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El reto: aprovechar y conservar Comunidad, arqueología y el Tren Maya: ¿de qué progreso estamos hablando? Omar Olivo del Olmo
La relación entre la diversidad cultural, el patrimonio arqueológico y natural es una triada que vale la pena pensar integralmente. De otra manera estaríamos condenando a una segura desaparición a los tres. Dichas relaciones llevan largo tiempo en resistencia, y lo han logrado, aunque no guste a muchos, precisamente por su relativo aislamiento. Esto último es difícil de entender o ya siquiera comprender por los modos de vida cosmopolitas, razón por lo que se pide, en un acto de humanidad, una visión mucho más profunda y sensible a estos contextos. El tramo del Tren Maya que iría de Chiapas a la Reserva de la Biosfera de Calakmul es el más preocupante, en esta zona se requiere en mayor medida la realización de estudios ecológicos, antropológicos y arqueológicos que generen certidumbre, no sólo en la percepción de la población en general, sino, sobre todo, en el verdadero respeto a la diversidad y autodeterminación de los pueblos que habitan dichas áreas, pues el impacto directo recaerá en aquellas comunidades mayas, la biodiversidad del territorio y los vestigios monumentales que resguardan su memoria más antigua. Un tren significa la necesaria movilidad, sí, pero también una intrusión inconscientemente destructiva de millones de turistas, si no está planificado desde la realidad de dicho contexto en particular. Los estudios de impacto ambiental, factibilidad, investigación y conservación arqueológica y, el consenso comunitario del área, deben ser pensados de forma interdisciplinar, integral y política. Y por múltiples razones deben ser sumamente transparentes; en donde no sea posible construir un tren, por motivos antropológicos, ecológicos o arqueológicos, simplemente debe repensarse y rediseñarse. Y es que el impacto arqueológico, por poner un ejemplo, se puede reflejar en la pérdida irremediable de la milenaria memoria maya, pues el tren requiere una estación que cuente con los servicios de abastecimiento básicos para todo viajero o turista (se estiman millones al año). Esto significa el desarrollo de una infraestructura en medio de la selva de la Biosfera de Calakmul que no sólo impactará por la construcción de la estación o unas vías férreas, si no todo el tránsito hacia el sitio arqueológico; entre venta de alimentos, alojamiento y un largo etc., sin mencionar el movimiento migratorio hacia la zona por la comprensible búsqueda de empleos, en muchas ocasiones, mal remunerados. La realidad también nos muestra que el sitio de Calakmul ha sido explorado e investigado en un mínimo porcentaje a pesar de las imponentes estructuras que se pueden apreciar a simple vista. Debemos sumar que dicho sitio, es sólo uno de al menos una veintena más, de menor tamaño, que resisten escondidos entre la tupida selva de la Biosfera.
Y es que el ejercicio mínimo de dichos estudios, en las tres décadas neoliberales anteriores fue visto como una oposición al “progreso”. Desde esa perspectiva fue signado el trabajo arqueológico en aquellos lugares y proyectos contemplados por el desarrollismo más salvaje. La realidad es que, si algo hace la arqueología en su avance por comprender y explicar el desarrollo de la humanidad, es precisamente clarificar las diversas formas de “progreso” que se han presentado en nuestra historia y los pasos que nos han llevado a la situación actual. Entonces, la pregunta sobre a qué tipo de progreso se opone el oficio arqueológico es sumamente válida en nuestros días, dirigida a los que siguen pregonando la tesis neoliberal. En esta disyuntiva se despliega el debate más profundo sobre el valor del patrimonio cultural, al menos en dos de sus formas, si se entiende desde un valor de cambio, como últimamente lo ha presentado la lógica capitalista como mercancía superficial, o recuperamos su valor de uso, con todo aquel caudal de memoria, conocimiento histórico y antropológico que nos hace lo que somos. Hay esperanza en un buen sector de la población mexicana sobre el actual gobierno, las declaraciones del ahora presidente de la República concilian y dan cierta tranquilidad. En el documental “Esto soy”, producido por Verónica Velasco y Epigmenio Ibarra (2017), declara desde el sitio arqueológico de Palenque, Chiapas: “La cultura es lo que ha permitido resistir todas las calamidades, somos lo que somos, no nos hemos desintegrado por nuestras culturas, por eso hemos resistido epidemias, terremotos, malos gobiernos…”, y agrega que desea aprovechar esa fortaleza cultural que existe en nuestro pueblo, pues “Los mayas no han desaparecido, hasta nuestros días es lamentable que se pondere al maya antiguo y el maya de nuestros días viva postrado, marginado, empobrecido”. Palabras y un pensamiento que ahora enfrenta uno de sus mayores retos de congruencia, pues una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace o puede hacerse. Además, el ejecutivo basa sus ideales en próceres históricos de la política mexicana, uno de ellos es el general Lázaro Cárdenas, uno de los mayores defensores de los pueblos originarios del país, e impulsor de investigaciones históricas y arqueológicas que ayudaran en la comprensión de lo que somos. Y es que, hay que recordar que, en el memorándum para la creación del INAH, presentado por el arqueólogo Alfonso Caso al general Cárdenas unos días después de su visita al sitio arqueológico de Monte Albán en 1937, se observa al turismo como rubro que puede ser beneficiado por las investigaciones arqueológicas, sin embargo, el general no centra su atención en ello. Más bien encaminó todo ese conocimiento que la arqueología y la antropología podían aportar para el apoyo en la solución de diversas problemáticas en la población, desde el reparto agrario, la educación socialista, los procesos de reivindicación indígena y un largo etcétera. Por ejemplo, en su declaración respecto a los pueblos originarios de Oaxaca, durante una de sus giras indigenistas nos dice: “En sus distintas regiones y a través de sus monumentos arqueológicos, es posible apreciar características dignas de estudio, no solamente desde un punto de vista especulativo científico, sino desde el aspecto que interesa al gobierno, como antecedente lógico de la acción que debe desarrollarse, para mantener esos pueblos firmemente unidos dentro de la familia oaxaqueña…” (Cárdenas, 1937, en Rodríguez y Olivo, 2008 y 2011). Es pues importante preguntar qué de aquella esencia cardenista será recuperada por el proyecto de la cuarta transformación, pues puede terminar en un camino totalmente contrario a lo hecho y pensado en la Revolución Social.
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