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Pesca y petróleo: una relación dispareja Alejandro Espinoza-Tenorio y Juan Carlos Pérez-Jiménez El Colegio de la Frontera Sur, Unidad Campeche
El mar ha sido cuna y sustento de grandes civilizaciones. Los recursos marinos del Golfo de México fueron muy relevantes para el desarrollo de las culturas Olmeca, Maya y Azteca. Durante cientos de años la pesca marina ha sido una fuente fundamental de proteínas de alta calidad tanto para los habitantes de la costa, como para los pobladores de tierra adentro. Gracias a la riqueza económica que representó el camarón del Golfo, al final de la década de los sesenta se desarrolló una flota de arrastre de mediana altura para su extracción. Al mismo tiempo, se consolidó la pesca marina de pequeña escala (o artesanal) que operaba en lagunas y zonas costeras. Paralelamente, se impulsó el crecimiento de toda la infraestructura necesaria para procesar y comercializar los productos pesqueros, incluso internacionalmente. Las aguas del Golfo de México acogen también otras riquezas naturales como petróleo y gas. La extracción marina de estos hidrocarburos inició en 1967 con la instalación de la primera plataforma de Pemex en el campo Tiburón frente a la costa de Tamaulipas. Al paso del tiempo, el paisaje de las costas de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche fue dominado por plataformas, ductos, buques y puertos dedicados a buscar, extraer y trasladar hidrocarburos. En un principio, la convivencia de las actividades petroleras y la pesca era cordial y de mutua cooperación entre trabajadores de Pemex y pescadores. Había, por ejemplo, el intercambio de agua y alimentos enlatados por productos pesqueros recién capturados. O bien, si los pescadores eran sorprendidos por un mal tiempo, se protegían en las plataformas o recurrían a los servicios médicos que se brindaban en dichas instalaciones. Sin embargo, la confluencia de la explotación de ambas riquezas comenzó a generar problemas. En un inicio, la propia complejidad de la infraestructura petrolera, con sus cientos de kilómetros de tuberías submarinas, impidió que, por seguridad, los barcos de arrastre de camarón pudieran desarrollar sus actividades. Por tanto, el área de pesca se redujo substancialmente. El equilibrio entre ambas actividades se rompió aún más con dos hechos que afectaron a la actividad pesquera. El primero fue el derrame de petróleo en el pozo Ixtoc (1979), que evidenció el enorme riesgo ecológico que conlleva la extracción de petróleo y los severos efectos que tiene sobre los recursos pesqueros y sus hábitats. El segundo hecho negativo fue la promulgación de las áreas de exclusión en 2003, con lo que grandes áreas fueron vedadas a la pesca y navegación que no tuviera que ver con la industria petrolera. La justificación fue salvaguardar instalaciones clave de eventos terroristas como los ocurridos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Esta política de exclusión redujo severamente el espacio marino de actuación del sector pesquero, afectando negativamente a millares de seres humanos que sobreviven ejerciendo esta riesgosa profesión. A lo anterior, se suman condiciones económicas adversas en un mercado que genera mínimas ganancias para los pescadores e instituciones gubernamentales rebasadas para aplicar las regulaciones del sector.
Actualmente, y derivado de la reforma energética iniciada en 2013, hay un panorama aún más incierto en la relación entre la pesca y la extracción de hidrocarburos. A raíz de esto, el gobierno inició medidas y programas paliativos para las comunidades costeras buscando mitigar los impactos ambientales y sociales de la extracción petrolera, como la inserción del pescador a la acuacultura. Sin embargo, estas medidas no están enfocadas a mantener a la pesca como una actividad clave de la economía de las comunidades costeras y sus beneficios a la fecha han sido escasos. La reforma energética llegó en medio de un contexto complicado y se percibe un desencanto en los pobladores costeros de Tabasco y Campeche, estados que serán polo de desarrollo de la industria petrolera marina de nuestro país. Conjuntamente, existe un alto deterioro ambiental producto de la misma explotación petrolera, un crecimiento urbano desordenado en la cuenca Grijalva-Usumacinta, que desemboca sus aguas en el Golfo de México. A todo lo anterior se suman grandes cambios ambientales globales producto del efecto del calentamiento global especialmente huracanes más intensos e incremento del nivel del mar. En el contexto del uso inequitativo de espacios y recursos entre la pesca y el petróleo, la situación actual se vuelve más dramática. De las lecciones y fracasos aprendidos, surge la necesidad de aplicar de forma más decidida y eficaz la ciencia, la tecnología y la negociación para lograr un equilibrio entre la producción de alimentos —fundamental para la supervivencia del hombre y el planeta— y la producción de hidrocarburos —al día de hoy, columna vertebral de la economía de estado.
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