Opinión
Ver día anteriorSábado 9 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Escuela de derecho Ponciano Arriaga
E

n Ciudad de México funciona una escuela en la que los estudiantes que aspiran a ser licenciados en derecho no pagan un centavo de colegiatura, son atendidos por maestros capacitados y algunos, los que vienen de lejos y tienen, por lo tanto, que gastar mucho en pasajes, reciben beca en efectivo; no hay cuotas de inscripción, ni colectas, ni se paga por consultar libros en la biblioteca.

Se trata de una de esas escuelas que desde hace cuatro años se sostienen con donativos de legisladores de Morena; cuenta con local decoroso, edificio de tezontle en el viejo barrio universitario, en la calle González Obregón, cerca de la plaza de Santo Domingo.

Los capitalinos deben saber más de ella; es la EDPA (Escuela de Derecho Ponciano Arriaga), una de las primeras del sistema iniciado a impulso del actual Presidente de México, cuando era solamente un dirigente partidista; se trata de una institución privada, distinta a las miles de escuelas que son un buen negocio y rara vez inspiradas en la vocación para la formación de niños y jóvenes.

Los abogados que fundamos la escuela, bajo la figura de asociación civil, decidimos darle el nombre del diputado constituyente de 1857, Ponciano Arriaga, liberal, federalista, desterrado por Santa Anna por sus ideales y compañero en Nueva Orleans de Benito Juárez y Melchor Ocampo. Al triunfo de la revolución de Ayutla, fue electo diputado al congreso constituyente por varios distritos de su natal San Luís Potosí, pero también por votantes de otros estados en donde era bien conocido por sus luchas políticas.

Arriaga fue el primer presidente del Congreso Constituyente y demostró ser un político de avanzada; promovió y defendió en tribuna el principio que entonces parecía extravagante de la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, propuso la abolición de la potestad marital, lo que debemos recordar con motivo del Día Mundial de la Mujer, pero quizá su mayor aportación fue incorporar a la Constitución la figura del defensor del pueblo, un abogado al servicio de los pobres y un precursor de las comisiones de derechos humanos.

La EDPA forma parte del programa de escuelas universitarias que encabeza la doctora Raquel Sosa Elízaga, se ha sostenido hasta hoy con los donativos que recibe y ha logrado sobrevivir a diversos embates del sistema que fue finalmente derrotado en las urnas; los vaivenes políticos del cambio que trajo consigo la Cuarta Transformación, la han puesto de manera temporal en una situación difícil de la que va saliendo, sin duda mas fortalecida y lista para que la primera generación de estudiantes de derecho, termine su carrera profesional en diciembre de este año. Tiene reconocimiento de validez oficial de estudios, una plantilla amplia de profesores y alumnos esforzados.

El espíritu de la escuela está inspirado no en la ganancia sino en el esfuerzo y en la convicción de que México saldrá adelante si todos los niños y jóvenes tienen oportunidad de prepararse, educarse, estudiar. Los futuros egresados se aprestan a ser abogados de la gente y también para servir con honradez en los cargos públicos.

Su imagen está ligada tanto a Ponciano Arriaga como a Luis González Obregón, cronista de la ciudad de finales del siglo XIX, uno de los escritores que con más elegancia y erudición ha sabido legar a las nuevas generaciones las leyendas antiguas, describir la vida capitalina durante el virreinato, la historia de los nombres de las calles y de los antiguos canales, plazas y paseos, autor entre otras obras del famoso libro México viejo y anecdótico; donde está ahora la escuela, fue su casa y sus herederos han dedicado el inmueble a la cultura, primero a una editorial y ahora a la enseñanza del derecho.

La escuela seguirá adelante, ya no como institución privada, ahora como parte del amplio programa de cien escuelas universitarias que ofreció en su campaña Andrés Manuel López Obrador y, sea cual sea su futuro, no perderá ni su esencia ni su espíritu.