16 de febrero de 2019     Número 137

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

nuestra opinión

La guerra ha terminado

Marco estratégico de la Guardia Nacional


La Guardia Nacional en tiempos de la Revolución Mexicana.
La guerra ha terminado… Ya no a la estrategia de los operativos para detener capos. Lo que buscamos es que haya seguridad… bajar el número de homicidios, de robos, que no haya secuestros. Esto es lo fundamental… Andrés Manuel López Obrador, La Jornada, 31/1/19.

Llevamos 12 años atrapados en una sangrienta pesadilla, de modo que el éxito o el fracaso de la Cuarta Transformación lo medirá su capacidad de poner término al duelo interminable en que vivimos. Hasta ahora el debate acerca de las vías para lograrlo se ha ubicado en la presunta militarización que supone el empleo de fuerzas castrenses en la seguridad pública y la propuesta de conformar una Guardia Nacional. Pero, siendo importante, ese no es el verdadero centro de la cuestión. El dilema de fondo no está en si se recurre o no a los soldados para conformar temporalmente la nueva fuerza policiaca. La disyuntiva radical y estratégica es guerra o paz. Y en esto López Obrador ha sido enfático: “La guerra ha terminado”.

La simplista identificación entre buscar la paz y regresar el ejército a los cuarteles, la cuestiona, y con razón, Oswaldo Zavala, de la City University of New York: “Para escapar a la violenta inercia de la mentalidad neoliberal, es necesario suspender toda lógica de guerra. Pero esto no se reduce a retirar al Ejército de las calles, como asumen superficialmente quienes critican la Guardia Nacional propuesta por AMLO” (Del “narco” al “huachicoleo”: crónica de una guerra inventada, en Proceso 2019, 1/27/19).

Se militariza un régimen que no enfrenta amenazas bélicas externas, porque quienes mandan estiman que solo desatando (y ganando) una guerra interna el país será gobernable. La guerra puede tener como enemigo al crimen organizado o a grupos presuntamente subversivos, pero su instrumento es el ejército y conlleva un “estado de excepción”, un mayor o menor acotamiento de las garantías individuales sino es que una abierta violación de los derechos humanos.

La militarización guerrera que inició Calderón y mantuvo Peña Nieto se justificó con el argumento de que el narco podía y debía ser derrotado por las armas; erradicado mediante una guerra que -hoy lo sabemos- no solo es imposible de ganar sino que incrementa la violencia de los cárteles y con ello los sufrimientos de la población.

El del narco es un negocio global altamente lucrativo porque las drogas tienen demanda pero son ilegales. Y en una sociedad de mercado solo podrá erradicarse legalizando y ordenando su producción y tratando las adicciones como un problema de salud pública. Enfoque necesario pero de compleja implementación porque el narcotráfico no tiene fronteras y hacen falta acuerdos internacionales para desmantelarlo definitivamente.

Así lo entiende el nuevo gobierno y así lo plantea, entre otros, Juan Ramón de la Fuente, recién nombrado representante de México ante la ONU. “Al narco no se le puede ganar con las armas. ¡Hay que parar esta guerra y hay que pararla ya, porque la vamos perdiendo! Necesitamos estrategias alternativas… La paz en México pasa por la regulación responsable de las drogas, no por la prohibición y la fuerza de las armas, que han traído más violencia y corrupción” (entrevistado por José Gil Olmos, Proceso 2191, 28/10/18). Lo primero es “parar esta guerra”, dice De la Fuente. Y así lo asume López Obrador: “Oficialmente, ya no hay guerra”.

Pero lo segundo es ofrecer opciones de vida no delincuenciales a los que fueron o pudieran ser capturados por el narco. Esto tiene que ver con los campesinos que siembran mariguana o amapola porque por donde viven es lo único rentable. Y sobre todo con los jóvenes que se enrolan como “halcones”, “camellos”, narcomenudistas o sicarios, porque no encuentran otras opciones menos mortales e igualmente seductoras.

Los programas sociales del nuevo gobierno, consistentes en apoyos para capacitarse, becas para estudiar, ayudas para establecer huertas de árboles frutales y maderables, han sido calificados de asistencialistas. No me parece. En cambio pienso que en algunos casos pueden hacer la diferencia entre morir y vivir. 

Déjenme que les cuente la historia del Chui.

-Soy de Michoacán, de un rancho que está por el rumbo de San Felipe, cerquita de Zitácuaro. Pero ya no voy mucho por mi pueblo -me cuenta el del taxi pirata con quien luego platico.

-Ahí tengo a mi mamá. Y a veces que le hablo, le digo que pienso ir a visitarla. Pero ¿qué cree? Ella me dice que no.

-Mejor no vengas -me dice-. Aquí se ha puesto muy feo… Mejor no vengas. 

-¿Te acuerdas del Chui -me dice luego-. El hijo de doña Mati. Uno muy alegre, muy amiguero. Un muchacho bueno que aunque ya estaba grande se ponía a jugar fútbol con los chamaquitos.

