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1956
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Periódico La Jornada
Sábado 13 de abril de 2019, p. a12

Se ponen a cocer a fuego lento las teclas del piano, mientras el sax tenor reposa en baño maría, el bajo se pone a punto de ebullición, los tambores de la batería se maceran con harto ajo y limoncito y la trompeta se sumerge en un sofrito dentro de una cacerola de barro.

Se mezcla lentamente todo.

El resultado: Cookin’with The Miles Davis Quintet, el disco que hoy recomendamos con hambre y mucho gusto, encantado, gracias.

Hay una fecha clave que explica el esplendor de este álbum en el anaquel de novedades discográficas: 1956.

Fue el momento mejor, un florecer, del que es considerado como el insuperado combo de jazz en la historia, el que formó Miles Davis en 1955 con una visión de editor: encontró que el mejor alientista de la historia, luego de él, por supuesto, pulsaba entre sus brazos un sax tenor que alternaba con soprano pero aún no conocía bien el camino rumbo al paraíso.

Y puso a John Coltrane a soplar ambas volutas de oro convertidas en saxofones, mientras en el contrabajo colocó a un jovencito con ojos azorados: Paul Chambers, en el piano plantó manto escarlata y plúmbago: la manera de activar sonidos de las manos de Red Garland y como consecuencia de tales estremecimientos, puso atrás de los tambores a un alquimista convertido en músico: Philly Joe Jones.

Sobre ese manto de orquídeas, jazmines, gladiolos y nenúfares, Miles Davis perfeccionó su estilo: tiende líneas turgentes en el registro medio y cada emisión de sonido es una esponja que crece, se vuelve voluta, mantiene erección en espasmos repetidos con fruición. Una oquedad húmeda donde lo inefable se convierte en hecho.

1956 es el año en que nació el estilo Miles Davis.

Su disco Cookin’ with The Miles Davis Quintet es el primero de una serie con títulos semejantes: Steamn’with The Miles Davis Quintet y los subsecuentes: Workin’… Relaxin’…

Esos cuatro álbumes fueron grabados en dos sesiones, en 1956.

Fue el momento fundacional, la floración de la catedral sumergida. Ese efecto, el de una catedral sumergida, rinde la escucha de la trompeta de Miles cuando tiende igual que Zeus rayos en paralelo hacia confines. Luego vendría el sonido prendido pero apagado, hirsuto, enhiesto, sumergido en humedades propicias. Una catedral sumergida.

El sonido Miles Davis primigenio, previo al sonido con sordina, nació en 1956.

Desde entonces es emblema, nave nodriza, guía, horizonte, ascenso.

El sonido Miles Davis es un estado del alma. Es la manifestación del deseo.

La pieza inaugural del álbum que hoy nos ocupa, My Funny Valentine, es himno, emblema, magma, anagrama, sintagma y sinalefa. Sortilegio.

Un álbum con sólo cuatro composiciones resulta suficiente para ascender, tender puentes, entender. Evolucionar.

Cuatro obras conforman este disco y son suficientes. La que abre es la versión original de esa obra clásica, My Funny Valentine. Y es para siempre.

Solamente existe otra versión grabada por Miles con Coltrane, en vivo. Y ya. El resto es historia. Ah, y el nacimiento de otra leyenda: Chet Baker.

Ah, y una versión magistral, la de Chet Baker con Gerry Mulligan.

A esa obra clásica, My Funny Valentine, le sigue Blues for Five, una marabunta de alegría, jolgorio, acertijos y harto swing. Mágico swing. Solfas sudadas. Lascivia. Los cuerpos trenzados en su incandescencia.

Sax soprano y la trompeta azul de Miles, a dúo.

Miles Davis es contemporáneo de otros gigantes, a quienes veíamos retratados en la revista Life, en blanco y negro y años después a todo color.

Mientras Pablo Picasso hacía picadillo a sus personajes con su técnica inventada, poliédrica y desmadrosa, el cubismo, Miles Davis pintaba de azul los cuerpos imantados por el don de su sonar, el de su trompeta.

Y enseguida suena Airegin, bella de nombre, bella de día.

Tune up, la pieza final, nos sintoniza.

Y la fiesta continúa, porque la edición del disco que hoy nos alegra la vida incluye completito, para que no lo ande pagando a su precio comercial, como una oferta como una promoción, el siguiente disco de la serie: Steamin’with The Miles Davis Quintet, algo así como ‘‘Cocinando al Vapor con el Quinteto de Miles Davis”.

Los siete tracks siguientes son ensoñación: When lights are low es un encabalgamiento de sinuosidades en calma, pleamar y bajamar.

Ejercemos la lección magistral del profesor Julio Cortázar, inventor de la jazzología, ciencia deductiva: Si Miles Davis está en la trompeta, es porqueJohn Coltrane está al sax, Red Garland al piano, Paul Chambers al bajo y Philly Joe Jones a la batería. Ciencia exacta.

En este álbum dentro del álbum que nos trajo tema sin dilema, es decir en el disco Steamin’with The Miles Davis Quintet, incluido en el disco Cookin’ with The Miles Davis Quintet, degustamos, literalmente, piezas de otros autores cocinadas, ya a fuego lento o bien al vapor, y se forma multitud y entrevemos la sonrisa del visir con birrete, Thelonious Monk, los cachetes inflados de Dizzy Gillespie, en una congregación tumultuaria en pleno templo de la adivinación, en el Olimpo.

Las sesiones musicales que grabó Miles Davis con su Quinteto en 1956 fueron recibidas de inmediato como las obras maestras que son. Sabían los especialistas que se trataba, desde el momento de su nacimiento lo supieron, de piezas que habrían de perdurar.

Leemos en los archivos de la revista Down Beat, por ejemplo: ‘‘cohesión de alto impacto, salvaje, dilecto swing, excitación suprema y emoción controlada. Hay muchos momentos de música pura y gozo emocional en este álbum, una mezcla preciosa de melodías en estado puro y acentos acidulados. Nunca sonó tan exquisitamente la trompeta de Miles Davis como en este disco”.

Hacer el amor, cocinar, es un arte donde el término mágico se llama ‘‘da capo”: de nuevo, otra vez, nuevamente, más, más, más:

Hagámoslo nuevamente, mi amor:

Se ponen a cocer a fuego lento las teclas del piano, mientras el sax tenor reposa en baño maría, el bajo se pone a punto de ebullición, los tambores de la batería se maceran con harto ajo y limoncito y la trompeta se sumerge en un sofrito dentro de una cacerola de barro….

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