Sábado 2 de marzo de 2019, p. a12
El misterioso arte de la transformación. Ese es el aura que irradia el nuevo disco de Cyrus Chesnut.
Kaleidoscope se titula.
Transforma Mozart en samba, Satie en rumba, Debussy en clamor, Ravel en jolgorio. El arte de la improvisación, trío de jazz y mucha, mucha inteligencia.
El disco presenta 13 composiciones, siete de ellas pertenecientes al ámbito de la ‘‘música de concierto”; también, obras propias; y piezas extraídas del gran tesoro lírico estadunidense; caleidoscopio.
Cyrus Chesnut (Baltimore, Maryland, 1963) pertenece al linaje de músicos negros con aura iconoclasta y fama, sustentada, de ‘‘intelectuales”. Forma horda exquisita este grupo de grandes amigos: los hermanos Marsalis (Wynton, Brandford, Delfeayo), Terrence Blanchard, Donald Harrison.
Estos músicos demuestran con gran dignidad qué es ser realmente culto: en primer lugar, ser buena persona y por consecuencia saber conducir la energía positiva que conlleva todo conocimiento.
La discografía de estos buenos muchachos es una comprobación de tal aserto. Hay en la música que hacen todos ellos siempre un contexto, un área sagrada por igual que elementos que conectan con otras artes, especialmente con la literatura. Siempre en armonía.
Otra confirmación de este corolario es la pieza que para el Disquero es lo mejor del disco que hoy nos ocupa: Father Time, una bellísima composición tan sencilla como complicada, tan profunda como inquietante, tan amorosa como inquisitiva.
Es un soneto de William Shakespeare sin palabras.
Al investigar, confirmamos: fue un encargo de la Folger Shakespeare Library de Washington.
Decir que Cyrus Chesnut es capaz de escribir música equivalente al poderío de un soneto de William Shakespeare, no es cualquier cosa.
De ese tamaño es la valía del disco que hoy recomendamos.
¿cómo que me suena a Shakespeare? ¿qué siginifica eso?
pues significa: obra sencilla en apariencia, bella, profunda, inquietante, amorosa, sabia, aleccionadora, disfrutable, fascinante
El disco Kaleidoscope se inicia con un referente de la infancia: Golliwog’s Cakewalk, sexta pieza de la suite para piano de Claude Debussy titulada El rincón de los niños.
Cuando comienza a sonar, tenemos la certeza de escuchar a un pianista concertista, un recitalista, una estrella del firmamento de la música ‘‘de concierto” y en cuanto entra el contrabajo y le responden los parches de los tambores de la batería, sucede lo que mencionamos al inicio de esta reseña: el arte de la metamorfosis.
A ver. Los elementos son los siguientes: los discos de Cyrus Chesnut se localizan en las tiendas de discos en la sección de jazz; su celebridad estriba en su capacidad para hacer del swing (ese arte supremo de la sabrosura) una alegría contagiosa, un géiser magnífico, un oasis; quienes lo conocen mejor, saben que lo suyo es el gospel.
Lo que no se sabe: debido a los elementos enumerados aquí arriba, Cyrus Chesnut resulta un tremendo desconocido, pues muchos creen que el jazz es el que hacen los famosos y no lo que sí es: un arte en evolución continua.
Cyrus Chesnut creció escuchando gospel y blues. Su debut ocurrió cuando tenía tres años de edad y su público fueron los feligreses de una iglesia de Baltimore, la Mount Calvary Star Baptist Church.
A los nueve años de edad formalizó sus estudios en la mejor escuela de jazz en el planeta: el Berklee College of Music, en Boston.
Su instrucción en la música de concierto fue un periodo definitivo.
Que en su nuevo disco interprete repertorio confinado a las salas de concierto no es entonces ninguna sorpresa. De hecho, discos suyos anteriores contienen ejecuciones suyas de obras de Bach, Chopin, Beethoven.
Desde el track inicial, que ya mencionamos aquí, el Golliwog’s Cakewalk del compositor impresionista Claude Debussy, resulta evidente la sapiencia, finura, capacidad artesanal por igual que enorme cultura de Cyrus Chesnut, pues lo que suena es Debussy, efectivamente y de repente es jazz y de pronto no sabemos qué territorio estamos pisando.
Porque es el territorio de la magia.
Pongámoslo así: es práctica muy común que músicos de jazz tomen obras de compositores de música ‘‘clásica” para hacer sonar sus versiones a esas obras y lo que suena es algo, sí, agradable, pero no deja de ser jazz. Y los ejemplos sobran: sirva Jacques Louissier a manera de emblema.
En el disco que hoy recomendamos, Kaleidoscope, no ocurre eso tan facilito. Asistimos, en cambio, a la transformación del material de la partitura de Debussy, en un ente con vida propia, que, está bien, si quieren llámenle jazz, pero es algo nuevo, fresco, que no necesita nombre siquiera.
Además, los compositores que interpreta Cyrus Chesnut en su nuevo disco ni siquiera son de música clásica. Pertenecen, sí, al territorio conocido como ‘‘música clásica” pero en realidad son autores modernos, dos de ellos impresionistas: Debussy y Ravel y el otro es el gran iconoclasta, el fundador de todas las músicas que habrían de asombrarnos en adelante: el gran Erik Satie.
Satie es el autor más interpretado en este disco: las Gimnopedias 1 y 3 y la Gnosedia 1.
Ya de por sí esas obras poseen energía mágica. Y en manos de Chesnut resultan abrumadoras.
Además, la manera de acercarse que tiene Cyrus es ideal: como un niño, con la curiosidad, irreverencia y sobre todo espíritu de juego de un niño. Es por eso que Mozart baila rumba, Ravel suena a fiesta y Debussy es el puro cachondeo.
Hay también en este disco los elementos que más ha desarrollado Cyrus Chesnut como su gran genealogía: himnos, gospel, blues, soul. Y alegre desmadrito, como en el track 9: Smoke on the water, donde hace de esa pieza clásica de Deep Purple un acontecimiento musical entretenido, lúdico. Una bonita travesura.
Las metamorfosis que narran Franz Kafka, Ovidio, Octavio Paz en el libro Salamandra, el arte de la transformación, la transmigración, la epifanía, eso es lo que contiene el nuevo disco de Cyrus Chesnut, Kaleidoscope.
Y si lo entendemos, es porque eso somos, un caleidoscopio.
Lo dijo en una entrevista Cyrus Chesnut:
‘‘saber quién eres, en eso consiste el arte de la música”.
Y eso somos, lo sabemos: Amor.