acompañado de un policía de tránsito que tampoco hace caso del camión cervecero, pero encuentra un automóvil particular que, al parecer, no ha pagado y con gusto, o ¿saña?, empieza a colocar el candado en una de las llantas. Es la misma situación denunciada una y otra vez desde hace un par de años.
Urge tomar otra ruta. La idea la compartimos varios que tampoco logramos mucho en términos de velocidad. Necesitamos otra vía de escape, pero no hay. Son las siete con veinte minutos; ya no queda mucho por hacer. Salimos tarde y la realidad de la calle nos ha cobrado el retraso.
Ahora es un joven montado en un triciclo que lleva una enorme canasta con pan y un par de bidones con café, quien con dificultades pedalea para tratar de hacer que el vehículo tome algo de velocidad, pero el esfuerzo es inútil y el armatoste apenas se mueve. La imagen ya es más que conocida e inevitable. Sucede a diario desde la administración pasada.
Para colmo, ya casi para salir a Insurgentes, un enorme vehículo de la Comisión Federal de Electricidad está cortando las ramas de un árbol y la calle se ha cerrado; ahora en reversa hay que salir de allí, pero no, estamos atrapados. Sobre la banqueta pasa un joven montado en un scooter, nos mira y sonríe. Nada le impide seguir su camino, ni la gente que corre, pasea o deambula por la misma acera.
Por fin salimos a Insurgentes; hay un poco de tránsito, pero podemos desplazarnos a buena velocidad. Ya se avisó que vamos a llegar tarde y ahora, ahora nos hallamos con los vecinos de alguna colonia del sur de la ciudad que han cerrado la avenida porque en sus casas no hay agua. Tienen años demandando lo mismo.
Sólo queda una opción: tener paciencia y escuchar un poco de música para desfacer la desgracia. La pregunta que revienta natural, sin mayor reflexión, es: ¿cuándo empezará el nuevo gobierno?
De pasadita
Entre los reporteros asignados a obtener información del gobierno central de la ciudad se dice que el carácter alegre, y a veces hasta dulce, de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, se ha tornado un tanto agrio y que a casi todos los miembros de su gabinete les reclama acciones fallidas.
Y es que el asunto es que pareciera que el gobierno no va más allá de las declaraciones, de las que el jefe de la policía, Jesús Orta, es el campeón. Tres o cuatro veces al día el joven encargado de la seguridad ciudadana acepta el reto del micrófono y habla, habla, habla...