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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (XCIX)

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▲ En imagen de archivo, en Lisboa, un grupo de toreros realiza la Capeia Arraiana.Foto Afp
I

gual que el año pasado...

Así tuvimos que concluir la columna anterior (98), cuando Conchita Cintrón confesó que desde hacía unos ocho meses temía la repetición del cartel Solórzano, Balderas y ella, con toros de La Punta, tarde aciaga cuando el novillero Juan Gallo fue herido de muerte por negro novillo de esa misma vacada, lo que la sumió en hondas, profundas reflexiones.

Y así lo escribió: “Tenía miedo de confesar mi miedo para que se hiciera mayor… temía… ¡quien sabe lo que temía! Algo inexplicable”.

“29 de diciembre de 1940.

“En tal fecha se celebraba en El Toreo la corrida de la alternativa de Andrés Blando. Toreaba con Balderas y Carnicerito. Ruy salió por carretera a la Feria de San Marcos, llevándose a la cuadrilla y dejándonos a Asunción y a mí en la capital, pues tenía yo muchos deseos de ir a los toros.

“Ya Seguiríamos por tren al día siguiente.

“Nuestro lugar era el de contrabarrera, y enfrente de nosotros estaba Toño Algara, el empresario y ganadero que nos hacía pasar un buen rato en el tendido…

“Pero en la plaza, ese día algo me impresionó antes de la corrida. ¿Qué sería? El ambiente era como el que se nota antes de una tempestad. Se lo dije a Asunción.

“Se hizo el paseíllo.

“Balderas venía de amarillo y plata.

“¿Qué tiene Balderas? –le pregunté a mi compañera inseparable.

“–¿Cómo qué tiene? –contestó Asunción.

“–No sé. lo veo raro, pálido, quizá… ¿estará más gordo?

“–¿Más gordo desde el domingo pasado? –preguntó, riéndose, Asunción.

“–El toro se llamaba Cobijero, de Piedras Negras.

“Nadie se explica porqué se le ocurrió a Balderas salir a los medios y llamar la atención de un animal que no le correspondía para que el matador en turno brindara a la autoridad. Esta labor pertenecía a la cuadrilla.

“Vimos que, de pronto, el toro se arrancó y desarmó a Balderas, llevándose una punta del capote. El animal, engatillado y astifino, se revolvió. Balderas, en vez de huir, quiso recobrar su capote y sin largar la punta que sostenía intentó arrebatarlo. Fue visto por el toro, que hizo por él ferozmente. Vimos cómo lo cogió por el vientre, lo echó al aire y lo recibió nuevamente sobre los pitones. Fue espantoso, porque el drama se desarrollaba en el más completo silencio y lejos de todo color y movimiento. El toro era negro, la arena gris, el traje parecía no tener color. Era como estar mirando una película antigua y muda.

“Al cabo de una eternidad vino el quite. Balderas se levantó y con el instinto de quien se muere, agarrándose el vientre, echó a correr hacia la enfermería. Cayó junto a la barrera, sobre la arena. ¡Que cosa tan rara! Su traje brillaba, los areneros y los capotes daban una nota de color.

“¿Sería una ilusión o la impresión de la tragedia?

“La plaza estaba inquieta. Balderas era El torero de México, título conquistado por su pundonor y bravura.

“Parece que ha muerto –dijo Toño, asombrado, desde su lugar.

“En efecto, a la salida de los toros se vendía El Redondel, que con grandes letras, pregonaba: ‘COGIDA Y MUERTE DE ALBERTO BALDERAS’

“En Aguascalientes, tres días después, Balderas fue sustituido por Gregorio García. En el patio de la plaza aún estaba un gran cartel que anunciaba el nombre de nuestro amigo. Parecía imposible que hubiera muerto.

“Es la única vez, que me conste, haber tocado dos veces el clarín antes de iniciarse el paseo. Sentí que los estribos me temblaban y los rostros de mis compañeros me confesaban todo cuanto callaban sus gestos.

“Antes de comenzar el espectáculo hubo dos minutos de silencio: uno en memoria del aniversario de la muerte de Juan Gallo y otro en memoria del diestro caído en la capital.

“Después, salió un toro que traía el cascabeleo de la bravura, tocó la banda, salió el sol, brilló la arena y las tragedias se disiparon en las sombras del pasado.

“Un marqués, un rey y algunas cartas.

“‘En el jardín de tus recuerdos siembra un No me olvides para mí’, fueron las palabras que me escribió un día un amigo. Y no, no le he podido olvidar.

Don Carlos Rincón Gallardo, duque de Regla y marqués de Guadalupe, era un hombre muy distinguido, de estatura regular, delgado y ágil. Tenía, cuando lo conocí, sus 70 primaveras cumplidas, bigote y cabellos blancos y ojos azules como el cielo de su tierra.

(Continuará)

(AAB)