Recuerdos // Empresarios(CI)
hora, el 101…
Se piensa, se dice y se escribe más rápido que el rayo, pero no sé de qué forma habré de comenzar, y a ver hasta qué número habré de llegar. Y también le hago al verso, y veamos si no es así.
Con el marqués, otra vez, y con Conchita también.
“Don Carlos amaba el campo, aunque ya nada le pertenecía, y un día, al regresar de Pastejé, el lindo rancho del hombre de bien y buen jinete don Eduardo Iturbide, me escribió estas palabras, que, allende los mares, me llenaron de nostalgia:
“‘... imagínate aquellos potreros de agostaderos planos, extensos, sin tropiezos, ni agujeros, y como estamos en tiempos de aguas se miran cubiertos de pasto y parecen cubiertos con una alfombra de alta lana. Nosotros oprimiendo los lomos y rigiendo los frenos de nuestros cuaces de digo y hago. El ganado lucio y de buen pelo, gordo y lleno de vida… Dime, Conchita –proseguía–, ¿no piensas volver por acá?’
“¡Sí que lo pensaba! Y regresé. Pero ya no encontré al elegante charro, que tan bien supo poner en palabras los sentimientos que unen a las personas del mismo gusto, cuando me escribió estos renglones:
“‘… no pregunto si vienes, que lo sé, pero sí pregunto si te acuerdas de mí. Por mí, aunque mi cabeza, blanca ya, carece de memoria, mi corazón la tiene muy buena y con ella recuerdo siempre a quien quiero, con quien simpatizo y a quien estoy ligado por los indisolubles lazos de la andante caballería…’
“¡Querido y recordado amigo! En el jardín de la Vida Eterna siembra un No me Olvides para mí…
“El amor mutuo por el campo es un eslabón que une a las almas y fue lo que me llevó a querer como hermanos a los galantes caballistas mejicanos. Cuando se tiene pasión por estas cosas de la naturaleza, hasta el apreciar un caballo puede volverse arte. Si no, veamos lo que me decía un mensaje del marqués de Guadalupe:
“‘Me hice de un caballo que se me entiende, será lo mejor de acá; mide l.47 m de alzada, es muy ancho y harto musculado, tranqueador, alazán cacao, rabicano y no tiene miedo a los astados…’
“Lo único que no comprendía en mis amigos charros era su costumbre de llevar pistolas.
“–¿Para qué la traes? –le pregunte un día a Poncho, que se la quitaba para jinetear.
“–Para defenderme –contestó.
“–¿Pero no te bastan las manos?
“–No, porque con las manos podemos resultar enemigos desiguales. Ponte que Joe Louis te dijera algo desagradable, ¿qué papel haría yo? Además de pasar un mal rato, llevarme una paliza. Así que con la pistola, todos somos iguales.
El argumento de mi amigo era persuasivo.
***
“Una vez Ruy se mostró sorprendido al enterarse de que Toño Algara, que era empresario de Méjico, estaba en la hacienda del entonces ganadero don Eduardo Iturbide.
“–Sí están peleados –exclamó mi maestro.
“-Ah, señor –dijo sabiamente un hombre del pueblo, buen conocedor de la naturaleza humana. Esos señores son como las bolas de billar: siempre se andan pegando, pero siempre andan juntos.
“Esta frase tiene su gracia, mas lo de pegándose no pasa, claro está, de metáfora. En Méjico, raramente se pegan sean quienes sean. Cualquier asunto se discute y si no bastan las palabras, lo más natural es recurrir a las armas. Para esto existe una forma de duelo bastante original y sumamente eficaz que, gracias a Dios, pocas veces se emplea. Se lleva a cabo de la siguiente manera: el ofendido extiende con la siniestra un pañuelo. Si el agresor lo toma en su mano, ambos sacan sus pistolas y disparan. Generalmente mueren los dos adversarios, pues si el desafiado no acepta el blanco lienzo se queda tachado para toda la vida de cobarde. Conocí a un héroe, sobreviviente de uno de estos episodios –el rival no aceptó el desafío– y la frase con que desafió a su enemigo al darle el pañuelo fue: “para que vea que yo me mato con cualquiera…”
(Continuará)
(AAB)