El palacete fue construido por el ex presidente Ávila Camacho en su rancho La Herradura
Lunes 25 de febrero de 2019, p. 9
Las historias de lujo y derroche de los presidentes de México en Los Pinos (ahora desmantelado) lucen como un humilde juego de niños ante los recuerdos palaciegos que almacena la espectacular Residencia Soledad Orozco, ostentosa propiedad de la Presidencia de República de cuya existencia y función actual o futura no ha informado el nuevo gobierno federal.
El palacete fue edificado por Manuel Ávila Camacho al concluir su mandato presidencial en 1946, en lo que fuera su rancho La Herradura, una parte del cual fue fraccionada y vendida a particulares en 1962.
El arquitecto Rafael Fierro Gossman narra en su blog Grandes casas de México la historia de esa mansión por la que alguna vez pasó la crema y nata de la clase política priísta de la segunda mitad del siglo XX y que desde 2000 fue usada de manera discrecional por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
“Según cuenta Manuel Ávila Camacho López, hijo del general Maximino Ávila Camacho y sobrino de don Manuel: ‘los terrenos de La Herradura fueron regalo del presidente Pascual Ortiz Rubio a mi tío, como también regaló a mi papá los terrenos del Batán’.
“En los tiempos de los ‘presidentes-militares’, los favores se pagaban con propiedades, como el mismo presidente Ávila Camacho agradeció al doctor Octavio Mondragón cuando le salvó de un atentado en abril de 1944, regalándole una casa en Lomas de Chapultepec (Sierra Fría 260, esquina con Aconcagua)”, detalla el blog de Fierro.
La publicación añade que al concluir su gestión, Ávila Camacho decidió con su esposa redificar la casa del rancho
. Encargaron al arquitecto Manuel Giraud Esteva el diseño. Para 1947 el versallesco palacete de La Herradura estaba terminado.
Cuenta con amplios jardines y un lago, excavado en la zona alta del terreno, bordeado por pinos, cedros, eucaliptos y palmeras, con área de cocheras y alojamiento para guardias y jardineros.
El interior fue decorado, a petición de la esposa de Ávila Camacho, Soledad Orozco, por el entonces prestigiado diseñador Harry Bloc, quien amuebló “aludiendo a la Période Dorée del siglo XIX, y con interés puesto sobre muebles franceses del periodo Luis XV y XVI, así como en porcelanas de Sèvres y Meissen”.
Entre las habitaciones destaca el Gran Salón, con 140 metros cuadrados y doble altura, decorado con opulencia y donde sobresalen el candil de 60 luces acompañado por otros dos de tipo monumental de pedestal, el enorme tapete de Aubusson y las diversas piezas de porcelana azul y bronce dorado que adornaban la chimenea
, se describe en el blog Grandes casas de México.
La planta baja de la propiedad alberga una amplia estancia, continúa, un comedor con 16 puestos, una galería, el despacho de don Manuel, su biblioteca, el vestíbulo de la entrada principal, un salón familiar, ascensor, estudio, desayunador, patio interior, cocina y alacena con despensa y bodegas, estancia de empleados y escalera de servicio.
En la planta alta hay una galería-estudio, un saloncillo acondicionado para doña Soledad, tres grandes habitaciones con vestidor y baño, así como dos recámaras secundarias, cuartos para servicio interno y su escalera, cuartos para lavado, planchado y almacenaje de blancos, además del indispensable tendedero
.
En su mejor época, añade el blog, por la residencia pasaron desde Eleanor Roosevelt, Rita Hayworth y Dolores del Río, hasta los duques de Windsor, los príncipes Felipe de Edimburgo y Bernardo de Holanda, Fulgencio Batista, Harry S. Truman, Orson Welles, Carlos Pellicer, Juan Rulfo y José Clemente Orozco.
“Manuel Ávila Camacho murió ahí el 13 de octubre de 1955; tiempo después, doña Soledad Orozco mandó diseñar una capilla, como mausoleo para su esposo (que finalmente no se usó). Fue edificada en 1957 siguiendo un proyecto del arquitecto Juan Sordo Madaleno.
“Aunque el ex presidente especificó que ‘se donara la casa para escuela o biblioteca pública’, doña Soledad detalló que ‘el inmueble se destinará para casa de visitas de altos dignatarios de gobiernos extranjeros; que el gobierno sólo podrá tomar posesión hasta la muerte de la donante; que junto con el predio y las construcciones se entregará todo el mobiliario, lámparas, cuadros, estatuas, adornos útiles, enseres y máquinas sin exclusión’”.
A 22 años de la muerte de Soledad Orozco, su última voluntad no ha sido respetada por los gobiernos de México.