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Ruta sonora

Post Vive Latino 2019: la pasión se impone

E

s conmovedor cuando la pasión por la música, por el encuentro masivo que hermana y representa, se impone ante cualquier vaticinio pesimista. Las expectativas mutan para bien o para mal, en ese lugar sagrado que no sabe mentir, llamado escenario: o hay calidad o no la hay; o hay conexión con el público o no. Y las ganas de cantar a voz en cuello al lado de otros miles, la energía que se revuelve y brota de las gargantas, los recuerdos, los corazones rotos o las alegrías hechas pasos de baile, estallan desbocadas al calor de las cervezas, los besos furtivos e incluso el amor familiar (ya muchos llevan a sus niños).

Si bien en el sentido artístico, mucho de lo valioso de un festival radica en lo impredecible, aunque no siempre sea fresco o novedoso, a pesar de lo repetitivo de su elenco y de no moverse de su zona de confort, el Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino 2019 refrendó una vez más por qué es el más importante en su género en América Latina, no sólo numéricamente (90 mil asistentes por día), sino por ser de los pocos que reúnen a tantos músicos cuyo rasgo en común es el idioma español en su mayoría. Acostumbrados como estamos en México a tener este privilegio, quizá no caemos en la cuenta de que hay otros países en la zona, donde no tienen esta infraestructura para albergar una reunión multitudinaria como ésta, o la tienen pero para festivales con más elenco anglosajón (como pasa aquí con el Corona Capital o con los Lollapalooza en Chile y Argentina: aunque incluso esos festejos incluyen artistas locales).

Como ya se ha dicho, el miedo a no incluir sonidos más recientes, su conformismo, es el problema más grande del Vive. Sin embargo, los tótems musicales son ineludibles (admisible este año sobre todo por haber sido su vigésima edición), pues se trata de los muchos que abrieron camino. Son clásicos. Pero el reto sigue siendo el no ser ya un encuentro anquilosado, repleto tan sólo de reliquias.

Así, las notas altas de conexión y relevancia las dieron muchos de los que ya se esperaba. La leyenda Carlos Santana ofreció su magia indeleble, profunda y sicodélica, con poca interacción con la gente pero gran intensidad en lo que sabe hacer: derretir virtuoso a la guitarra eléctrica, al compás de ritmos afroantillanos; en nada defraudó el nacido en Autlán. Hizo lo propio Javier Bátiz, quien reventó el blues clásico con su también presteza para la de seis cuerdas. El caifán mayor, con su voz grave y poesía social, Óscar Chávez, fue escuchado con respeto y atención. El mismo palomeó Por ti con Caifanes; éstos, muy coreados, aunque les faltó la chispa de otros años. Café Tacvba y su taconazo melódico, los más amados, a pesar de que tuvieron fallas de audio y que cierto público les chifló mientras tocaban temas no tan choteados. El pop de Fobia se oyó potente y lucidor: han envejecido muy dignamente. El Gran Silencio partió plaza como uno de los actos más poderosos y alegres del festival. De altísimo nivel, el bluesero estadunidense Fantastic Negrito, todo un trueno en voz y guitarra. Entrañable, Santa Sabina en su 30 aniversario, con la voz de Rita Guerrero grabada, e invitados al micrófono como Alfonso André, Denise Gutiérrez (Hello Seahorse!) y Descartes a Kant (Dafne y Sandra), aunque no tuvo la convocatoria que merecía. Emotivos y llenos de buenas guitarras, grandes letras: Los Tres, históricos chilenos. Divertido, feliz, el bailongo de mambo con la Orquesta Pérez Prado, con Regina Orozco y Rubén Albarrán de invitados. Los raperos Tino el Pingüino y Alemán (sobre todo éste) marcaron pauta con sus frases de barrio y feroces rimas. El Tri y los viejos chistes de Álex Lora, sorpresivamente siguen teniendo alta aceptación, con buenos momentos blueseros en la armónica. Con División Minúscula nunca hay falla en el alto coreo, a pesar de su rock fatigoso. Sabrosura tropi-trónica, la de los colombianos de Bomba Estéreo. Los estadunidenses de Foals y los ingleses de Editors cumplieron dignamente, aunque un tanto desfasados respecto del resto. Technotronic, simpático a secas, tocó su único hit, Pump up the jam, durante 15 minutos. Korn explosivo aunque caduco, alegró a su público fiel. Bunbury atrajo masivamente a sus devotos insufribles, mientras Juanes cumplió su cometido pop, ante un público no tan numeroso como lo esperado. Los gruperos de Intocable cautivaron a muchos curiosos, de ésos que acaban cantando sus canciones en la borrachera.

Otros buenos momentos: LP, Too Many Zooz, Rastrillos, Hello Seahorse!, Jumbo, Mateo Kingman, Haelos, La Pingos Orquesta, The Plastics Revolution, The Bomboras, Flor de Toloache, Bengala, Mabiland, Zona Ganjah, Liquits, Ilegales, La Orquesta Mondragón, Ska-P, Daniela Spalla.

Twitter: patipenaloza