unque la corrupción en México tiene una larga tradición en la clase política –magistralmente retratada por Manuel Payno en Los bandidos de Río Frío, donde documenta, por ejemplo, que el segundo de a bordo del presidente es el jefe de la banda criminal más peligrosa del país–, no dejan de asombrarnos los niveles que esa peste alcanzó en años recientes.
Alcanzó incluso al sector cultural y a las universidades según notas periodísticas: de la del estado de México a la de Hidalgo. ¿Y qué decir de la UNAM con la estructura porril incrustada en las áreas de vigilancia de la propia casa de estudios? Por cierto, ¿no convendría que se revisaran los criterios del manejo publicitario de la UNAM en los medios? Su publicidad parece la de una universidad en busca de nuevos alumnos y no la que apenas puede aceptar a 10 por ciento de los jóvenes que quieren inscribirse.
Recientemente hemos visto que la sana distancia del mundo intelectual con el príncipe no consideraba las arcas públicas.
Algunos de los patrocinados en las pasadas administraciones, ahora huérfanos de presupuesto, sólo repiten como anatema contra la pérdida de prebendas, la conocida sentencia de Lord Acton modificándola un poco: que el poder corrompe, repiten, y el poder absoluto corrompe absolutamente. La cita en realidad dice así: ‘‘El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por cierto: sería bueno que también dijeran de vez en cuando que para Lord Acton el ‘‘Dinero es poder”. Quienes exigen transparencia deberían darla. La autoridad moral para hablar en la plaza pública lo requiere.
Pero más allá de limpiar la casa de la cultura convendría tener claro adónde vamos.
¿A que el gobierno continúe subsidiando a los creadores para que produzcan, o a formar nuevos públicos?
¿A seguir pagando altísimos seguros para traer exposiciones importantes al país o a crear un Seguro de Estado como existe en otras partes?
En 2000 el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes tenía un presupuesto de 4 mil millones de pesos y cuatro años después de16 mil millones. Cuatro veces más.
¿Se animó en esa misma proporción la mesa de la cultura? Al parecer no. Sobre todo si pensamos que una de las tareas sustantivas de esa institución fue la promoción de la lectura. Según las últimas encuestas en materia de lectura del Inegi y citadas por el rector Enrique Graue al inaugurar la Feria de Minería, 45 por ciento de los mexicanos mayores de 18 años han leído un libro al año. Prácticamente lo mismo que hace una década.
Algo estamos haciendo mal, o muchas cosas en materia de lectura, porque contamos con la emblemática Feria de Minería que ya cumplió 40 años, con la principal feria del libro en habla hispana como es la de Guadalajara y la mayoría de los estados cuentan con una feria del libro y, según los datos estadísticos, poco o nada se ha incrementado el número de lectores.
Qué bueno que existen las ferias porque son un epicentro de actividades culturales (hay cine, teatro, marionetas, música) y son un buen disparador de la economía entre los editores,pero no deja de sorprender que ante el éxito de las ferias cuantificables en número de asistentes y ventas de libros, nuestros niveles de lectura sigan siendo tan precarios.
No debemos confundir esa zona exitosa en torno al libro con el fomento a la lectura. El fomento a la lectura no se trata de vender libros, ofrecer novedades, ni de la parafernalia de lo que José Emilio Pacheco llamó el circo literario. Mientras no entendamos eso seguiremos siendo un gran mercado de libros en crecimiento, con escasos lectores.
La Feria de Frankfurt, la más importante del mundo, no hizo de Alemania un país lector. Al contrario: ese país que es lector desde el siglo XVI, a partir de la Reforma Protestante, decidió también hacer un negocio con los libros hace apenas 70 años.
En fin, también podríamos preguntarnos, pensando en políticas culturales, sobre el sentido de contar con una onerosa Academia de la Lengua que consume recursos considerables (más de 300 millones para su nuevo edificio le fueron asignados) y evaluar la utilidad que tiene. Los ingleses no cuentan con una academia similar y vamos que su idioma es el dominante en todo el mundo.
Y qué decir de El Colegio Nacional, cuyas autoridades están más preocupadas por administar las reliquias de Octavio Paz (esto es una imagen, pues las cenizas del poeta y su mujer irán a San Ildefonso) en lugar de pensar en que sus miembros que reciben más de 160 mil pesos mensuales compartan sus saberes por todo el país.
Tal vez el corazón de la nueva política cultural necesite mantener el contacto con la gente para no perder piso ni recursos. La cultura, además de permitirnos mirar al mundo con un ligero aumento de luz, es el mejor antídoto contra la barbarie y la mejor manera para generar riqueza de manera lícita.