Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Evaluación diagnóstica
E

l término diagnóstico ha empezado a ser usado con insistencia por las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Esto es positivo pues, aplicado a las evaluaciones –evaluaciones diagnósticas–, constituye un quiebre con respecto a lo que han sido las evaluaciones en el sistema escolar. En efecto, durante mucho tiempo, en el ambiente escolar las evaluaciones han tenido la función de premiar o castigar, excluir, clasificar y administrar.

Una evaluación diagnóstica es un tipo de evaluación (su método, sus referentes, sus actores) que toma su nombre de la función que desempeña: diagnosticar. El origen de la palabra diagnóstico no es claro, pero su etimología dice bastante; como se sabe, dia significa a través y gnosis significa conocimiento. Por su relación histórica con la medicina en la Grecia antigua, es muy probable que diagnóstico fuera parte de la frase curación a través del conocimiento. De este modo, podemos sostener que la función de un diagnóstico es apoyar una curación, una mejora.

En 1990, la SEP y la Anuies pusieron en marcha un ambicioso proyecto de evaluación de las universidades; si no me equivoco, propuesto por el doctor José Sarukán entonces rector de la UNAM, al entonces secretario de Educación, Manuel Bartlett. Se constituyeron nueve comités de académicos provenientes de una gran cantidad de universidades del país –los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES)– y se les asignaron tres tareas: a) hacer evaluaciones diagnósticas de los programas universitarios, b) establecer un sistema de acreditaciones de dichos programas, y c) brindar asesoría a las universidades y a las autoridades de la SEP y de la Anuies.

Tuve la fortuna de participar en la puesta en marcha de ese proyecto e impulsar fundamentalmente las evaluaciones diagnósticas, separándolas tajantemente de la acreditación y de cualquier otra función distinta a la de apoyar el mejoramiento de las universidades y sus programas de docencia. Nos quedó muy claro a quienes colaboramos en este esfuerzo, desde entonces, que cumplir bien con la función diagnóstica implicaba evitar la contaminación con funciones administrativas, tales como asignar recursos financieros o extender certificados de calidad.

Para que un diagnóstico cumpla con su función de apoyar el mejoramiento del sujeto evaluado (ya sea una persona, un proceso, una estructura), es indispensable que identifique las causas evitables de los males o deficiencias de dicho sujeto. Si sólo formula un listado de debilidades (por ejemplo, los estudiantes no aprenden a leer) es muy poco lo que ayuda. Pero en el caso de la educación, la indagación de las causas requiere de la colaboración del sujeto evaluado; él tiene información valiosísima y obtenerla supone el establecimiento de una relación de confianza entre el evaluado y el evaluador. Si el evaluador desempeña también, por ejemplo, una función administrativa, el evaluado difícilmente aportara información que exponga sus males.

Los CIEES lograron establecer con las universidades públicas y privadas, la relación de confianza necesaria para realizar los diagnósticos que se les encomendaron. Los integrantes de estos comités, académicos del más alto nivel, trabajaron con entusiasmo y gracias a ellos, en los primeros seis años, se lograron avances notables: se formuló una metodología apropiada para los diagnósticos, procedimientos de trabajo eficientes, marcos de referencia explícitos y se realizaron cerca de mil evaluaciones. Estas evaluaciones incluían recomendaciones fundadas y prácticas acerca de cómo mejorar los programas.

Este trabajo se hizo, en cierta medida, a contracorriente, pues tanto en la SEP como en la Anuies varios funcionarios pugnaban por los CIEES pusieran dientes a sus evaluaciones y establecieran mecanismos de apremio para que sus recomendaciones se aplicaran. Pero la mayor parte de las universidades habían actuado con gran responsabilidad, abriendo sus puertas de par en par, ofreciendo toda la información necesaria y esforzándose por mejorar su trabajo. Juzgamos que un cambio en la relación con las universidades rompería la confianza y la relación de colaboración que había sido exitosa.

En 1998, después de seis años de intenso trabajo, que implicaba muy frecuentes visitas a distintos y distantes puntos del país, consideré consolidada la tarea y emprendí otros proyectos. ¡Craso error! En adelante, se dio un fuerte golpe de timón y asignaron a los CIEES la función de extender certificados de calidad a las universidades y sus programas, y condicionar apoyos financieros a la obtención de buenas calificaciones. Sería muy útil que los investigadores educativos hicieran un balance de las dos etapas de los CIEES, pues constituyen una experiencia muy rica, que ha costado muchos recursos y ha incorporado el valiosísimo trabajo de los miembros de los comités.

Entender bien el concepto de diagnóstico es fundamental, consiste en usar el conocimiento para impulsar acciones de mejoramiento. Es una tarea muy distinta a la fiscalización o la inspección administrativa; éstas también pueden ser necesarias, pero si no se distinguen y separan, dejan de funcionar adecuadamente. Esto no lo entendieron ni la administración pasada de la SEP, ¡ni el Instituto Nacional de Evaluación Educativa!, y se vieron enredados en un conflicto que se tradujo incluso en pérdida de vidas humanas, por ello es indispensable un borrón y cuenta nueva.