-Sí -le digo-, el Chui.

-Pues lo mataron.

-¿Al Chui?

-Al Chui.

-La cosa -me dice- es que el Chui se empezó a juntar con los mañosos. Nos dimos cuenta porque traía dinero. Le disparaba los refrescos a los chiquillos. Invitaba a comer a sus amigos. Hasta andaba de novio con una muchachita. Luego le empezó a hacer su casa de material a doña Mati. Su mama no lo podía creer… Pero el pobre ya no la pudo terminar…

-Cómo fue... digo; lo del Chui.

-A saber. Un día nos vinieron a avisar que el Chui estaba tirado en una milpa por lo de don Blas. Don Blas, ¿te acuerdas?, el que tiene su casa por el rumbo de la barranca... Y, sí , ahí estaba tirado el Chui. Con el pecho reventado por los balazos y sobre de eso todo macheteado de su cara. Lo descubrieron por los Zopilotes…Tan bueno que era el Chui… Y lo peor es que ya no le pudo acabar su casa a doña Mati.

-Luego de un rato me dice:

-No vengas, mijo. Mejor no vengas. Aquí se puso muy feo.

El taxista se quedó callado. Lo vi silencioso, ensimismado, como reconcentrado en el volante. Y pensé: tenemos que salvar al Chui. A ver cómo le hacemos, pero tenemos que salvar al Chui. De menos que para eso sirva la mentada Cuarta Transformación.

Cuando escucho de las becas para estudiar, de los apoyos para capacitarse, de las ayudas para plantar arbolitos en huertas que les den vida y esperanza a los jóvenes, de los subsidios al precio del maíz y el frijol para que a los campesinos les valga sembrar. Cuando me dicen de los trenes y otras obras, que con las inversiones que jalen darán empleo a los chavos. Cuando oigo todo eso, pienso en el Chui.

No crean, también pienso en los peligros del asistencialismo, en los feos daños socioambientales que pueden acarrear ciertos megaproyectos desmecatados, en que quizá se inconformen algunos pueblos originarios, en la amenaza que representan las canijas trasnacionales… Claro que me preocupa todo eso. Pero a diferencia de los apocalípticos profetas del “no”, creo que son riesgos que hay que correr y que se pueden manejar. En cambio, no hacer nada es dejar que el Chui siga muriendo y que se lo coman los zopilotes.

Y si a algunos el cuentito les parece tramposo y chantajista, no se apuren, también les puedo dar las frías cifras de la mortandad: en los últimas dos sexenios acabalamos más de 250 mil muertos y alrededor de 60 mil desaparecidos, la mayor parte de ellos jóvenes del campo como el Chui, quien tuvo la suerte -que no tuvieron otros- de que su mamá lo pudiera amortajar y enterrar.

No se me escapa que por sí mismos los apoyos, salarios y becas a los jóvenes no compiten con las promesas del narco, que también venden sus corifeos de los medios de esparcimiento: lana de sobra, troca del año y cuerno de chivo; camisas barrocas, poder y hartas viejas… Para no deslumbrarse con las galas de la ilegalidad dorada los jóvenes necesitan pergeñar planes de vida creativos y motivantes, sueños que compitan con los de la delincuencia, proyectos novedosos y esperanzadores como los que han desarrollado algunas organizaciones campesinas. Proporcionar educación y algunos ingresos no es suficiente. No basta. Pero por algo se empieza. Y es lo que puede hacer el gobierno; lo demás nos toca a nosotros.

Así pues, no más guerra. Los espectaculares golpes bélicos en los que caen capos y se incautan drogas y arsenales, causan dolorosos daños colaterales y no sirven de nada. Dice el Mayo Zambada, que algo sabe de esto: “Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió… Los remplazos de los capos encerrados, muertos o extraditados ya andan por ahí” (entrevista realizada por Julio Scherer, Proceso 2201, 1/1/19).

Por eso, a la estrategia guerrera de Calderón y Peña Nieto el nuevo gobierno opone la de enfriarle el agua al narco; irlo aislando socialmente mediante un desarrollo incluyente que haga menos seductoras sus promesas. La estrategia bélica para abatir a los carteles, fue una imposición estadounidense que no aceptaremos más. Si Trump quiere que haya guerra contra el narco que la haga en su país, que es donde la droga más se consume. Nosotros ya no queremos seguir siendo los que aportan los muertos.

Pero ponerle fin a la estrategia guerrerista no restablece en automático la seguridad y tranquilidad ciudadanas. Sobre todo cuando los cárteles se han diversificado y territorializado, desplegando actividades delincuenciales que, a diferencia del negocio de las drogas exportables, agreden severamente a la población. Secuestros, cobro de piso, expropiaciones… exacciones de todo tipo; que van acompañadas de cooptación y corrupción de narco clientelas, reclutamiento forzado, ejecuciones, retenes, balaceras…

Así las cosas, el nuevo gobierno ha desarrollado una estrategia no bélica de pacificación. La tarea explícita y constitucional de la nueva Secretaría de Seguridad Pública y de la previsible Guardia Nacional no es hacerle la guerra al narco, sino garantizar la seguridad y tranquilidad de la población. Lo que pasa por acotar y replegar al crimen organizado, recuperando el control del Estado sobre los territorios ahora cartelizados.

