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Gracias a la generosidad de México, pudimos seguir adelante

La historia de Ignacio Bolívar, científico español refugiado en el país, es relatada por su nieto

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▲ Los académicos que llegaron a México y aquí murieron: Ignacio Bolívar y Urrutia, Honorato Castro y Bonel, Pedro Carrasco Garrorenay y Blas Cabrera y Felipe.Foto Archivo
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▲ Emilio Herrera Linares, Enrique Hauser y Enrique Moles.Foto Archivo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 31 de enero de 2019, p. 4

Madrid. La saga de la familia Bolívar en México se inició en julio de 1939, cuando la persecución impuesta por el régimen fascista de Francisco Franco obligó a tomar el camino del exilio al patriarca Ignacio Bolívar y Urrutia, entomólogo que escribió más de 300 libros y uno de los científicos más reputados de la España de principios del siglo XX.

Con 89 años, se embarcó en el vapor Monterrey rumbo a México, acompañado por 12 amigos y familiares que también dejaban atrás la amenaza y la represión por mantenerse leales a la República.

Casi 80 años después de aquel éxodo, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales desagravió con una ceremonia pública y solemne a siete de las mentes más brillantes de la ciencia española del siglo XX: Ignacio Bolívar y Urrutia, Blas Cabrera y Felipe, Honorato de Castro y Bonel, Pedro Carrasco Garrorena, Enrique Hauser y Neuburger, Emilio Herrera Linares y Enrique Moles Ormella. Los cuatro primeros murieron exiliados en México. El acto se llevó a cabo en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007, que señala precisamente la restitución del honor profesional agraviado de algunos intelectuales y científicos.

El responsable de tomar la palabra en el homenaje fue el nieto más pequeño de Ignacio Bolívar, el prestigioso editor Antonio Bolívar Goyanes, quien explicó en entrevista con La Jornada lo mucho que significa para él y el resto de la familia: Es muy emotivo. Sobre todo porque es algo que ya no esperábamos. Estamos muy contentos y emocionados. Yo tengo cuatro hermanos vivos en México, todos mayores que yo, y ninguno está en condiciones físicas de hacer un viaje así. Así que por eso yo daré el discurso.

La familia Bolívar se desgarró en los primeros años de la guerra civil. El abuelo Ignacio Bolívar, quien entonces tenía 86 años y prácticamente se dedicaba a hacer algunas investigaciones selectivas por mera curiosidad intelectual, fue señalado de inmediato por el régimen franquista por el mero hecho de pertenecer a la universidad, haber tenido cargos importantes durante la República, como el de presidente de la Real Academia de Ciencias.

El padre de Antonio Bolívar era Cándido Bolívar Pieltain, quien además de ser naturalista minucioso era secretario particular del entonces presidente de la República, Manuel Azaña. De hecho, fue una de las pocas personas que lo acompañaron durante aquel triste viaje hacia el exilio por los Pirineos.

Fueron señalados y perseguidos, por lo que con la amenaza latente tuvieron que abandonar sus casas de madrugada para huir de las garras del fascismo. “La dignidad no se perdió nunca. Fue anulada por un acto injusto e ilegítimo. Quiero recordar que cuando mi abuelo de-sembarcó en el puerto de Veracruz del buque Monterrey, que les había llevado de Nueva York a México, un periodista se le acercó y le preguntó a qué había venido a México a su edad. Y él contestó que había venido a morir con dignidad”. De hecho, el prestigioso científico murió sólo cinco años después de su llegada, en 1944.

Y Antonio Bolívar, quien nació en México sólo dos años después de que su familia llegó prácticamente con lo puesto, se emociona al recordar que gracias a la política generosa y sin precedente del presidente Lázaro Cárdenas, entre 20 mil y 30 mil españoles pudieron seguir con sus vidas en México. Y hay que aclarar que entre todos ellos algunos eran intelectuales o científicos, como mi abuelo o mi padre, pero además había gente de todos los oficios: carpinteros, electricistas, plomeros, de todo...

Bolívar recordó que al estallar la guerra, en 1936, sus padres estaban separados: él estaba en el sur, acompañando al presidente Azaña, y su madre estaba con sus hermanos en una casita que tenían en la sierra de Guadarrama, en el pueblo de San Rafael, donde les sorprendió la guerra.

Los primeros bombardeos contra la población civil indefensa ocurrieron precisamente donde estaba su vivienda y hasta la fecha están los inmensos agujeros en la tierra provocados por las bombas. Mi madre logró salir con mis hermanos gracias a la ayuda de varios parientes, amigos e incluso de un primo suyo, que era militar franquista, que la protegió porque la buscaban para llevársela detenida.

El nieto del científico desagraviado explicó que la persecución de la dictadura hacia los científicos era simplemente porque estaban del lado de la República. Ninguno de ellos tuvo actuación política; ni mi abuelo ni prácticamente ninguno de los otros seis que van a ser desagraviados participaron en política.

Nada más llegar a México dedicó su energía a sembrar algo nuevo: la Universidad Nacional Autónoma de México le otorgó en 1940 el doctorado honoris causa, tuvo cargos simbólicos para la Casa de España en México –hoy Colegio de México– y fundó junto con su hijo Cándido y otros personas (españolas y mexicanas) la revista Ciencia, que apareció el 1º de marzo de 1940, sólo siete meses después de llegar al país. La revista se mantuvo durante 35 años hasta que la familia decidió donarla a la Academia Mexicana de Ciencias, que la sigue publicando.

“Los primeros años en México los vivimos en el edificio de las brujas, en la plaza de Río de Janeiro, donde rápidamente ocuparon varios departamentos personas que procedían de España, entre ellos el físico Blas Cabrera, alguno de los Díez Canedo y el químico don Eligio de Mateo; en fin, había ocho o 10 familias de refugiados. Mi abuelo, ya ciego y a su edad, no podía salir mucho ni tener actividades públicas, pero era visitado prácticamente todos los días por gente que quería conocerlo y charlar con él”, relató el editor mexicano.

Bolívar rememoró que en la familia siempre existió la esperanza de que el régimen se desmoronaría, que con el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial sus días estarían contados, pero nada de eso ocurrió. Y el régimen se perpetuó hasta la muerte del dictador: “Mi padre murió al año siguiente de la muerte de Franco, pero cuando ocurrió él ya estaba muy enfermo de arterioesclerosis cerebral. Tenía falta de irrigación.

Entonces yo creo que ya no se dio cuenta; por supuesto que se lo contamos, pero no estoy seguro de que haya entendido lo que le decíamos. Mi madre y el resto de la familia lo celebramos, pero lamentamos que mi padre no pudiera darse cuenta de ello.

El nieto del naturalista reconoce que de la España actual le preocupa este nuevo auge del fascismo. Creo que en eso fueron un poco ingenuos los republicanos españoles, en creer que desaparecería, pues eso siempre ha estado presente y a la menor oportunidad vuelven a tomar fuerza. Es un momento muy difícil de la historia del mundo, porque no se ven soluciones fáciles y pacíficas.