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os primeros pobladores de Macondo encontraron un mundo tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y debieron proceder a ponérselo. Desde entonces, cuando las palabras aprendieron a volar de boca en boca, los pobladores de otros pueblos y comarcas, aunque no vieran o sintieran las cosas que nombraron los habitantes de la tierra de los Buendía se las pudieron imaginar y hasta quizá soñar con ellas como si fueran fruto de su experiencia.

La palabra rosa –esa que se dice inventaron los sasánidas, famosos como guerreros y, ya se ve, también como poetas– ha sido cantada por otros juglares y bardos, algunos sin conocer su aroma. En La rosa transfigurada, ese inigualable ensayo de Ernesto de la Peña, el lector encuentra un hallazgo tras otro sobre la hermosa flor y sus laberintos.

En lo que pudiera ser el epílogo de Cien años de soledad, García Márquez condiciona el sentido de la literatura: si no sirve para hacer los garbanzos de otra manera, no sirve entonces para nada. Ese hacer los garbanzos de manera diferente puede tener un alcance meramente personal, pero también un alcance social. Sirve para que el autor de Las flores del mal haya legado a sus lectores cómplices de entonces y de ahora un inagotable bouquet de imágenes y significados, y también para que él mismo tuviera el impulso de tomar un arma para cambiar el mundo que le tocó vivir.

La palabra, potenciada por la palabra escrita, tiene la capacidad de hacer que los seres humanos se apropien de mundos desconocidos, o conocidos pero con diferente osamenta y vestimenta, y en ese acto de apropiación se transformen ellos mismos y aun se dispongan a transformar la realidad que los circuye. La conciencia crítica que ahora se quiere despertar a partir del acto de leer.

El cambio que se pretende efectuar desde el primero de julio de 2018 ha incluido la palabra (escrita y leída) en esta posibilidad. Y le ha denominado, ya como política pública, Estrategia Nacional de Lectura. Estrategia es diferente de plan, pues un plan es una estructura cerrada e inflexible, mientras que una estrategia es abierta, admite matices y es ajustable a circunstancias distintas, dice Marx Arriaga, el director general de las bibliotecas públicas. De acuerdo con esto, para cada territorio (ciudad, campo, villa, rancho), la biblioteca y los libros a los que pueden acceder sus habitantes deben tener un tratamiento diferente. Los libros, en principio, se requiere que puedan ser adquiridos a precios antineoliberales. En esta tarea está empeñado Paco Ignacio Taibo II. Él y Paloma, su esposa, sin otro apoyo que su gran amor por los libros, hicieron una increíble labor de promoción a la lectura antes de que el hombre de la camiseta y su inexpugnable oposición a la corbata llegaran a la dirección del Fondo de Cultura Económica.

Las bibliotecas. Con frecuencia estas instituciones caen en manos de individuos no lectores, dice Eduardo Núñez, un bibliotecario que presta sus servicios en la Biblioteca Central Fray Cervando Teresa Mier de Nuevo León. Esta es una realidad que debe ser modificada. El acercamiento de la Dirección General de Bibliotecas a las universidades públicas puede propiciar ese cambio. Pero no será suficiente. Servidores públicos de diversos niveles (gobernadores, presidentes municipales, diputados), no es un hecho aislado, desprecian a las bibliotecas, las marginan, abusan de sus espacios.

Urge, sin duda, que las bibliotecas sean declaradas recintos intocables, inviolables y políticamente tan plurales como a cubierto de cualquier atentado: centros de cultura, paz y libertad. Y promovidos sus acervos mediante la lectura por múltiples vías; las comerciales desde luego. Hay nichos invaluables como las llamadas ahora estéticas y las peluquerías que quedan o renacen. Antes fueron nuestras preciadas hemerotecas. Con un programa bien pensado, títulos como los de la serie Vientos del Pueblo del FCE podrían estar bajo los ojos de los clientes, y no sólo las lecturas de Hola! para abajo. Igualmente, todo tipo de mercados, los super y los tradicionales, debieran estar abiertos, o ser abiertos (basta de desregulación, a título de libremercado, en favor de la discriminación), a diversas editoriales y no sólo a las oligopólicas o a las de libros de autoayuda.

Esa urgencia debe ser también la que debieran tener nuestros gobernantes y representantes populares ante la cultura. Es inaceptable que el antineoliberalismo se inicie exactamente de la misma manera en que se inició en 1983 el detestado neoliberalismo: con unas enormes tijeras en la mano dirigidas al sector público que interviene en tareas culturales.