Y entre procurar la seguridad y tranquilidad de la población y tratar de ganar una guerra, hay una diferencia abismal. En una estrategia bélica los soldados irrumpen en un territorio donde suponen que opera o se esconde el enemigo; en su incursión tumban puertas, catean domicilios, secuestran e interrogan violentamente a sospechosos; si tienen suerte, después de una lluvia de fuego a cargo de tanquetas y helicópteros artillados, detienen o matan a un capo… Luego se marchan. Se van dejando a la población indefensa en medio de la batalla campal por sustituir al mando caído y controlar su territorio. En cambio en una estrategia policiaca y de paz, la fuerza pública identifica y combate las violaciones y delitos más lacerantes y recurrentes, interactúa con la población y, sobre todo, se mantiene en los cuadrantes, es decir en los territorios a su cargo.

Por sí mismo, pasar de gestionar la guerra a gestionar la paz conlleva una reducción de los atentados a la integridad de las personas. Una estrategia bélica de aniquilación de un enemigo que está entreverado con la población civil, va acompañada inevitablemente de violaciones de los derechos humanos, la operen soldados, policías o hermanas de la caridad. En cambio, una estrategia de paz y seguridad reduce en automático las infracciones, aun si la llevan a cabo soldados. Más aún si han sido previamente capacitados para ello .   

Ganarle la guerra al narco es tarea imposible, en cambio es factible recuperar y pacificar paulatinamente los territorios que hoy controlan los cárteles. Factible, pero nada fácil, pues -lo dije antes- la delincuencia organizada ya no solo lucra con las drogas, también roba combustibles a Pemex y bolsea de diferentes modos a la población.

Entonces, sin que signifique consentirlo, hay renunciar a la pretensión de acabar con el narcotráfico y en cambio esforzarse por erradicar o moderar los delitos de alto impacto que las propias bandas cometen; infracciones también lucrativas, pero más expuestas y por tanto más fáciles de combatir que las silenciosas operaciones con estupefacientes.

Para que impere de nuevo el Estado de derecho necesitamos contar con una fuerza pública prudente y respetuosa de la ley pero a la vez suficiente, profesional, calificada y eficaz; una policía que hoy no tenemos pues la Federal está desmantelada y las estatales y municipales han sido penetradas por los carteles. Habrá que crearla. Y corre prisa, pues mientras tanto el ejército sigue patrullando calles y carreteras, y por ello la inercia de la “guerra contra el narco” se mantiene.

Como en el tema del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, en este caso no hay soluciones buenas, sino solo menos malas. Y la que ha propuesto el nuevo gobierno es transformar en policías a una parte de los soldados del Ejército y la Marina. Una fuerza que ya existe, que tiene entrenamiento, disciplina, mandos, equipamiento e infraestructura… Pero que tiene también una formación militar, por la cual -lo hemos padecido- cuando se le encarga preservar el orden público le da por aniquilar a los delincuentes y violentar a la población civil como lo haría si estuviera en una guerra.

¿Podremos reeducar y formar como guardianes del orden público a los soldados que hoy son Policías Militares del Ejército y la Marina, empleándolos en ello durante el tiempo necesario para que los Policías Federales depurados y los nuevos reclutas los suplan?

Algunos dice que no. Yo creo que sí. Y pienso que en cierto modo será sencillo, pues el primer paso -que era el más difícil- ya se dio: abandonar la estrategia de hacerle la guerra a los carteles y adoptar la de darle seguridad a la población. Lo que, por cierto, demanda una conducción civil imbuida de una mentalidad policiaca y no bélica, pues no se trata de “ganarle al narco” sino de restablecer la tranquilidad que necesitan los ciudadanos.  Que el Mayo esté tranquilo, no porque se le vayan a perdonar sus delitos -que no prescriben-, sino porque lo que busca el nuevo gobierno no es cazarlo a él sino que los sinaloenses puedan vivir en paz… aun con el trasfondo de un estructuralmente persistente narco negocio que durará mientras haya demanda y las drogas sean ilegales. 

Desmilitarizar al país no empieza por regresar los soldados a sus cuarteles, sino por renunciar a la guerra sin por ello cederle los territorios al narco que hoy los controla. Y esto demanda una estrategia policiaca -y no bélica- que a falta de una solución mejor deberán operar por un tiempo soldados habilitados de policías… ¿quién si no?

Que me perdonen quienes de buena fe objetan tajantemente la propuesta de Guardia Nacional, pero en lo esencial la desmilitarización se consuma cuando se abandona la estrategia bélica. Y ésta ya se abandonó. Lo que sigue es sustituir al ejército por una nueva policía. En esto estamos.

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