Protagoniza Dolores Fonzi; ya está en cartelera
Sábado 30 de marzo de 2019, p. 7
Para reconstruir en un pasado incierto y sobre una geografía no identificada las vivencias de infancia, entre fiestas infantiles, kermés escolares y paseos por los parques todavía seguros y transitables, fue que la realizadora Jimena Montemayor Loyo empleó como primeras referencias las fotografías de la niñez de su madre. Acto seguido, la directora de arte Alisarine Ducolomb llegó con la caja de tesoros repleta de los recuerdos de su niñez. Así, junto con Mara Salas, la directora de vestuario, decidieron los tonos y texturas que habrían de formar su segundo filme de ficción, Restos de viento (México, 2017).
Robé elementos a la infancia de mi madre, a la de mi papá, a la mía, a la de mis amigos. Era robarnos elementos del pasado. Fue difícil porque no teníamos mucho dinero para hacer una película de época, pero encontramos cómo sacar el máximo a esos pocos recursos
, advierte en entrevista.
Hace más de ocho años que la anécdota de una familia que pierde al padre, Julián Córdoba, ante la negación de la madre, Carmen (Dolores Fonzi), presa de una depresión por la que recurre a distintas píldoras, frecuentemente entre tragos y cigarros, con la consiguiente desazón de los dos hijos pequeños, Ana (Paulina Gil) y Daniel (Diego Aguilar), ya venía formándose en la mente de la directora hace ocho años. Lo mismo que la criatura fantasmal, atávica, de un chamán navajo con el que el menor de los niños convive tras crearlo en su imaginación.
Al principio era más la literalidad que habita en los niños. A un niño no puedes decirle tantas metáforas, pues las palabras tienen un peso distinto en él; eso era cuando empecé a escribir el guión, pero fue un proceso de escritura muy largo y, en algún momento tuve un par de pérdidas familiares en la que dos niños quedaron huérfanos y luego perdí a mi padre. Entonces se volvió una búsqueda por tratar de plasmar la sensación de la ausencia y del proceso, que pasa de la negación ante el suceso a descubrir que la muerte puede estar llena de vida y que es posible encontrar ese equilibrio que se muestra a través de los niños.
El juego para sanar
Es a través del juego como los niños plantean lo que entienden del mundo, comunican lo que absorben e incluso les sirve para sanar y de entender a partir de su imaginación, explica la directora. Es por ello que recurrió a un antiguo texto navajo para servir de inspiración en el personaje del Espíritu (Rubén Zamora), presencia de gran tamaño y severidad, color ocre, repleto de pieles y ramas, rematado por el cráneo de un venado, que también representa al difunto Julián, una manera de dar forma a lo que su madre se niega siquiera a nombrar.
El relato se encuentra compendiado en la serie Vida y palabras de los indios de América, editado por el Fondo de Cultura Económica, que ella poseía de niña; de ahí emergió el título definitivo del filme: “Es el viento que inspiramos y expulsamos por la boca el que nos mantiene vivos; cuando cesa ese soplo, morimos. En las yemas de los dedos vemos los rastros del viento…”.
La película tuvo su estreno mundial en el Festival de Busan, en Corea del Sur, y luego en Chicago y en La Habana, en 2017; al año siguiente ganó el Mayahuel a mejor película, mejor director y el Fipresci en el 33 Festival Internacional de Cine en Guadalajara; fue el mejor largometraje mexicano de ficción en Guanajuato, así como mejor película de ficción en Atlanta. Producida por Conejo Media, Varios Lobos, Zoología Fantástica y los Estudios Churubusco, Restos de viento se estrenó ayer en la cartelera mexicana.
La protagonista de su anterior película, En la sangre (México, 2012), Camila Selser le recomendó el trabajo de Dolores Fonzi, quien entonces hacía la teleserie En terapia –aún no se estrenaba La patota (Argentina-Brasil-Francia, 2015), de Santiago Mitre– y la actriz argentina le encantó, por lo que le ofrecieron el guión y lograron que aceptara en Cannes el proyecto, año y medio antes de filmarlo.
Trabajamos por correo electrónico, tuvimos sesiones de Skype, nos mandábamos textos, nos conocimos cuatro días antes de iniciar el rodaje, es muy profesional y amorosa. Es muy entrona pese a que tenía fechas complicadas: terminó una película un viernes y el martes ya estaba con nosotros, luego se fue, porque a los ocho días comenzaba otra película. Fue gratificante y satisfactorio
, rememora la realizadora y guionista.
Al final, la película trata, sí, de la patología adulta y los delirios infantiles, pero también de la aceptación y de encontrar la luz entre tanta oscuridad: Pude hacer las paces con ese duelo y hablar de la muerte desde un lugar de vida, viendo la luz detrás del túnel, que faltaba en los primeros tratamientos porque todavía no lo procesaba, entonces era este trayecto de salir de la oscuridad de lo que representa una pérdida y hablar ya desde un lugar de luz y de conexión con la vida
, concluye.